En la avenida Caracas de
Bogotá, en el tradicional Chapinero, existe un pedazo de
México. A lo largo de una cuadra, docenas de mariachis se
disputan a los clientes que buscan una serenata con rosas y video,
a bajo costo. Los músicos cambian sus apellidos boyacenses o
santandereanos por Juarez, Infante o Negrete. En el lugar se
consiguen pinchos, chorizos de dudosa procedencia, arepas y
papeletas de droga. Aquí comienza, también, el segundo
territorio de ropa usada de Bogotá. Estamos próximos a
San Luis.
COMO UN
MARIACHI
«Su origen boyacense, tolimense o
santandereano lo disimulan con la ropa de charro y con apellidos
mexicanos»
En la fachada
de una casona ubicada sobre la Caracas, entre calles 49 y 50, un
gran letrero anunciaba hasta hace poco la entrada a un pedazo de
México en esta parte de Bogotá: ‘Plaza
Garibaldi’.
Frente al edificio,
sobre la acera oriental, deambulaban docenas de charros con sus
trajes mexicanos y sus instrumentos al hombro. Durante casi un
año, la ‘Plaza Garibaldi’ intentó pelearle a ‘La Playa’
la supremacía como sitio de reunión de los casi 150
grupos de mariachis que existen en Bogotá. Pero el letrero fue
borrado a finales de 1998 y los charros regresaron a ‘La Playa’, en
la misma Troncal de la Caracas, entre calles 53 y 54. Ahora el
lugar se encuentra saturado de músicos.
En ‘La Playa’, los
mariachis se consiguen a cualquier hora del día o de la noche.
Los integrantes de la mariachada, como ellos mismos se denominan,
usan botas texanas de puntera metálica, sarape y sombrero de
alas anchas con tejidos en hilo dorado. Su origen boyacense,
tolimense o santandereano lo disimulan con la ropa la charro y los
apellidos mexicanos. Infante, Juarez y Negrete son los más
comunes.
«Hay clientes que se
sienten mejor si contratan a alguien con nombre mexicano…. aahh,
porque no es lo mismo contratar, por decirle algo, el mariachi de
Wilson Rodríguez que el de Pedro Juarez ¿entiende?. Eso
le da cache», dice un charro que trabaja en la playa hace seis
años.
Entre los charros de
este sector también funciona un comercio especializado en
materia de ropa usada. «Los mismos charros los venden porque ya no
les queda bueno o quieren renovar o dejan la música. Un traje
de músico sin la abotonadura, en buen estado, está
costando entre 40 y 60 mil pesos así de segunda, y de
músico porque el de cantante es más caro, es más
adornado», dice el charro.
Casi todos ellos
protegen sus instrumentos con fundas impermeables de color oscuro.
Algunos se bajan de la acera y caen en gavilla, tarjeta en mano,
sobre la ventana de algún auto que aminora la marcha. Las
vidrieras de las edificaciones anuncian con letreros rojos y negros
a los otros grupos que tienen sus oficinas en el sector. Algunos
manda a pintar la cara de algún reconocido artista
mexicano.
Además de los
charros, durante las noches estas aceras permanecen repletas de
tríos, dúos, conjuntos vallenatos y grupo llaneros que se
pelean los contratos. En medio de los artistas se mueven los
delantales de los vendedores de chuzos, mazorcas, arepas y
chorizos. Aquí tampoco faltan los harapos de los ñeros.
En esta misma cuadra está la primera compraventa de ropa usada
que abre sus puertas sobre la Troncal de la Caracas, en el sector
de Chapinero: Chiros de la 49.
Su propietario, Edgar
Peña, lleva unos 15 años mal contados en el oficio de la
ropa usada: «Yo comencé como saldero, o sea, cambiando afiches
y utensilios plásticos por ropa, en toda la ciudad, y
vendiéndola en la Plaza España. Pero ese es un trabajo
muy duro, me cansé y entonces me propuse tener mi propia
caseta». Con el dinero que alcanzó a reunir adquirió una
caseta de ropa usada en la plaza de mercado de Tunja. Antes de un
año, las pocas ventas lo convencieron de regresar a
Bogotá para abrir un almacén en la calle 66 de Chapinero,
cerca a los almacenes de ropa nueva.
De allí tuvo que
salir por el alto costo del arriendo. Finalmente se instaló,
hace siete años, en la calle 49. De este y de los otros ocho
almacenes que quedan sobre la Troncal o en las calles vecinas,
entre las calles 49 y 50, se surten algunos de quienes utilizan la
Caracas y los sectores cercanos. A Chiros de la 49, María
Luisa, Jhonny’s, Bogotana del Usado y otros almacenes llegan los
porteros de las tabernas a rebujar los estantes en busca de abrigos
y zapatos.
«Los meseros
preguntan por camisas blancas, trajes negros, zapatos y corbatines;
los serenateros y demás músicos quieren chaquetas de
paño. Les gustan mucho las verdes, ‘camel’, negras y
vinotinto. Allí tengo una verde, de talla grande que me
trajeron ayer y ya vino un músico y la separó con cinco
mil pesos», relata Edgar Peña.
Por lo menos tres
veces a la semana pasa una mujer que revende ropa entre las
prostitutas y bailarinas de strip tease de las
‘whiskerías’ y casas de citas de Chapinero. En ocasiones pasa
un coleccionista al que Edgar Peña vio alguna vez en la
televisión diciendo que había traído de Londres un
modelo que encontró en los estantes de su
almacén.
Los andenes se ven menos
congestionados que en el centro, y la gente que visita el sector
comercial de Chapinero camina más desprevida. Aparte de los
mariachis, de los porteros y de los vigilantes uniformados, el
resto de transeúntes no tiene un denominar común. En las
aceras y en los paraderos de los buses se cruzan el muchacho de
jeans, la señora de abrigo de paño, la adolescente de
blusa hindú, el oficinista de traje formal, la estudiante de
falda escocesa y el jovencito con chaqueta de la NBA.
La mayor actividad en el costado occidental la
ejercen los compradores de peces ornamentales, pájaros,
conejos y otras mascotas, y los empleados de estos almacenes. Los
primeros casi siempre ocupan las aceras con sus carros. Llegan
sobre todo los sábados, vestidos de jeans, pantalones y
chaquetas de dril, camisetas, busos de lana y chaquetas gamuza.
Rara vez falta un niño en estos grupos de expedicionarios. Los
encargados de las mascotas visten blusas blancas u overoles y, en
ocasiones, botas de caucho. En las mañanas es común ver a
los dependientes aseando las jaulas, dando de comer a las mascotas
y lavando el piso, incluida parte de la acera, con una
manguera.
Por los carriles de la Caracas se ven los
harapos de los indigentes y de los recicladores junto a sus carros
esferados. Por la mañana van hacia el norte, por el costado
oriental y en la tarde regresan al centro, donde están los
depósitos de basura reciclable y la zona del Cartucho. La zona
de mariachis termina en la 54. Enseguida aparecen los empleados y
dueños de las compraventas de joyas y electrodomésticos,
en mangas de camisa, detrás de los mostradores protegidos por
vidrios de seguridad y rejas de hierro.
También están los empleados de
camiseta azul y bluejean de un almacén de zapatos, y
los dependientes y propietarios de los almacenes de artículos
de cuero. La mayor parte de estos laboran con ropa de
paño.
La falda extremadamente corta, las botas altas
de cuero, el exceso de maquillaje y los coqueteos con los hombres
que pasan por su lado delatan la entrada a otra zona de
prostitución. Sin embargo, en esta parte de la ciudad,
alrededor del eje de la calle 60, la mayor actividad se realiza de
puertas para dentro.
Diseminadas en este sector, está la mayor
parte de las compraventas de ropa usada de Teusaquillo y
Chapinero.