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La sentencia alusiva a que ‘quien desconoce la historia estará condenado a repetirla’ no referencia al pueblo humilde, pues por desinformado hasta pudiera excusarse su falta; la sentencia señala, antes bien, a aquellos que teniendo el poder para informar sugieren falacias que minan de a poco, pero con eficacia, la opinión popular.

“Desconcertado” resulta un adjetivo mínimo para calificar el estado de quienes hemos escuchado en noticias recientes que Álvaro Uribe Vélez, el ex-presidente que da la impresión de patalear para no serlo, podría alcanzar el poder ajustando sus piezas políticas encabezando una nueva lista al Senado de la República; para quienes sí conocemos de cerca el embate de la guerra, carece de sentido que algunos medios de comunicación se parcialicen ante la noticia, dejando entrever sus intenciones para militar. Ha tenido mayor trascendencia este suceso que las declaraciones bajo juramento hechas por antiguos paramilitares y que implican, de manera directa o indirecta, al ex-presidente; mayor que el innoble y traicionero acto de suprimir el agradecimiento al General (r) Mauricio Santoyo de la última edición de No hay causa perdida: un falso positivo editorial, si se le mira con sorna. Al parecer, para lograr ocultos intereses, la traición no es un pecado sino una virtud.

¿Cómo no sucumbirá el pueblo colombiano al error de ser seducidos por el ex-presidente, si los medios de comunicación urden a su favor una campaña desde ahora? La sentencia alusiva a que ‘quien desconoce la historia estará condenado a repetirla’ no referencia al pueblo humilde, pues por desinformado hasta pudiera excusarse su falta; la sentencia señala, antes bien, a aquellos que teniendo el poder para informar sugieren falacias que minan de a poco, pero con eficacia, la opinión popular. El resultado ampliamente difundido de este proceso de seducción mediática ha inflamado el índice de desigualdad entre nosotros, dejando a su paso la imperante ola de inseguridad en nuestras ciudades y el panorama desgarrado en el campo. La influencia de quienes ostentan el poder, como se sabe, alcanza primero a los mass media. Ayer, en el Carnaval de las Artes, Armand Mattelart apuntalaba la vigencia temática que sobre este aspecto abordó en Para leer al Pato Donald.

No se crea, sin embargo, que el resultado señalado fue producto del reinado de Uribe desde su posesión en 2002. El colombiano no olvida que tanto la guerrilla como el gobierno nacional han aplastado por décadas al ciudadano humilde y honesto. Empero, el reinado del ex-presidente sí facilitó el fortalecimiento de la violencia organizada en el sector rural y su avasalladora influencia en las ciudades principales. No se desconocen las denuncias relacionadas con grupos paramilitares que extendieron sus crímenes durante este período auspiciados por el gobierno y, aunque resulte increíble, hasta se tomaron el Congreso para exponer sus ideales antes de acogerse a las leyes nacionales o firmar un acuerdo de paz, como lo reseñó en su momento Héctor Abad Faciolince en la Revista Semana. Hasta ahora, el ex-presidente ha rechazado las acusaciones de quienes lo vinculan con el paramilitarismo con berrinches, insultos y la débil afirmación de que quienes lo acusan son mentirosos y, por tanto, terroristas. Sinónimos perfectos en su frágil defensa.

Que recuerde, también fueron temibles terroristas dentro su mandato los miembros de la oposición, los periodistas conscientes de que algo andaba mal, los verdaderamente honorables magistrados de la corte. Fueron tantos los abusos de que se señalan al gobierno de Uribe que me atrevo a imaginar la historia de un periodista que alcanza la jubilación sólo dedicado a publicar una columna diaria sobre ello; antes de morir, el personaje lamenta el no haber expuesto todos los detalles en cada nota publicada. Un relato breve, bajo la concepción cortazariana del knock-out, ganaría en el primer asalto.

Pero las ‘chuzadas del DAS’ no fueron el único entremés del gobierno. No olvidamos a las víctimas del conflicto, aunque se hayan tejido programas para restablecer sus derechos. ¿Acaso hemos olvidado al señor Aicardo Ortiz Tobón, padre del soldado John Fredy Ortiz Jiménez, quien sufrió una despreciable ejecución en aras de ofrecer resultados en la mal llamada Política de Seguridad Democrática? ¿Qué de los campesinos que también hacen parte de las altas cifras de falsos positivos? ¿Qué de aquellos cuerpos sin cabeza que flotaban en el Magdalena mientras la abuela, junto a otras mujeres, lavaban sus ropas en el río? Para quienes conocemos los embates de la guerra, es sabido que durante el gobierno de Uribe este tipo de noticias se desconocían porque los medios se dedicaron a promocionar sus supuestos logros y a desinformar (léase ignorar) con respecto a las denuncias del pueblo ensangrentado. Cuando cortes internacionales amasen el cartapacio de evidencias, ¿qué dirá el ex-presidente? ¿Cómo reseñarán los medios la noticia? Sólo espero que el ambicioso del poder no tache de mentirosa a la abuelita y le haga repetir, como repitieron miles de campesinos colombianos por ocho años consecutivos, que ‘en este pueblo nunca ha pasado nada’.

Los medios neutrales, sin embargo, no parcializan la información. Los periodistas conscientes de su labor y dedicados responsablemente a su profesión procuran publicar una nota luego de una severa investigación, para no difundir ni mentiras ni verdades a medias. Para ellos van estas líneas, cargadas de impotencia. Ignoro si la justicia actuará basada en las evidencias, lo cierto es que Colombia no ha olvidado que el Mesías prometido resultó siendo una invención mediática que ahora intentan resucitar.
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Narrador y ensayista. Magíster en Literatura Hispanoamericana y del Caribe (Universidad del Atlántico). Director de REESCRIBA y de su Revista Electrónica de Estudios Literarios (ISSN: 2145-6844)

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