Este blog fue publicado en Urbe y Orbe del Banco Interamericano de Desarrollo
Dicen que soñar no cuesta nada. Lo que cuesta es hacer realidad los sueños. Si analizamos como en el último siglo algunos visionarios soñaron las urbes del futuro, tanto en su realización optimista como catastrófica, constatamos que sus perspectivas se plasmaron, por suerte, sólo en parte. Y esto se debe a que las predicciones sobre la evolución (o involución) de las ciudades serán siempre limitadas, ya que están altamente condicionadas, entre otros factores, por uno de nuestros sentidos más desarrollados: la vista. Por ello, las visiones urbanísticas difícilmente sean multisensoriales. En la realidad, las ciudades parecen comportarse como organismos que revelan formas, texturas, sonidos, olores, colores y hasta sabores muy particulares, los que se encuentran en constante transformación.
Estas ideas están rondando en mi cabeza desde hace tiempo. Me han hecho pensar mucho sobre la ciudad en donde actualmente vivo y trabajo: La Paz, en Bolivia. En el pasado, los Aymara la soñaron como la “Chacra de Oro” o Chuquiago Marka, serpenteada por un río aurífero, junto a la guardiana protección del Illimani. Los españoles la rebautizaron “Nuestra Señora de La Paz.” En tiempos más recientes La Paz, tal como la llamamos hoy, tuvo un sinnúmero de transformaciones, las que epitomizan diversas tendencias arquitectónicas, expresiones artísticas y a su gente. Resalta en este contexto la impronta Aymara, la cual impregna la vida citadina de costumbres, ritos, dioses y un idioma vivo, los que le otorgan características particulares en América Latina.
Ante tanta riqueza multisensorial, me he preguntado muchas veces ¿Cómo sería La Paz del futuro? ¿Cuál sería su mejor versión urbana? ¿Qué habría que priorizar para volverla más maravillosa? Cerré los ojos y vino inmediatamente a mi mente una inspiradora presentación de Chris Downey, un destacado arquitecto y planificador de San Francisco, California, que se quedó ciego a los 45 años como consecuencia de una enfermedad cerebral. Más allá de su valentía e ingenio para seguir ejerciendo la arquitectura, llama la atención cómo esta condición, en principio fatal para un arquitecto, se ha transformado en una fuente de inspiración para nuevas generaciones de planificadores urbanos. He aquí algunos de sus “puntos de vista” sobre la ciudad del futuro.
Si las ciudades se diseñaran considerando como moradores prototipo a personas no videntes, se tomarían en cuenta algunos aspectos que de otra forma serían ignorados. Por ejemplo, toda urbe posee un mundo de información sensorial disponible para todos. Si prestamos atención, cada ciudad y sus distintos distritos tienen olores particulares que permiten ubicarnos espacialmente. Incluso, existe una sinfonía de sonidos sutiles característicos de cada lugar, los cuales pueden vincularse a lugares, intersecciones o edificaciones determinadas. De esta manera, aun siendo ciego, es posible saber dónde uno se encuentra, cómo moverse y hacia dónde ir. Para muchas personas sin este impedimento, estos indicios pasarían probablemente inadvertidos. Chris también señala que la ceguera se ha convertido en una gran experiencia multisensorial, al punto que con su bastón puede distinguir las diversas texturas del piso. Con el paso del tiempo, le ha permitido construir un preciso mapa mental para determinar dónde está y hacia dónde ir.
Ante estas consideraciones, las ciudades del futuro tendrían que ser más accesibles para todos. Chris priorizaría la construcción de amplias redes peatonales con variadas opciones de tiendas, negocios y servicios a nivel de la calle para atender las demandas de sus transeúntes, sin la necesidad de tener que trasladarse a localidades alejadas. Las aceras serían más generosas y su tránsito mucho más predecible, debido a la menor cantidad de obstáculos y a una tecnología orientada a brindar mayor información sensorial: auditiva, táctil y visual. Los espacios entre las edificaciones se delinearían para balancear las necesidades cotidianas de la gente y la de los medios de movilidad. Además, estas ciudades del mañana tendrían una extensa red de transporte masivo, multimodal, interconectado y por sobre todo accesible, la que permitiría trasladar cualquier persona a cualquier lugar, evitando el uso indiscriminado de automóviles.
Urbes para todos
Desde un punto de vista social, la ciudad del futuro sería también más inclusiva. Una de las cosas que Chris aprendió es que tanto la ceguera como otras limitaciones físicas cruzan sin distinción las fronteras étnicas, sociales, raciales y económicas. De hecho, gran parte de estas restricciones pueden convertirse en un proveedor igualitario de oportunidades. Por ello, las autoridades de las ciudades futuras se esforzarían en incorporar a sus mal llamados discapacitados a las diversas actividades económicas, sociales y culturales urbanas, ya que su ausencia implica una pérdida significativa de valiosos recursos humanos y creativos.
Pese a los avances logrados en las últimas décadas en las urbes de nuestra región, la accesibilidad y la inclusión social son temáticas pendientes. En el caso de La Paz es muy común ver calles y edificios en construcción sin la adecuada protección para peatones, mobiliario urbano en mal estado o erróneamente ubicado, áreas centrales con aceras angostas donde se prioriza la movilidad vehicular, señalización e información urbana deficiente, superficies desniveladas o rotas, basura colocada en cualquier lugar y a toda hora, alta contaminación sonora, sistemas de transporte obsoletos y desarticulados, automóviles estacionados en aceras, y la lista sigue… Incluso, más allá de los esfuerzos realizados, nuestra ciudad está todavía lejos de incorporar a gran parte de las personas con capacidades diferenciadas a la fuerza laboral, tanto a nivel público como privado.
Esta “ceguera” colectiva nos afecta a todos, haciendo nuestra vida citadina más difícil, improductiva y riesgosa. Como corolario, sueño con La Paz en donde se privilegiaría el respeto por todos sus habitantes. Con espacios internos y externos diseñados no sólo para aquellas personas con capacidades especiales, sino también para niños, madres embarazadas y adultos mayores. En definitiva, sería un hábitat más hospitalario, inclusivo y sostenible. Si todos actuásemos teniendo en cuenta a los no videntes como punto de partida, estoy seguro que podríamos construir hoy una Chuquiago Marka mejor para futuras generaciones.
Por
Alejandro Javier López-Lamia es staff del BID desde hace aproximadamente 15 años. Actualmente es Especialista Líder de la División de Gestión Fiscal, Municipal y Desarrollo Urbano (FMM). Ha desempeñado diferentes funciones en las áreas operativa y estratégica del Banco, en los Estados Unidos, Honduras y Ecuador. Actualmente, vive y trabaja en Bolivia, a cargo de la cartera de Desarrollo Urbano, Vivienda y Patrimonio Cultural de FMM. Antes del Banco, trabajó como docente, investigador y periodista en Argentina. La mayor parte de sus estudios académicos los realizó en Japón. Posee una Maestría y PhD en Relaciones Internacionales y Políticas Públicas para el Desarrollo de Sophia University, Tokio. Es ciudadano argentino.
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