¿Se ha puesto usted a pensar qué le gusta y qué no le gusta de la ciudad donde vive? Mi ciudad es Bogotá, la capital de Colombia, la de los 8 o 9 millones de habitantes, la de los huecos y los sitios in, la de los brazos abiertos, la de la multiplicación de las motos y los 392 kilómetros de ciclorrutas, la del sol veraniego y los aguaceros salvajes, la de Monserrate y Guadalupe, la de los trancones monumentales, la de la oferta cultural y el civismo embolatado…
¿Qué Me Gusta y qué No me gusta de mi ciudad?
Me gusta que mi vecino de barrio saque a su mascota a pasear y a hacer sus necesidades. Pero no me gusta que lleve la bolsita de “pantalla”, se haga el loco y no recoja lo que hace su perrito.
Me gustan las mujeres audaces de mi ciudad, cada vez más dueñas de USV o vehículos grandes, manejando con destreza. No me gustan las que arriesgan su vida y las de los demás maquillándose mientras conducen.
Me gusta que la gente ahorre tiempo y dinero. Pero no me gustan los conductores insensatos que, por no pagar parqueadero, parquean en mitad de una calle excesivamente transitada y arman embotellamientos absurdos y fenomenales.
Me gusta de Bogotá (la verdad, no es que me guste, lo prefiero) el circo que se arma en los semáforos, con saltimbanquis y malabaristas estilo Circo del Sol haciendo acrobacias por unas cuantas monedas. Los prefiero a los “limpiavidrios” de algunos semáforos, que “limpian” a las malas y que si tú no les das monedas te rayan el carro y hasta te escupen (me pasó).
Me gusta que queramos hacer de esta una ciudad tipo París, con mesitas, parasoles y banquitas en las aceras, para disfrutar de un tinto o un juguito. No me gusta que para ello los dueños de estos sitios se apoderen del espacio público y el peatón no tenga por dónde caminar.
Me gusta de Bogotá que cada vez más personas, sobre todo mujeres, se desplacen en bicicleta. Pero no me gusta que algunas de ellas (y ellos) crean que las normas de tránsito son exclusivas para los carros, que se sientan inimputables por ayudar al planeta y exentos de toda regla, y que, por lo mismo, pueden pasarse los semáforos en rojo cuando quieran.
Me gusta de Bogotá que cada vez construyen más centros comerciales, lindos y espaciosos. No me gusta que no se planee su construcción y que su llegada signifique un caos en el tráfico del vecindario.
Me gustan los amigos taxistas porque se la ganan duro, conduciendo todo el día por una ciudad sin vías y con exceso de parque automotor. Pero no me gustan los que me preguntan para dónde voy, los que escuchan su música a todo volumen, los que tienen “muñequito” y los que me imponen la ruta para llegar a mi destino.
Me gusta TransMilenio aunque lo ataquen y le tiren piedras. Pero no me gustan las historias que me cuenta la cajera del banco al que acudo: que sí, que es muy rápido, que de Suba a La Alhambra se demora 15 minutos, pero que debe esperarlo una hora y 10 minutos en la estación.
Me gusta que se promueva la construcción en mi ciudad porque eso genera empleo. Pero no me gusta que barrios tradicionales como Pasadena estén siendo convertidos en edificios de oficinas.
Me gusta la opción de las motocicletas para hacerle el quite a los trancones. Pero no me gusta la manera temeraria como algunos de los motociclistas conducen: en zigzag, desafiantes y atravesándose.
Me gustan de Bogotá las ciclovías (soy usuaria de ellas). No me gustan los que creen que estos espacios son pistas de ciclismo o de patinaje, que hay que practicar la contrarreloj y andar volados, sin importarles que también la usan niños que apenas están aprendiendo a montar en bicicleta.
Me gusta de Bogotá que tiene muchos sitios para mostrar. Pero no me gusta que la señalización es escasa o ausente y los turistas se pierden.
Me gusta que en mi ciudad se promueva la inteligencia vial. Pero no me gusta que algunos crean que inteligencia vial es “viveza vial” y hagan los giros en segundo y tercer carril sin hacer la fila.
Me gusta ver a jóvenes mujeres policías dirigiendo valientemente el tráfico. Pero no me gusta verlas más allá de las 6 de la tarde porque, irremediablemente, pienso en su seguridad.
Me gusta que en Bogotá cada día hay más y mejores restaurantes. Pero no me gusta que sus dueños estén convencidos de que todos ganamos en dólares.
Me gusta de Bogotá el que sea una ciudad de brazos abiertos. Pero no me gusta que algunos de los que no son bogotanos no la aprecien, no la cuiden como lo que es: la casa de todos.
Me gusta que todos queramos ser buenos ciudadanos, cívicos, solidarios. Pero no me gusta que no superemos el discurso y no actuemos como eso, como buenos ciudadanos, en todo momento, en cada rincón de mi ciudad y en cada esquina.
Me gusta que los líderes de mi ciudad piensen en cómo mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Pero no me gusta que el que esté ponga retrovisor y el que se fue torpedee todo lo que se hace por cambiar la historia de esta bendita ciudad, golpeada a veces por la ineficiencia, a veces por la corrupción y otras veces por la falta de civismo.