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Este blog fue publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo en Volvamos a la Fuente

Las recientes inundaciones en París son una prueba más de la importancia de encontrar soluciones innovadoras a los desafíos del cambio climático y así construir resiliencia en nuestras ciudades.

Raramente se ha visto tanta conmoción y ajetreo en los pasillos serenamente velados por la Venus de Milo. Desde su llegada al Palacio del Louvre en 1821, pocas han sido las ocasiones que han justificado un cambio de recinto para la elegante figura de mármol griega, siendo la Segunda Guerra Mundial, excusa para su último paseo por los jardines del Valle del Loira, su lugar de resguardo durante el conflicto.

Esta vez, tanto la Venus como sus demás compañeras afroditas, guerreras y otras divinidades, tuvieron que dar cabida a cajas de todos tamaños, artefactos y curiosidades conterráneas y contemporáneas que forman parte de las 548 000 piezas de la colección del Louvre, movilizadas durante 10 horas, desde las 57 reservas en el subsuelo del Museo, en peligro de ser inundadas, por las aguas bravas del Sena.

No es la primera vez que el Sena se encapricha y abandona su curso. Para los Parisii, primeros habitantes celtas de la ciudad que hoy lleva su nombre, el río era fuente de vida y riqueza (con rutas de comercio tanto marítimas como terrestres establecidas) así como incertidumbre y destrucción, provocada por la furia repentina de sus aguas. Con el paso del tiempo (y la llegada de nuevos inquilinos), aprender a manejar el río permitió a la ciudad (Galo-romana, luego Franca y ahora capital francesa) crecer y desarrollarse establemente.

Y es que no se trata de un cause menor: el Sena es el segundo río más grande de Francia, recorre una distancia de 777 kilómetros (km) desde su nacimiento hasta la desembocadura en el Canal de la Mancha. La cuenca del río cuenta con una área de 78 650 km², es decir el doble de Bélgica, y sigue siendo un medio de comunicación importante, con puertos fluviales como Genevilliers (primer puerto fluvial de Francia, asegurando el tránsito de 20 millones de toneladas de mercadería al año).

De todas las inundaciones, la que más ha marcado la memoria colectiva parisina es la de 1910. A fines del mes de enero de ese año, en pleno invierno (con suelos congelados y mucha precipitación), el Sena alcanzó un nivel récord de 8,62 metros (m). Las aguas llegaron zonas de la ciudad que se encontraban bastante alejadas del río, como la estación Saint Lazare (a más de 1 ½ km).  Para ese entonces, la red de metro de la ciudad estaba en pleno desarrollo, y sus túneles sirvieron para transportar el agua de un lado a otro de la ciudad.

Además de los problemas logísticos como ser la prohibición de la circulación de embarcaciones en el Sena por problemas de obstrucción al paso de puentes, y la interrupción de la conectividad de la capital con el resto del país por el cierre de las estaciones de tren, humanamente las consecuencias más graves fueron la falta de electricidad, gas y sobre todo agua potable, sin olvidar la basura que flotaba libremente por las calles. Tomó dos meses y medio para que el Sena regresara a su nivel por debajo de los 3,20m, y más de tres meses para que reabriera el metro y  desaparecieran los malos olores.

Para evitar un nuevo desbordamiento del río, las autoridades municipales hicieron obras a largo de la cuenca. A continuación, algunos ejemplos: entre 1910 y 1930, se eliminaron presas y reconstruyeron puentes que permitiesen un mejor paso del agua. Más adelante, se escavó la cama del río, para hacerla más profunda; y finalmente entre 1980 y 1990, se crearon varios reservorios artificiales cuenca arriba, para controlar los niveles del río.

Sin embargo, hoy sabemos que dichas obras pueden reducir el alcance de un desbordamiento del río, pero no son suficientes para eliminar completamente el riesgo de inundaciones. Por ejemplo, actualmente, los reservorios pueden retener 830 millones m³ de agua (y en 1910, corrieron por el Sena entre 3 y 9 mil millones de m³). A esto debemos sumar que en 100 años, la vulnerabilidad de la capital ha aumentado causa de la presión demográfica (París pasó de 4,5 millones de habitantes en 1910 a 10 millones en 2016), incrementando la densificación y actividades económicas en zonas de riesgo de inundación.

Otro factor de vulnerabilidad, es la multiplicación de redes subterráneas: además de las famosas catacumbas, París cuenta con 8 a 9 niveles de subsuelo compuesto por bóvedas y estacionamientos, canalizaciones para gas y teléfono, alcantarillado, túneles del metro (la última línea construida, la 14, se encuentra a 25m por debajo de la capa freática), fibras y trenes metropolitanos que pueden ser vectores potenciales de circulación y filtración del agua (sobre todo al no conocer bien la cartografía).

Y así como la ciudad luz, las ciudades de América Latina y el Caribe son vulnerables a las inundaciones: entre 1970-2013, el desastre natural por inundación fue el más frecuente de todos los desastres naturales en nuestra región. La mediana de daños económicos por desastres es la más elevada del mundo (0,18% del PIB por evento). En los últimos años, dado el incremento de dichos fenómenos por los efectos del cambio climático, nuestros gobiernos deben integrar el riesgo a inundaciones en las políticas públicas de planificación urbana, coordinando entre diversos actores a todos los niveles, en distintas ciudades e inclusive países. La resiliencia pasa por campañas de información y concientización así como por normas de construcción desde viviendas hasta obras publicas de infraestructura (de agua, electricidad y transporte).

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