Como Ciudad Gótica,  Bogotá llena algunas de sus noches con personajes estrafalarios. Seres de capas celestes o máscaras infernales que juran dejar sangre en el cuadrilátero.
Los enmascarados rondan los coliseos de la ciudad desde los años 60… ¡Enjaulados, encadenados al cuello, vale todo…  buses a todos los barrios… !
A aquellos enmascarados se les cayó el pelo, les creció la barriga y se les descolgaron los músculos. La ciudad y los años terminaron por vencer a los Enterradores, al Siniestro, al Rayo de Plata.
Pero como el inmortal Fantasma, de Lee Falk, los hijos y nietos de aquella generación reemplazaron a los antiguos gladiadores. Los de antes eran mecánicos, carpinteros y albañiles. Ahora algunos de sus descendientes van a la universidad y se anuncian por la Internet.
Los hijos de los enmascarados
Una nueva generación de rudos y ‘estilistas’ intenta revivir las veladas de  lucha libre en Bogotá. Algunos, como El Cuervo, Dick Misterio o Sagitario son herederos de viejas glorias de ese deporte.
José Navia
Sagitario es un luchador enmascarado, rudo y mañoso. De aquellos que les echan limón en los ojos a sus enemigos para molerlos luego a patadas mientras los aficionados les gritan… ¡sucio… cochino…! ¡Por qué no le pegas a tu madre…!
Pero cuando se quita la máscara, Sagitario se convierte en un apacible y dócil padre de familia. Compra algodón de azúcar en los parques y lleva a sus dos hijas a ver películas como Pollitos en fuga o Garfield. Y de noche, suaviza su voz para anunciar baladas y boleros en una emisora de Bogotá.
Sobre el ring, este hombre se considera un digno heredero de las artimañas de su padre, Rasputín, un luchador sucio de la época dorada de la lucha libre, en los años 70. Lo apodaban ‘rompehuesos’, porque le partió la clavícula a un rival durante un combate.
Sagitario, junto con El Cuervo, Dick Misterio y El Verdugo hacen parte de la nueva generación de luchadores bogotanos. Son quince, y se alistan para una temporada de ese deporte en el Coliseo El  Campín.
Las veladas se realizarán todos los jueves a las 7 de la noche y tendrán un  gran despliegue técnico, con pantalla gigante, luces y sonido “al estilo de los espectáculos que los aficionados están acostumbrados a ver por los canales de cable”, explica Ismael Ayala, uno de los promotores de la temporada de lucha libre.
Igual que Sagitario, algunos de estos enmascarados son descendientes de gladiadores de otras épocas. A ellos, los bogotanos los vieron perder sus máscaras y cabelleras, y luchar enjaulados y encadenados, o sin límite de tiempo, en el coliseo El Salitre o en la arena de la avenida Primero de Mayo.
Algunos de los que ahora esconden su rostro detrás de un trapo, están familiarizados con la lucha libre casi desde que dejaron el tetero.
Dick Misterio, un joven luchador de los llamados ‘estilistas’, debido a sus acrobacias y limpieza en la pelea, es nieto del tenebroso Enterrador II, quien lo recogía de niño en la casa de sus padres, en Soacha y, junto con sus tías, lo llevaba religiosamente a las veladas de los sábados.
“Al principio no sabía que mi abuelo era luchador, hasta que un día, arreglando la maleta, le vi la máscara y le pregunté: ¿De quién es eso? ¿Es tuyo, cierto abuelito?”, recuerda Dick Misterio.
Entonces tenía 6 años. Luego supo que dos de sus tíos eran los temibles Ray Centella y Black Terror. Dick Misterio está casado con una aficionada que se enamoró a primera vista del personaje enmascarado.
Durante seis meses, la aficionada gritaba su nombre desde las graderías, lo animaba a destrozar a sus rivales y lo abordaba después de cada pelea. Hasta que el enmascarado cedió a la tentación. Un domingo, Dick Misterio le puso una cita para ir a cine y le llegó sin la máscara.
Ahora ella lo acompaña los sábados a trabajar en ‘El Madrugón’, un mercado de San Victorino, donde Dick Misterio vende blusas de lycra para hombres “de esas que se pegan al cuerpo”.
El Cuervo, otro rudo de la nueva camada, también tiene sangre de luchador. Es sobrino de El Siniestro, a quien, desde niño, veía usar sus trucos sucios contra el rival de turno.
Cuando no tiene su disfraz, El Cuervo es coordinador de ambulancias en una EPS de Bogotá. Allí cumple un turno de 12 horas, de 7 de la noche a 7 de la mañana.
Su trabajo consiste en conseguir camas de hospital, exámenes y especialistas a más de cien personas que, en promedio, llaman durante la noche. “Es agotador, todos los casos son urgentes”, dice.
A El Cuervo le gusta ser rudo. “Uno tiene más facilidad para sacar ese estrés que guarda por el trabajo. El luchador técnico tiene que hacer todo bien, todo muy bonito. El rudo, no. Uno saca la tabla y les pega a los rivales, lanza la mesa, los asientos, patea, grita, insulta… eso desestresa más”, dice.
Entre los nuevos luchadores bogotanos hay estudiantes de las universidades Nacional, Distrital y La Salle, un vendedor de publicidad y un cajero de banco, entre otros.
La mayoría de ellos proviene de barrios como las cruces, donde vive Nightman; San Cristóbal sur, donde tienen su hogar Orión, Tony Guerrero y Dick Misterio. O Suba, Tunal, Kennedy, Restrepo o Villa del Prado.
Los más conocidos de este grupo son Fishman, el más veterano, y los Gemelos Halcón, un par de estilistas, alumnos del legendario Rayo de Plata, y especialistas en saltos acrobáticos.
Todos ellos son amigos hasta que se ponen la máscara. Entonces, se reviven feroces rivalidades como la que mantienen el Gemelo Halcón I y Sagitario. Este último quiere desquitarse del rapaz por haberle quitado la cabellera en un combate del Festival de Verano del 2005.
Otro que ha jurado venganza es Nightman. Este estilista de traje azul y plata tiene la pelea cazada con el rudo Comando.
Por esos antecedentes, los promotores aseguran que sus muchachos están dispuestos a jugarse, incluso, su máximo tesoro, la máscara, en encarnizados combates.
Quizá entonces, cuando Sagitario, Dick Misterio o El Cuervo pierdan alguna pelea, se conozca la identidad del hombre que vende blusas de lycra en San Victorino, del coordinador de ambulancias o del locutor que anuncia música romántica en las noches bogotanas.