Admiro a quienes, todas las mañanas, temprano, en medio del frío, de la niebla, del esmog, de la contaminación auditiva (léase “pitadera”), de los riesgos de seguridad, de los taxis, de los buses del SITP y los camiones, de los vehículos Ovehículos particulares, del tráfico infernal de esta ciudad, salen de sus hogares y emprenden rumbo hacia sus lugares de trabajo montados en su caballito de acero. De verdad, los admiro.

Y me doy cuenta de que últimamente son más las mujeres las que se han tomado en serio la opción de la bicicleta para atravesar la ciudad y llegar, puntuales, a su trabajo. Las ve uno en sus maquinitas de tonos pastel, canastilla y guardafangos estilo “vintage”. Me encantan. Recorren la ciudad, atraviesan parques y desafían el tráfico en sus bicicletas como sacadas de la película de Bertolucci. Puras estampas europeas.

Se necesita valentía para andar las vías sobre una bicicleta en esta ciudad o en cualquiera otra en estos tiempos de vértigo, de carreras, de afanes, de intolerancia y de contaminación.

Y me gusta que el Distrito promueva el uso de la bicicleta con campañas, con mensajes en medios de comunicación y con más kilómetros de ciclorrutas. Es, como dicen, un medio de transporte limpio, saludable y efectivo si queremos hacerle el quite a la infinidad de trancones de esta capital.

También me gusta, por supuesto, que algunos concejales y exconcejales impulsen este medio de transporte y den ejemplo movilizándose en bicicleta.

Todo eso me gusta.

Lo que no me gusta de algunos usuarios de bicicleta, un alto porcentaje de ellos, hay que decirlo, es que parece que, precisamente por ese impulso y la predominancia que la administración distrital le está dando al uso de este medio de transporte sobre el vehículo particular, se sientan con patente de corso para desconocer las normas de tráfico. Es más: muchos creen, incluso, que las normas de tránsito son solo para los vehículos, que no los cobija a ellos, que están exentos, libres de cualquier control.

Entonces, los ve uno venir en contravía por una avenida concurrida; aparecerse abrupta y velozmente en un cruce en el que hay que parar (¡pero no paran!), ¡pasarse el semáforo en rojo! porque consideran que “eso”, el semáforo en rojo, “alerta”, “pare”, es para los vehículos… otro tipo de vehículos… los de cuatro ruedas.

Y en las vías algunos se sienten como Joseph Gordon-Levitt en la película “La entrega inmediata”. Mensajero él, zigzaguea entre los carros a una velocidad bárbara, desafiando los vehículos, atravesándoseles sin respetar ni carriles ni peatones.

En Bogotá, en las áreas donde el vehículo automotor va a cruzar y hay ciclorruta, ahora aquel es el “invasor”. La bicicleta tiene prioridad y algunos ciclistas ya no miran antes de cruzar, ¡ni siquiera por su propia seguridad! Están exponiendo su vida porque “ahora ellos llevan la vía”. ¿Si los conductores de automóviles deben estar pendientes de que no vengan bicicletas, por qué los ciclistas no deben estar atentos de que no vengan automóviles?

Qué bueno que el Distrito promueva el uso de la bicicleta. Pero si no hay mayor control en materia de normas, si los ciclistas no toman conciencia, si no dejan de creer que están investidos de privilegios por el hecho de estar contribuyendo con el “cuidado del planeta”, en unos pocos años -o meses- va a ocurrir lo mismo que está pasando hoy con las motos en esta ciudad: que son las principales causantes de accidentes, por su imprevisión, su falta de control, su temeridad.

Ciclistas, sí. Todos los que quieran. Pero que acaten también, y siempre, las normas de tránsito. Que el Distrito promueva el uso de la bicicleta está muy bien. Pero, al tiempo, debe generar conciencia entre los ciclistas de la importancia de cumplir las normas de tránsito no solo para la seguridad de los demás, sino por su propia seguridad.

Y que los policías de tránsito asuman. Que no miren a los usuarios de bicicleta como parte del paisaje urbano, sino que también los controlen, los llamen a la prevención, al orden, al cumplimiento de las normas de tránsito.