Bueno amigos, brinden por mí porque a partir del próximo domingo se agregará un febrero más a mi calendario vital. Se que la fecha para muchos (tal como pasa en Navidad y Año nuevo) es de suma tristeza, pero para mí los cumpleaños siempre han sido de abrazos, besos, tortas, velas, soplos, alegría y festejo. Sin embargo esta nueva edición de 25 de febrero me está produciendo un mariposeo en la barriga y un sabor agridulce en la boca que me indican que mi ‘happy birthday’ versión 2007 tiene “algo” diferente.
¿Qué será ese “algo” diferente de este aniversario de vida? ¿Será la sensación de que “el barco del éxito” me está dejando? ¿Será la certeza de que ya no soy un muchachito y que si no me pongo las pilas pronto seré un cucho fracasado? ¿Será la certidumbre de que las fuerzas ya no son las mismas que antes y que las canas amenazan con brotar? ¿Será la evidencia de que esos alucinantes sueños de infancia y juventud ya definitivamente no podrán ser?… ¿Será esto, será aquello; será, será…? ¿Qué será lo que me está pasando?
Las respuestas nunca llegan lo rápido que uno quisiera, pero los sentimientos si siguen fluyendo en mi interior a medida que escribo esto y si bien ellos no solucionan nada si me hacen sospechar las razones para que exista algo de nostalgia al saberme un novel treintañero. Dentro de las posibles causas de mi leve depresión cronológica está mi condición de papá y el arribo a mi quinto año de casado ¡Ya tengo una chiquita de treinta meses y una consorte que me ha aguantado un lustro! Eso de sólo leerlo me encima dos años más y si ustedes revisan mi rutina semanal verán como soy un auténtico hombre de familia; entendiendo eso de “hombre de familia” en el sentido de “papá anticuado” al mejor estilo de nuestros propios viejos; mejor dicho esa expresión denota a un típico asalariado que se rompe el espinazo cumpliendo un horario laboral, pellizcando unas cuantas horas extras y que se duerme parado en Transmilenio sea en las gélidas madrugadas o en las ateridas noches capitalinas. Eso sin olvidar la cara de angustia que todavía muestro cada vez que me enfrento a los cinco recibos públicos y a la cuenta del mercado que mes a mes pago cumplidamente (“pagamos” dice la cartilla ya que mi ‘jermu’ también aporta y también mañanea y trasnocha; sólo que ella no se duerme en el bus matutino ya que allí se maquilla y tampoco pega el ojo en la noche por estar de guardia frente a los tipos que pretenden propasarse).
Total, la vida te madura biche como los aguacates; te madura a los golpes y aquí no hay tutía que valga: o pone uno los pies en la tierra y asume su destino con valentía y berraquera (más una buena dosis de humor y otra de resignación) o sucumbe ante el vértigo de situaciones que desde que uno cumple mayoría de edad te atacan por todos los flancos; realidades que parecen ensañarse más cuando uno adquiere responsabilidades paternales y conyugales.
Pero ¿por qué tantas quejas? La intención de esta columna no era verter amargura en estas líneas virtuales; tampoco dejar la impresión de que estoy abrumado por los almanaques que llevo encima ¡Al contrario! Era compartir con mis escasos lectores el júbilo de fondo que experimento cuando reviso mi fecha de nacimiento en mi todavía reluciente cédula de ciudadanía. Si acaso expresé sílabas de melancolía en los tres párrafos anteriores ello debe tomarse como un rapto de cordura en medio de la locura que aviva la cotidianidad en la que todos los días me desenvuelvo.
Ahora si paso a celebrar mi trentenio. Me siento congratulado de mi trigésima efemérides porque, como dicen las féminas: “hombre casado se vuelve más interesante” y de mi hija porque como dicen las adolescentes “y si es papá, más experimentado es”… Así mismo, me siento orgulloso de mis 31 febreros porque ellos son el justo punto medio entre el brioso ímpetu del joven y la calma pensada del adulto. Estoy en una faceta de existencia en la que se amalgaman en porciones iguales la fuerza y la maña; la potencia y la maestría. Estoy, como todos los de mi edad, en lo que los antropólogos llaman una época liminar, de paso, de frontera y ello nos hace ladinos; nos convierte en un invencible híbrido que combina agilidad con astucia ¿hay, entonces, motivos de peso para desconsolarse? ¡Claro que no! Sólo un torpe lloraría ante semejante panorama de posibilidades de disfrute en la vida.
Ya con nuestros años sabemos escoger una película en el cine (ya no nos mamamos los ‘huesos’ que Hollywood nos envía), un restaurante que combine precio con sazón y sabemos separar un espacio para nuestros gustos y hobbies. Ya detectamos la candidez natural de una mujer con la ingenuidad simulada que muchas esgrimen para atrapar incautos (es decir, hombres de menos de treinta abriles). Ya conocemos lo suficiente la ciudad y el país como para que no nos metan los dedos en la boca cada vez que viajemos por la city o cuando hagamos maletas pa’ más lejos; y ya hemos aprendido lo suficiente del sexo como para presentir que la década que tenemos por delante es de total delicia y placer. Bien lo dice el adagio popular: “cuanto más canas, más ganas”. En fin: si en algún momento uno se siente poderoso y rey del mundo es ahora; lo de antes era un sueño y lo de después es una ilusión: sólo se puede ser invencible e inexpugnable de los treinta a los cuarenta, lo demás no existe o por lo menos no lo considero por ahora (entiéndanme y déjenme ser feliz en estos diez años).
Acabo este post con el alivio de que mi papá que ronda los 60 años nunca lo leerá y con la tranquilidad de que mi hija todavía es una bebé que tardará años en comprender lo aquí escrito. El problema es mi mujer: ella si me lee (es una de las diez personas que aun lo hace) y ella si sabe a qué me refiero; bueno, aunque eso también es una ventaja ya que siempre será bueno tener al lado a alguien tan optimista y tan crédulo como yo… Amor ¿me crees? Más vale que sí porque esto también aplica para ti. No olvides que este año llegas al tercer piso y quizá este panegírico te sirva de algo cuando te entre la ‘depre’ de los treinta. Consolémonos juntos y esta noche hablamos en casa.
Hasta la próxima amigos.