No nos digamos mentiras, decir la verdad, no es fácil. Aunque moralmente, éticamente, etilicamente y de casi todas las formas existentes está mal hacerlo, sin embargo en muchas ocasiones no nos queda otra salida. No con esto quiero justificar a quienes lo hacen por deporte, esos si que deben ser castigados con todo el peso de la verdad. 

Hace unos meses, me llegó una invitación para ser profesora voluntaria, sin duda una labor hermosa, el espacio perfecto para devolverle al mundo lo que me ha dado -considero que me ha dado mucho, tanto que no tengo trabajo- es difícil de creer, pero muy en el fondo y después de muchísimas capas de hostilidad, odio, sarcasmo, tiranía y antipatía, tengo un corazón. Por lo tanto servirle a la comunidad y ayudar niños en situación de vulnerabilidad, podría ser una buena estrategia para combatir el karma, hacerle un engaño a la ley cósmica de retribución. 

Asistí a la primera reunión, todo parecía completamente normal, me sentía emocionada con la idea de compartir algo de muy ¨buen¨ corazón y de lo poco que sé, con unos pequeños que en su vida no tienen más que problemas y dificultades. Nos preguntaron a los voluntarios qué sabíamos hacer, qué podríamos enseñar y nuestra disponibilidad horaria. Y allí estaba yo, siendo la mejor persona del mundo, mostrando lo mejor de mi y escondiendo lo peor. 

Las mentiras y los problemas llegaron a la segunda reunión, no sabía dónde esconderme. Hacerlo detrás de unas mentiras no iba a ser suficiente. Todo este entorno romántico y caritativo comenzaba a caerse ante la aparición de otra gran mentira y quizá la más grande de la historia de la raza humana. Estaba sentada como voluntaria en una fundación cristiana. ¿Qué hago? ¿Dónde me escondo? ¿Porque demonios la tierra no se abre y me traga? Siempre pensé que esos lugares santificados tenían un detector de almas impuras a la entrada, que evitaban que personas como yo entraran, por seguridad mía y de ellos mismos. 

¿Se demora mucho está reunión? Es que se me olvidó que dejé la puerta de mi casa sin llave. Debo recoger a mi abuelita y llevarla a hacerse la diálisis. Acaban de estrellar a mi madre, cuando iba camino al cementerio a visitar la tumba de mi hermano y debo socorrerla. ¡Maldita sea! ¿Por qué nadie me llama al celular? Ofrézcanme lo que sea una nueva tarjeta de crédito, un premio en un hotel en Santa Marta, un seguro de vida, lo que sea, juro que lo compro. No tengo forma de escapar, estoy atrapada ante ésta secta por horas, oyendo su discurso que no ejerce nada en mi, más que bostezos y ganas de morir sin conocer el cielo. Finalmente culmina la reunión más larga de mi vida y salgo corriendo despavorida del lugar, no sin antes entregar erradamente mis datos, tanto número celular como correo electrónico. Ocultar la verdad para salvar mi pellejo, los niños que hagan con sus miserables vidas lo que puedan.

Camino a casa, me detengo y me tomó un trago para calmar la mezcla de sentimientos. Pasan algunos días, y con ayuda de no sé quién, pero estoy segura que no fue del ¨Señor¨, un miembro de la congregación se las arregla para dar nuevamente con mi número y me llama una vez más a invitarme con su dulce voz a una nueva reunión. No puede decirle que no siento ni el más mínimo interés de participar en sus actividades. Mis principios rechazan todo lo que tenga por delante una mentira, pero entonces me estoy convirtiendo en una mentirosa más, la peor de todas, le voy a coartar a unos niños la oportunidad de tener un futuro mejor. 

Ocultaré la verdad, no puedo asistir a la reunión, porque tengo otro compromiso -un compromiso con mi fe, de no tener fe. Así que me quedaré en mi casa leyendo y haciéndome más inteligente, para no compartir mi conocimiento con esos niños y mucho menos con ustedes- pero para la próxima reunión, no duden en llamarme, seguro estaré allí. -Suplicando que no lo hagan o que se me ocurra algo brillante para decirles la verdad- Mis plegarias no son escuchadas por nadie, pero claro, soy atea. Me llaman nuevamente, esta reunión si es fundamental, es importantísimo que asista. Infortunadamente estoy en un viaje mental fuera de la ciudad y vuelvo hasta dentro de una semana, me resulta imposible asistir, me muero de la vergüenza.

He ocultado la verdad durante meses, pero no encuentro el valor para decir la verdad. Sincerarme y manifestar que no pienso ayudar, que odio que me llamen un viernes a invitarme a una reunión el sábado en la mañana. Que no me importa en absoluto su causa, que conmigo es causa perdida, que no esperen nada de mi, porque no pienso dar nada. Esa es la verdad. 

Síganme en Twitter: @Des_empleada