Alentados o no por Trump, estos días se duda de la prensa. Alabado sea. Primero quienes inciten a dudar, porque son las preguntas y sobre todo la exigencia de calidad periodística uno de los elementos imprescindibles en una sociedad crítica, y después quienes se someten sin traumas a este escrutinio, sabedores de que junto a su honrado escritorio a veces hay demasiados colegas que se tomaron el carné de prensa como una patente de corso de la militancia descarnada, bien al servicio de intereses políticos, bien a otros económicos, casi siempre confluentes.

En este examen sorpresa sin fin surgen de vez en cuando ejemplos llamativos. El último de ellos ha surgido hace unos días en la península ibérica, porque esta historia envuelve ya a todo el territorio, y se ha bautizado como “el caso Pereira”. Es la polémica que ruge actualmente por estos lares.

Sebastião Pereira escribe en el diario español El Mundo, o tal parecía. Su firma se ha esfumado de los actuales artículos sobre Portugal, país en el que cualquier lector sospechaba que era corresponsal. Desaparece por unos artículos que envió a Madrid sobre el terrible incendio que hace dos semanas sufrió el centro del país, y que causó 64 muertos y 254 heridos.

Ocurrió lo que suele ocurrir con las tragedias de envergadura histórica: mientras llegan nuevas y pesarosas actualizaciones, los medios nacionales hacen un repaso sobre lo que publica la prensa extranjera. Con Portugal en la portada de casi todos los diarios del planeta, los periodistas lusos destacaron los titulares y textos que llegaban desde España, el país amigo que tanta ayuda enviaba para sofocar las llamas.

Pereira perdió entonces pie. Había publicado al menos ocho artículos sobre el incendio, el más polémico de ellos el 21 de junio, en el que hablaba de “caos” en Portugal y aseguraba que “la desastrosa gestión de la tragedia podría poner fin a la carrera política del primer ministro, António Costa”. En Lisboa asisten atónitos al tono de las piezas, en las que, indica un artículo del semanario luso Expresso “da la impresión de que el autor hace un guiso de su opinión con lo que va oyendo y leyendo en los medios de comunicación”. Como en Portugal los periodistas deben tener un carné profesional para trabajar, los intrigados acuden al órgano encargado de este registro, que no encuentra a nadie dado de alta con el nombre de Sebastião Pereira. Finalmente, tras varias llamadas a la sede de El Mundo en Madrid, se descubre la verdad: Pereira es un pseudónimo de un colaborador habitual cuya identidad no será divulgada por el periódico español.

¿Es falso lo que se dice en los artículos? Es esta una pregunta trampa, puesto que no parecen piezas informativas sino columnas de opinión, un territorio que se presta a imprecisiones. El problema es que se vendieron como crónicas informativas, que cada vez incluyen más y más apreciaciones personales que a nadie interesan. Confusión de géneros. En cualquier caso, sí denotan un importante desconocimiento sobre cómo se desarrollaban los hechos en el país, donde la información sobre el incendio fue constante por parte de las autoridades.

¿Por qué escribir bajo pseudónimo? Usar esta fórmula en nada exime de la exigencia de rigurosidad, que no obstante debe contar con una revisión por parte de los editores. No, no es esta una cuestión que debiera afectar la calidad del texto, aunque quizá se optara por esta opción teniendo en cuenta el pluriempleo existente entre los corresponsales en países pequeños, quienes a menudo atienden al mismo tiempo a medios rivales. No es un ansia de trabajo: es a veces la única fórmula para llegar a fin de mes teniendo en cuenta lo paupérrimos de los pagos que se otorgan.

¿Fueron graves las consecuencias de estas crónicas? Ahonda en la desconfianza hacia la prensa, por la que acaban pagando justos por pecadores. Y es que la repercusión de estas historias suele ser mayor que la buena cobertura que otros medios han hecho de los incendios, de hecho, se ha colado en una de las entradas de este blog.

No, lo grave es que todo el impacto de esta historia haya caído en la figura de humo de Sebastião Pereira y no en El Mundo, el diario que debió revisar y que ya cuenta con nuevas firmas que fechan en Lisboa.

Seguir centrándose en los párrafos del periodista inexistente sería un error: lo barato siempre ha salido caro, y una crónica pagada con poco, suele llevar poco trabajo detrás. Volverá a pasar.