Admito que tengo mis reservas hacia los taxistas. No soporto ver sus actitudes camioneras a la hora de conducir ni su tendencia ‘gavillera’ a la hora de reclamar cualquier cosa; sea su derecho a la vía, el aumento de tarifas, la disminución de controles estatales, etc., etc., etc. De igual manera confieso que mi antipatía frente a los choferes públicos se acrecienta cuando se destapan noticias que revelan fraudes en los taxímetros, amenazas y agresiones a los usuarios y los altos índices de accidentalidad que involucran autos color pollito. Eso sin contar los rumores que cuentan la filtración que de ese gremio han hecho los actores armados del conflicto: paramilitares, guerrilla y las mismas fuerzas del orden; mejor dicho, al tomar un carro de estos hay que callar porque todo lo que se diga puede ser usado en nuestra contra. Finalmente está el asunto de la delincuencia que encuentra perfecto camuflaje en estos veloces automotores para cometer sus infames fechorías. Total: paro un taxi sólo cuando no hay más remedio y al hacerlo dejo a un lado mi escepticismo religioso y me encomiendo a todos los santos posibles.

Sin embargo, conviene reconocer que mi aversión frente a los transportadores amarrillos es una exageración que, como todo exceso, incurre en agravios inmerecidos e injusticias devastadoras pues ni todos los taxistas son malos ni todo taxi en un móvil criminal. Más bien, haciendo un esfuerzo de ecuanimidad, habría que reconocer que la mayoría de profesionales del volante de la cofradía de "la carrera" son eso: profesionales ya que tratan con cortesía a sus pasajeros, cobran lo que es y manejan con apego a las normas de transito, así los apuremos con nuestros afanes en reflejo de esa cultura tan colombiana que invita a coger un taxi sólo cuando vamos tarde a una cita.

 Al examinar con detalle el día a día de los taxistas nuestra animadversión se esfuma paulatinamente trocándose en admiración: esos tipos (y muchas tipas) trabajan doce horas diarias continuas, lo cual es un despropósito en términos de seguridad vial, que se fundamenta en la modalidad de hacer el máximo dinero en el menor tiempo posible para lograr "el producido" que los patrones, dueños de los autos, exigen a sus conductores. Si a eso le agregamos que necesariamente se debe madrugar o trasnochar para recibir el turno y que ellos deben sortear -todo el bendito día- el infernal tráfico de las grandes ciudades, la persecución de los agentes de tránsito, la "tirria" de los buseteros y otros conductores privados y el variable genio de los pasajeros, el asunto toca dimensiones, ahí si, insoportables.

 Y si a eso le sumamos la cuestión de la propia seguridad de ellos, el oficio alcanza ribetes de heroísmo.

 Un ejemplo de lo anterior lo resumo en los tres párrafos siguientes: "la semana pasada tomé un taxi en la Caracas con 52, el traumatizado conductor, que rozaba los 60 años, recién lo habían atracado; se le había subido un ladrón que con puñaleta en mano le amenazó durante una hora para que lo sacara del lugar del crimen. El hampón llevaba su brazo derecho ensangrentado y como botín un DVD y una cadena de oro. El taxista por más que intentó llamar la atención de las autoridades, pasándose semáforos en rojo y manejando con negligencia, no logró alertar sobre su peligrosa situación. Tampoco pudo prevenir por radio ya que el maleante le obligaba a tener ambas manos sobre el timón. Finalmente el choro se bajó abruptamente en el barrio Las Ferias para alivio e ira de nuestro protagonista que salió ileso pero no pudo entregar al caco".

 Después de escuchar su vívido relato le pregunté que tan inseguro era el oficio y esta fue su dolorosa respuesta: "en diciembre hubo cinco compañeros baleados por detrás en sus cabezas, a dos de ellos los encontré yo y lo más seguro es que los haya mandado matar el papá de una joven que fue violada por unos salvajes dentro de un taxi. A esa chica la auxilié a las dos de la madrugada; ella -tarde en la noche- había tomado un taxi en Plaza de las Américas y luego de una inesperada parada del conductor, empezó a sufrir una pesadilla al ver como se subían al carro dos secuaces del pillo que conducía que llevaron a la indefensa mujer hasta un solitario paraje y allí hicieron de las suyas. Luego la botaron, totalmente desnuda, en la Sevillana donde la recogí…"

 Sin poder parar su retahíla de conmovedoras anécdotas, le escuché al taxista una reflexión perversamente honesta: "esta bien que se cobren justicia por mano propia ¡pero que se venguen con los criminales y no con inocentes que nada tienen que ver!" y sin más mi taxista de cabecera me remató con esta joya: hace una semana me salvé de morir cuando una moto enviada por Dios me alcanzó, me hizo cambio de luces, me pitó y finalmente su conductor, acercándose a mi puerta, me gritó: manito, pare que los manes que lleva lo van a matar… al oír eso frené en seco y les grité a los pasajeros ¿es verdad que me van a matar? Los tipos abrieron la puerta y salieron corriendo para juntarse con otros dos que estaban al fondo del callejón de salida por el que sin darme cuenta me había metido; la carretera estaba destapada y todo era absoluta oscuridad. Los otros dos tenían revólveres en sus manos y dando reversa huí del lugar encontrándome más adelante con mi motociclista salvador que ni un tinto me recibió".

 Confieso que después de esa carrera mi opinión de los taxistas empezó a cambiar. De villanos se van transformando en superhéroes y muchos de ellos son tan amables que provoca hacerse amigos de ellos ya que hasta buenos samaritanos son: en los taxis han nacido niños que no esperan la cama de hospital para venir a este mundo, también muchos han salvado sus vidas al llegar a tiempo a la clínica después de un accidente; los perdidos encuentran la dirección exacta y otros llegan a la puerta de sus casas, sanos y salvos, luego de una noche de juerga, de amor o de un viaje extenuante en coche o avión. Lo mejor del asunto es que en emergencias muchos taxistas ni cobran y su capacidad de servicio aflora con espontaneidad conmovedora.

 PD: El viajero Héctor Mora, el del programa "Pasaporte al mundo" decía que la palabra más universal del mundo era "TAXI" y que su color amarillo era distintivo aquí, allá y acuyá; pero la amabilidad de los taxistas todavía es cuestionada por muchos compatriotas y ciudadanos del mundo. Permitámosle una nueva oportunidad y disfrutemos con sus charlas informales, con sus divertidas historias de ciudad, con sus prácticos consejos y con sus guías turísticas… después de eso, sólo después, formémonos nuestra definitiva opinión.

 Ah… este post va dedicado a mis tíos, casi todos taxistas ¡Un feliz 2007 para ellos y todos los que arriesgan sus vidas frente al volante!!!