Céleres instantes en un palacio que no tiene monarca, pero si uno interino de aplastante rugido.

 

 

5 minutos antes de la hora pactada, ya el vestido negro empezaba a vibrar, esa mancha asistente aullaba y clavaba sus ojos para ver frente a frente, una imagen radicada en edicto hace 5 años atrás. La «risita» del repitente contrastaba con el rostro del primerizo ansioso. El uno sujeto al objeto más cercano y el otro simplemente suelto. Entonces cuando el riff que ‘pinta el mundo de sangre’ abrió la puerta, la voz de Tom anunciaba a qué ritmo andaríamos. El que agarrado estaba soporto el ciclón apenas con las uñas, mientras el suelto intento oponerse pero no había caso, fue despedido hacia todos los rincones del recinto, rebote tras rebote. Sin casi entrar en razón ya se burbujeaba en la garganta del chileno Araya, bajo el espesor de War Esemble, tercera inyección letal. Con la estampa oficial detrás irradiada en diferentes ambientes gracias a las luces, los cuatros gigantes intimidaban y expelían cada vez más feroces, los cronómetros rotos en gestas olímpicas, eran ahora novatos en este espacio y lugar, milésimas de segundos inutiles. De nuevo al abismo, aunque navegando en aguas menos turbias, la «melodiosa» Dead Skin Mask dio tiempo para ver más lento el ensordecedor paisaje, por le menos para observar al aplicado Gary Holt. The Antichrist fue traída en honor al primer troquel (1983), indigno para el religioso fanático, pero prueba sin invertir las cuerdas vocales, para la garganta atemorizante, ahora expuesta en agudeza. Ya a medio camino con la ropa rasgada por el compás explicito, nos atamos al único punto seguro, las cadenas de Kerry, colgados vimos más de cerca esa postura de aniquilar sin piedad las cuerdas de su guitarra para bien nuestro, puntear o adentrarnos en el riff del mandato tirano de los gobiernos. Suicidas momentos de una guerra no de mil días, de siglos enteros y además segregada. Arraigada en el corazón de la mancha negra con más fuerza se sacudían las fibras, el grito de suicide… suicide… suicide… masacraba más el dolor de soportar estos decretos eternos.

 

 

 

 Aunque el traje de oficina desentonará (era martes inicio de semana) fue atado por el gusto común, libre de razas y credos, algo que solo el rock hace. Gusto ahora ascendiendo velozmente de las profundidades del infierno, hacia un cielo visitado tan solo un par de segundos atrás, South of Heaven, apenas una máscara del la inmisericorde caída libre que nos esperaba. A tres kilómetros del desemboque, el líquido precioso del humano que impacta con su color al ser derramado por la infamia, fue la bala que abrió la locura. Raining Blood, en la manos de un lombardo que se canso de golpearnos durante toda la noche, logró encerrarnos en el tambor como solo él sabe hacerlo, cada vez más atronador, más alto. Kerry y ese ritmo distintivo  estallado justo en la cara, luego consumidos en la frialdad de Araya, no ceso la lluvia hasta entrar en la subsiguiente Magia Negra. El Ángel descendió para clamar a decibel puro y justo en el tímpano, cuan terrenales somos, cuan mortales permaneceremos, mientras no violentemos las leyes de la naturaleza para acudir a su llamado prematuro e innecesario. Último pogo desatado de una danza en este show, más bien tibia. Luz blanca y el incauto ahora bautizado en el acto más puro y vertiginoso, tiene la ´risita’, el graduado cuenta con dos trofeos, pero con las ganas de llegar más lejos. 23 millas recorridas en tan solo 1 hora y 45 minutos.

 

 

 Abducidos, de otra manera no se puede explicar, este episodio ofrecido a más de 2500 fieles que demuestran ser casi los mismos en las buenas y en las malas. Tirados de la línea de salida a la de meta en un soplo, ajuga picando mientras gira el acetato, pero sin líneas para el mute. No hubo tiempo para palabras, venias o seducción, tampoco para hallar explicación a un sonido mortífero. Slayer es consecuente tanto arriba de la tarima como fuera de ella, sin parafernalia se monta sobre su corcel y cabalga raudo con el rostro templado a pesar del viento filoso. Rey humilde y directo que no se queda con nada en el bolsillo, generoso pero sincero, quien desea recibir coherencia sin caer en servilismos, de esos soberanos que ya no hay. Con el perdón de todos aquellos amantes de los grandes del reinado Speed y Thrash, pero en un palacio sin Rey, vimos al más grande de todos, uno que no se pinta la cara para permanecer o acude a formulas donde el alma valga un peso y el rostro mil millones.  

 

Después de varios titulares donde supuestamente llovería sangre, ceremonias y rituales satánicos. Donde los padres prohíben a sus hijos asistir, por temor supuestamente a «perderlos». Donde los «grandes medios» solo se les interesa si hubo o no disturbios, droga o capturados. Un hombre de carne y hueso, vocalista de una agrupación de nombre «criminal», se despidió de nosotros ofreciendo honores a su hijo, quien en casa celebrabá un año más de vida.

 

 

Retina la aire continua el tributo a las agrupaciones nacionales ,de cara a Rock al Parque.

 

Permanezcan Rockosos