(Bogota – general, por Fonseca, leche)
Jorge Fonseca, un ‘jarreador’de Bogotá, compra los puchos de leche que producen los campesinos de Mochuelo Alto, en el sur de Bogotá.
Crédito: José Navia / EL TIEMPO
En Colombia se venden cada año unos 720 millones de leche cruda. Este comercio, que según el gremio, puede involucrar a unos 6 millones de personas, dejará de existir a partir del próximo 24 de agosto.
José Navia
Editor de Reportajes
Jorge Fonseca sostiene a su familia con un oficio que muy pocos conocen por su nombre y que, además, podría desaparecer dentro de seis días.
Fonseca es ‘jarreador’: vende leche cruda que mide con una jarra de metal. El contenido del recipiente equivale, más o menos, a medio litro del líquido. Sus clientas son amas de casa de los barrios México, Lucero y Alameda, en el sector de Ciudad Bolívar, en el extremo sur de Bogotá.
Al igual que Fonseca, otros cinco jarreadores bajan todos los días desde Mochuelo Alto, un barrio de aspecto campesino ubicado detrás del botadero de Doña Juana, en la carretera que va para Pasquilla, a vender la leche cruda que anuncian con una bocina instalada en el manubrio de su triciclo.
Por lo general, los jarreadores no recurren al pito. Sus clientas les conocen la ruta y los horarios y se estacionan, minutos antes de que estos aparezcan, para alcanzar a intercambiar noticias fugaces de sus hijos o de cómo va el almuerzo del día. A las clientas de los jarreadores no les gusta la “leche de bolsa”. Prefieren la leche que les venden personas como Fonseca, porque les hace nata, dicen que les sabe mejor y es más barata que la pasteurizada.
Fonseca desempeña su oficio desde hace siete años. Antes fue jornalero en los cultivos de Mochuelo Alto y de Quiba, pero estos se acabaron, según dicen aquí, por los costos de los abonos químicos y la falta de tierra adecuada.
Cuando la desesperación lo acosaba, alguien le sugirió que les comprara puchos de leche a los campesinos de Mochuelo y la revendiera en los barrios del pie de la montaña.
Y eso hizo. Todos los días le compra unos 15 litros a Luis Cobos, un anciano que sobrevive en este páramo con su esposa, también anciana, de lo que dan las ubres de sus dos vacas.
Desde el lugar donde está parado, junto a la carretera que cruza por la mitad de Mochuelo, Fonseca señala tres casas dispersas sobre la ladera alfombrada de pastizales… “A ellos también les compro los puchitos que producen”. De pucho en pucho, Fonseca llena dos cantinas de leche, las monta en un campero y se va a venderlas a Ciudad Bolívar.
Fonseca sabe que no podrá volver a hacer esto a partir del próximo 24 de agosto. Ese día entra en vigencia el Decreto 616, que prohíbe la venta de leche cruda en casi todo el país.
El Gobierno sustenta la medida en que la leche es considerado el alimento de mayor riesgo en salud pública y, por lo tanto, debe estar sometido a rigurosas medidas de higiene.
“La gente sabe que tiene que hervir la leche. Las bacterias se mueren a los 65 grados… Eso nos dijeron en un curso de manipulación de alimentos”, dice Fonseca. Es bajito, delgado y tiene tres hijos.
Los jarreadores también tienen fama de echarle agua a la leche… Fonseca se pone serio. “Que hagan más controles, que nos den cursos de manipulación del producto y que enseñen prácticas de ordeño, pero que nos dejen trabajar”, responde.
No existen datos exactos de cuántas personas resultan tocadas por el decreto. Según la Asociación de Pequeños Ganaderos, Enfriadores y Vendedores de Leche en Cantina y sus Derivados, en Bogotá hay más de cinco mil jarreadores, además de los dueños de tanques de enfriamiento y de otros comerciantes de leche que les venden a los fabricantes artesanales de productos como queso, almojábanas, arequipe y yogur. Estos, según esa asociación, mueven 280 litros diarios de leche cruda en Bogotá.
Los datos de la Secretaría de Salud de Bogotá indican, sin embargo, que en Bogotá hay unas 4.135 personas dedicadas al transporte, enfriamiento y distribución de unos 80 mil litros diarios de leche cruda.
Fonseca es uno de ellos. Dice que no sabe hacer más… Los planes de reconversión del Gobierno no le sirven, pues solo tiene un casalote y un plante de 40 mil pesos para ofrecer como garantía a los bancos que le ofrecen préstamos para comprar tanques de enfriamiento.
Fonseca se ríe con solo mencionarle la reconversión. “Un tanque vale más de 20 millones de pesos y sirve para enfriar como 800 litros… ni juntándonos todos los jarreadores de Mochuelo lo podemos comprar y cómo lo vamos a llenar con puros puchitos”, dice.