Este fin de semana se apagó el hombre más importante a la hora de hablar del Rock and Roll. El mismo que entre otras cosas en 2 icónicas escenas del cine hizo mover las caderas de Michael J. Fox, Uma Thurman y John Travolta. Hace 4 años escribí este artículo para la web en mención, lo rescato sin añadir o quitar una coma pues deseo conservar intacto el momento y su esencia. Líneas para un hombre tan vital en la historia universal y para el camino que decidí tomar. ¡Gracias por tanto Chuck!
Los rayos del sol pegaban en aquel rostro de sonrisa encantadora y ojos expresivos mientras a ritmo de trova y revolucionarios punteos hacía vibrar a la audiencia; quien tocaba era el primer hombre que decidió transcender el blues, el verdadero padre del rock, el que le enseñó a los Stones y a la gran mayoría de músicos los secretos del género. Hoy, los Rolling Stones, los máximos representantes del ritmo, en pleno 2013 con cincuenta años de carrera están prestos a girar nuevamente, rodeados de fama y dinero, mientras que este personaje viaja por el mundo sin pompa, acompañado solo de su guitarra contando historias de adolescentes, carros, sexo y diversión.
Algunas situaciones comunes vividas por todos los bluesman también hicieron parte de la vida de Chuck Berry, sin embargo, para él no hubo encrucijadas ni pactos abrumadores, tampoco pobreza extrema o recorridos extensos en busca de fortuna aunque sí discriminación. Quizá por ello cuando se asomó por primera vez al mundo en octubre de 1926 en St. Louis, Missouri, sin saberlo ya tenía un rumbo trazado por su propia ambición personal, de la mano de un talento musical descubierto por descarte. La madre de Berry, Martha, había entregado al mundo tres hijos antes de que este naciera en el seno de una familia de clase media, anclada en creencias baptistas (cristianas-evangélicas), que lo llevaron a entrar en contravía debido a su personalidad rebelde. Fotógrafo, pintor y peluquero… Charles Edward Anderson Berry, trasegó por estas profesiones antes de entregarse de lleno a su máxima realización, la guitarra. Luego de su primera entrada a la cárcel por robo, su hermana mayor, talentosa en la música clásica, era de cierta manera la esperanza de la familia, no obstante aquel “forajido” sin aspiraciones tenía guardado en sus cuerdas el éxito.
El club Cosmopolitan vio durante varios años a un hombre negro, alto, risueño y de movimientos divertidos, tocar y cantar cada fin de semana junto al trío Johnnie Jhonson, que luego pasaría a llamarse Chuck Berry trío. En la noche músico y en el día trabajador de una planta automotriz junto a su padre, vio de pronto duplicadas las ganancias en el club y empezó a notar que le era más rentable tocar, y decidió dedicarse a ello profesionalmente; migró a Cleveland y de ganar 126 dólares el fin de semana, pasó a recibir 800 por semana.
Leonard Chess imprimió el disco, pero sin consentimiento de Chuck incluyó a dos personajes como coautores, Russ Fratto y Alan Fredd; era la época de “pagar favores” e indudablemente las regalías para los músicos eran irrisorias, y la explotación descarada. Sin embargo, Berry siguió grabando con la Chess ante las pocas alternativas y además trabajó con Fredd pues era un reconocido programador de música que le ayudaba a sonar en la radio. Aprendida la lección, como lo dijo el propio compositor: “Nunca dejes que un perro te muerda dos veces”, apoyado por su esposa organizó mejor los negocios, y se independizó. El salto de popularidad estaba dado y con él vendrían hits como “Roll Over Beethoven” (1956) y “School Days” (1957), pero el primer disco como tal compuesto por 12 canciones fue grabado en mayo de 1957 y llevó por nombre “After School”. No obstante a la luz, la canción con mayor trascendencia fue “Johnny B. Goode” grabada en 1958 aunque escrita en 1955, considerada como el tema número uno de las cien canciones de guitarra más grande de todos los tiempos.
La vida del padre del rock también ha estado acompañada del infortunio. En 1959 fundó un bar de nombre “Club Bandstand” que buscaba la integración racial, algo que incomodó a los sectores más conservadores, que descubrieron que una menor de edad de origen indio trabajaba en el ropero de uno de sus locales y que al parecer se prostituía. Chuck Berry fue multado y condenado a cinco años de prisión por tráfico de menores para fines sexuales, en medio de la prosperidad en inversiones en locales públicos, bares y un parque que llevaba su apellido.
En 1963 volvió y curiosamente tuvo su propia “invasión británica” ya que los jóvenes ingleses habían descubierto su música: los Stones y los Beatles estallaban en Estados Unidos, basados en el estilo del propio Chuck. Evitando estancarse aprovechó la popularidad y antes de que llegaran los años setenta, grabó temas como “Nadine” y “No Particular Place to Go”. El declive de su carrera se acercaba, sin embargo en 1972 le ratificó al mundo quién era en verdad el dueño del título de “rey del rock”, y especialmente a quienes consideraron que este se lo merecía el señor Elvis Presley, al poner como número uno la canción “My Ding-A-Ling” relegando al puesto dos el tema grabado por Elvis “Burning Love”.
Abierta la tela y expuesta su figura, el canto del poeta Berry jugó siempre con las letras, y no había canción que no ajustará perfecta a esos punteos fuera de serie, a esos ritmos que hacían mover hasta una piedra. Excelso trovador la métrica era de laboratorio, pero la facilidad con la que construía líricas se basaba en ver cómo encaraban los adolescentes aquella época de creencias religiosas radicales, mojigatería, prohibiciones y racismo. Con ellas narró historias de sus antepasados alejadas de la tristeza aun cuando había tela de donde cortar, llenas de entusiastas y trasgresoras invitaciones indirectas a la diversión sin límites, al goce, como cuando le pregunta a “Maybellene” porqué no puede ser verdad rodar su Ford V8 a toda velocidad, o retratos positivos y de esperanza como “Johnny B. Goode”, muchacho que busca fortuna tocando su guitarra, e incluso críticas a otros estilos de música como la clásica o la disco.
Para el mundo era difícil digerir que la bandera del rock and roll como pionero la llevará un hombre de raza negra y de hecho los traspiés fueron muchos para que el legado de Chuck Berry llegará más lejos, sin embargo con todo y que el movimiento fue adornado por la cara limpia de Elvis Presley, sus meneos de cadera y una música también relevante, no alcanzó a cubrir a un hombre que aprovechó su talento para ponerle música a cortas estrofas con riffs realmente de avanzada. Mientras Elvis empezaba a rasgar su guitarra y pensaba grabar sencillos de otros compositores, Chuck Berry ya había registrado el primer éxito de su propia autoría, además, componía para otros artistas, y con un terreno abonado años atrás se alistaba a grabar varios hits más, algunos expuestos en bares cuando apenas se ganaba la vida, consciente de un legado que afectaría al mundo entero.
Hoy a sus 86 años anda en plena gira, lleva una maleta y una guitarra, como desde hace 40 años, sencillo y sin lujos, la vida le enseñó a hacerlas cosas por sí mismo, pero también con la lucidez algo extraviada, la reciente gira por Sudamérica ha dejado abusada su semblanza de parte de su familia -recordemos que dos de sus hijos lo acompañan en el escenario-. Sin la misma fuerza, olvidando las letras, los ritmos y punteos, y lo peor sin soporte de otra guitarra y a decir verdad de una buena banda, se juega con la imagen de legado imprescindible pero que por obvias razones ya no es el mismo; como exprimiendo las últimas gotas de una naranja.
Sin duda el tiempo cumple con sus efectos y más allá que el padre del rock no tenga la suficiente claridad para realizar el “paso del pato” entre otras cosas, se le debe respeto (ojalá su familia lo viera así). Aún en su condición permanece acariciando su guitarra para recordarle al universo en dónde empezó esta historia. Por qué nos forramos en cuero, nos pintamos el rostro o nos paramos el pelo, o por qué compramos boletos para un show, la revista o el disco. Esta es la herencia de un verdadero rey. Los amantes del género preferimos escuchar su poema inmortal como costumbre un miércoles de cada mes en el bar Blueberry Hill de St. Louis, en plena caída de la tarde y sin espacios para la tristeza; justo cuando él se enfunde la guitarra presto a romper una vez más, la línea del tiempo.
¡Por siempre que viva el rey!