No es vergonzoso ni repugnante el que un pueblo esté divido entre dos aguas, entre un gobierno que ha erradicado los niveles de analfabetización en un tiempo breve y una oposición que considera que las cosas deberían seguir como venían antes del gobierno de Chávez.
Que se intente persuadir al lector con argumentos sólidos está bien, pero que se empleen falacias descaradas para hacerlo resulta una bofetada a la dignidad de una audiencia que ya no traga entero. Eso fue, precisamente, lo que se propuso el exministro Fernando Londoño en su columna de ayer en este diario, titulada «Golpe en Venezuela». De carácter incendiario en su intención, el texto se diluye bajo la levedad de sus argumentos.
En líneas generales, Londoño critica el proceso electoral en Venezuela, desde el momento en que la rúbrica de Hugo Chávez designaba por decreto a Nicolás Maduro, entonces vicepresidente, como presidente encargado de la nación, hasta el anuncio del CNE que declaraba al personaje en mención como Presidente elegido democráticamente.
El argumento central del columnista refiere que el proceso electoral venezolano es «repugnante», pues este se realizó con anomalías diversas. Lo cierto es que ha sido la oposición quien ha insistido en que hubo fraude, aunque pocas horas antes de conocerse los resultados esa misma oposición declaraba que reconocería la victoria del candidato oficial si así lo hubiese decidido el pueblo. Los países democráticos eligen a sus dirigentes con el propósito de que los representen, de que tomen decisiones que respalden al pueblo entero. Oponerse a un resultado electoral es apenas comprensible si se tiene en cuenta que la oposición venezolana ha intentado por medios democráticos y antidemocráticos la obtención del poder. Si desde 1999 las mayorías han rechazado en las urnas las propuestas de la derecha, organizar un golpe de estado es la mejor alternativa para una oposición desesperada.
Si han de tildarse como repugnantes las elecciones en el vecino país, ¿qué adjetivo hemos de emplear los colombianos para referirnos al atípico proceso de reelección del expresidente Uribe? Las confesiones de diversos paramilitares apuntan a una dirección que no le gusta recordar a Londoño. Los testimonios en el caso de la Yidispolítica también revelan la manera en que se gestó la prolongación de Uribe en el poder. Aunque fungió como ministro de Interior y Justicia, Fernando Londoño Hoyos parece olvidar que bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez las fuerzas paramilitares influyeron a tal grado en la política nacional que se dieron el lujo de decidir quiénes podían presidir alcaldías o gobernaciones en regiones enteras.
No es vergonzoso ni repugnante el que un pueblo esté divido entre dos aguas, entre un gobierno que ha erradicado los niveles de analfabetización en un tiempo breve y una oposición que considera que las cosas deberían seguir como venían antes del gobierno de Chávez. Si hubo fraude en el proceso electoral venezolano, que sea su justicia quien evalúe las evidencias y emita un veredicto. No resulta conveniente emitir juicios si no se tiene un cuadro completo de los hechos, mucho menos cuando no se muestra objetividad y se pretenden «analizar» los asuntos desde el lado más empañado del panorámico.
Sólo cuando no se quiere la paz para generaciones que hemos nacido en tiempos de guerra, incendiar a toda costa un proceso legítimo es un fin noble. El postrer propósito de la columna de Londoño es ese, excusar la ausencia de respaldo al proceso de paz en Colombia enlodando a un gobierno que sí ha alentado las negociaciones en la Habana. Desde toda perspectiva, la guerra es más rentable como modelo de negocio que la paz entre la sociedad honesta.