En una interesante charla de TED, Bill Gross, fundador de la incubadora Idealab, expone las razones que explican el éxito de ciertas startups y el fracaso de otras. Según él, existe una que sobresale entre todas: una invención tiene éxito siempre que el mercado esté dispuesta a recibirla. Mucho antes, el escritor francés Víctor Hugo había expresado de manera clara el mismo concepto: “Ningún ejército puede detener una idea a la que le ha llegado su momento”.

El mercado define el éxito de una innovación, no su eficacia o nivel tecnológico. En otras palabras, la madurez de los mercados antes que la madurez de la tecnología es lo que hace posible que la invención sea atractiva y por tanto tenga “salida” industrial o comercial. El mismo argumento sugiere que el progreso tecnológico de las naciones no se mide solamente por su capacidad para producir conocimiento, invenciones  y tecnologías, sino por su capacidad para que estos sean valorados por la sociedad a través de los mercados.

Las innovaciones son herramientas prácticas y útiles, que además de novedosas tienen repercusiones en la vida cotidiana, pues han salido del laboratorio y están accesibles a la gente. Innovar es producir y transformar conocimiento, ideas e invenciones en valor económico y social a través de la incorporación de nuevos productos, procesos y servicios al mercado. Es decir, las innovaciones genuinas deben ser susceptibles de comercialización.

Los inventos, en cambio, son artilugios que, si bien pueden ser ingeniosos y novedosos, permanecen confinados a depósitos, bodegas y al olvido, de no contar con esa potencialidad de comercialización.

La gente hoy día recuerda la genialidad comercial de Steve Jobs antes que el ingenio y laboriosidad tecnológica de Steve Wozniak, porque aquel pudo percibir el gigantesco efecto que supondría llevar un computador a cada familia, reduciendo su tamaño.

Por tanto, hacer más accesible la tecnología no pasa necesariamente por mejorar su capacidad de ejecución; pasa, ante todo, por su capacidad de ser comercialmente accesible. Un ejemplo es el desarrollo del mercado de música online. En 1979, en pleno apogeo del cassette, la tecnología MP3 ya contaba con IXI, un prototipo tecnológicamente capaz de transferir música digital. Sin embargo, no fue sino hasta 2006 que el iPod hizo comercialmente viable el negocio de transferir música electrónicamente, pues además de un mercado más preparado vino acompañado de un plan de negocios dirigido a tal fin.

Propiedad intelectual

La comercialización define la innovación, pues está claro que el tránsito de la idea al mercado es vital en este proceso. Y una pieza clave que hace posible este tránsito es la propiedad intelectual, particularmente, las patentes. Ellas fijan los linderos entre aquellas ideas novedosas susceptibles de comercialización y las que no lo son.

Desde luego, esto no significa que solamente las ideas patentadas dan una ventaja competitiva en los mercados, pues ser pionero en el mercado de productos o servicios difícilmente imitables puede ser más eficaz que hacer valer una patente en juicio. Tampoco significa que las patentes sean la única forma de propiedad intelectual susceptible de ser “monetizada”. Los secretos comerciales, el branding (marca) y los modelos de utilidad, también lo son. Sin embargo, estas últimas formas de apropiación intelectual ofrecen una capitalización a menor escala y con mayor dificultad, dado que tienen problemas mayores para identificar y valorar el alcance de la “reivindicación” innovadora (Ej. ¿Cuánto vale la marca Coca Cola? ¿Cómo puede el mercado valorar un secreto comercial, cuya misma confidencialidad impide que sea conocido públicamente?).

Por esta razón, el mercado de innovaciones se compone esencialmente de licenciamientos o adquisiciones de patentes.

Y justamente aquí radica el problema de las PYMES innovadoras latinoamericanas: estas no utilizan las patentes para reivindicar sus ideas, sino formas más “alejadas” de los mercados de innovación, tales como secretos comerciales o marcas, tal como se describe en un reciente estudio del BID.  ¿La razón? Esa es otra historia a la que dedicaremos nuestro próximo artículo.

El punto es que en nuestra región no estamos adoptando modelos de negocios que incorporen la propiedad intelectual, y al no hacerlo estamos perdiendo oportunidades para capitalizar, para agregar valor y para elevar la productividad de nuestras empresas. Este argumento ya había sido esbozado por Hernando De Soto en su libro El Misterio del Capital para explicar la pérdida de oportunidad que genera la informalidad sobre los activos tangibles que, al no entrar en el flujo comercial, quedan inutilizados. En nuestro caso, el argumento se extiende a los activos intangibles como el conocimiento, las ideas, los procesos, etc. Pero a diferencia de De Soto, nosotros no proponemos cambiar el marco legal (internacional) que rige la propiedad intelectual, sino apalancar las capacidades de las pymes latinoamericanas para aprovecharse mejor de él.

El futuro del desarrollo América Latina y el Caribe está marcado no por su capacidad de inventar, sino de innovar. Inventar pasa por ser creativo, pero innovar pasa por la capacidad de comercializar las ideas, y nos ha llegado el momento de aprender a hacerlo mejor.

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