Decir que es la diva nacional por excelencia además de ser un lugar común, es una perogrullada. Ella, más que la cantante Claudia, es la señora de Colombia y ella, más que la París y la Zharick es la mujer de esta patria más afecta de los flashes y las portadas de revista y ella, de seguro, es la fémina con la que más colombianos sueñan placidas noches. Para decirlo espectacularmente: la Grisales es a mis compatriotas lo que Beckham es a las damas del mundo; obviamente esto es una exageración, pero no hay que desconocer que toda hipérbole lleva implícita una revelación; la del Spice Boy es que las evas ven fútbol para apreciar las maneras de semejante Adonis y la de Amparito es que los adanes criollos devoramos sus novelas, presentaciones, entrevistas, fotos y obras de teatro por verla a ella y por nada más… ¿a quien le importó su actuación en los pecados de Inés de Hinojosa? Margarita Rosa de Francisco si estuvo obligada a mostrar, en la telenovela basada en el libro de Prospero Morales Padilla, sus dotes histriónicas ¡Amparo, no! ¿Qué individuo recuerda la trama de “Doña Flor y sus dos maridos”?… lo que ellos recuerdan, lo que les importa es que presidiendo el reparto (tal como le importó a los terrícolas la presencia de Greta Garbo, a los italianos la vista de Sofía Loren y a los estadounidenses la aparición de Grace Kelly) estuviera Amparo Grisales.
Tan diva es Amparo que su edad está de más: a ella, como al comercial de Eternit, no le pasan los años ya que siempre está vigente, siempre está lozana, esbelta, radiante, bella y –lo mejor de todo- ¡disponible! “Que ya roza los 60 años” especulan las señoras de bien que juegan bridge en la sala de té de la tía Maruja “que ella teniendo 50 parece de 30 y yo que tengo 30 ¡parezco de 50!“ grita histérica una compañera de trabajo al ver su figura en Aló “que no puede ser que tenga medio siglo encima –como acaba de anunciar una revista que usó su cédula como gancho comercial- ya que eso es lo que dice que tiene desde que yo tengo veinte años y ¡ya tengo 30!” se queja una amargada lectora que vertió su opinión electrónica en la Web de la revista Soho que se congració con la historia al fotografiar y entrevistar a Amparo Grisales cuando todos sabemos que debió hacerlo desde su mismo lanzamiento editorial, tal como hiciera Playboy cuando imprimió su primer número valiéndose de la imagen de Marilyn Monroe.
Muchos amigos de mi generación suelen decir, con ese morbo viril que nos ampara en las noches de tragos, que Amparito era con toda justicia la única actriz posible para protagonizar el “El gallo de oro” y todos coincidimos en afirmar que la obra teatral en la que debutó no podía llamarse de otra manera que “El último de los amantes ardientes”; así mismo a la niña Grisales le cayeron como anillo al dedo los argumentos y los títulos de culebrones nacionales como “En cuerpo ajeno” y “La sombra del deseo”… En conclusión, Amparo no podría actuar en obras de las hermanas de caridad y todas las producciones dramáticas, publicitarias y/o artísticas que impliquen sensualidad, erotismo y dosis elegantes de lujuria deben contar, primero, con la diva Grisales. Claro que no faltará quien diga que Amparito no requiere de un argumento erótico para portarse como una ninfa al acecho a lo que habría que responderle que esa es una pésima lectura de Amparo ya que su maestría consiste en estar en el justo promedio entre la sexualidad pornográfica de la Cicciolina y la cándida dulzura de Grace de Mónaco. Amparo, para no darle más vueltas al asunto es la Sharon Stone de Colombia; no logra la maestría dramática de Nicole Kidman, pero tampoco se hunde en la mediocridad actoral de Kim Bassinger.
Me atrevo a hacer esta reflexión entorno a la maja vernácula porque no puedo vivir más tiempo sin hacerle un homenaje público y como mi alcance no da pa’ más, entonces utilizo este espacio de eltiempo.com. Lo otro es que Amparito no es eterna y todos sus incondicionales seguidores sabemos que su adiós está próximo. Mejor dicho, nuestra musa tiene los días contados en el curubito farandulero y ello nos entristece y llena de amargura. Claro que Amparo nos ha dado tantas sorpresas que por ahí mi hijo, que aun no nace, quizá pueda disfrutarla tal como mi papá nunca soñó que yo pudiera hacerlo. Y es que esa pasión por la Grisales es lo único que compartimos papá y yo y sería un honor que mi hijo lograra la trinidad contemplativa en torno a la inmortal figura de Amparito Grisales.
Como se ve, Amparo ya alcanza cotas de mito urbano y de leyenda citadina. Ella misma, como si estuviera recitando el eslogan de una cerveza, define su longevidad susurrando: “las mejores cosas de la vida toman tiempo” y sus miles de fans en Colombia y el exterior caemos en el estereotipo arqueológico de sentenciar que ella como los quesos y los vinos, cada día mejora.
Agradecemos las horas de sacrificio que ellas nos dedico en el gimnasio para asegurar su estilizado cuerpo y aplaudimos a rabiar las expertas manos que manipularon el bisturí que hoy hacen de su humanidad un misterio de estética llevado a categoría de icono patrio. También felicitamos a los que estuvieron con ella y luego fueron arrojados a la calle sin más explicación: sabemos que nadie protestó su expulsión del lecho de Amparo porque su estancia allá fue más de lo que anhelaron en sus años mozos.
Por la sensualidad nunca superada de su boca; por los sollozos que tomaron forma de CD y que hicieron fracasar su incursión como cantante; por la quincena de películas nacionales y extranjeras que estelarizó y por la veintena de telenovelas que nos la acercaron desde que era una tierna chiquilla; por sus atildados comentarios en los reinados de belleza; por las 80 tapas de revista y por sus picantes comentarios en entrevistas de aquí, allá y acuyá… Por ser algo así como la María Félix de los mexicanos y la Sarita Montiel de los españoles; por la soberbia actuación que se fajó en la obra que por estos días presenta el Teatro Nacional la Castellana (“No seré feliz pero tengo marido”) en la que demuestra que es algo más que un símbolo sexual; por hacer que guarde –a manera de fetiche- el tiquete de entrada a su función como también hago con las boletas de fútbol… por permitir que hable de ella aquí y en las juergas con mis parceros… por eso y mucho más recibe, Amparo, un infinito agradecimiento y mis mejores votos para que sigas tan buena como hasta el día de hoy.