Vuelvo a escribir luego de un receso de un mes y lo hago movido por una fuerza poderosísima que me obliga a sentarme frente a mi computadora para hacerle un modesto homenaje al gran Flaminio.
Flaminio no tuvo segundo nombre (de hecho, la manía de nombrar era poco usada en esa época) y casi no tuvo padres; muy pronto salió de su casa –a la tierna edad de ocho años- y se puso a devorar el mundo que para aquellas calendas era Santander. En sus osadas correrías por potreros y veredas de la Colombia rural de la segunda década del siglo pasado, Flaminio no tardaría en encontrar compañera de aventuras y de vida. La niña seleccionada hizo honor a la originalidad de los campesinos colombianos al ser bautizada como Eulogia. De ahí en adelante Flaminio y Eulogia, cual dúo invencible, surcarían los caminos de herradura de los dos santanderes y pronto engendrarían el primer vástago de una estirpe que, como la de los Buendía, poblaría varias regiones nacionales (incluida Macondo, por supuesto) y que a diferencia de la saga garciamarquiana si tendría una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra.
A propósito de nuestro Nóbel literario, Flaminio es de su misma generación, pero difiere en dos aspectos fundamentales: era analfabeta e hincha de Santa Fe, mientras que nuestro Gabito podrá ser analfabeta del mandarín, pero es todo un docto del castellano y sufre por el Júnior de Curramba. Sin embargo, no puedo dejar pasar la oportunidad para afirmar que con todo y que nunca aprendió a leer y escribir, Flaminio se ganó el respeto y la admiración de todos los que lo conocieron en vida, muchos de los cuales se sorprenderán con esa increíble noticia al pasar sus ojos por este blog. Y es que Flaminio tuvo, después de sus cincuenta años, un porte de académico que era ratificado cuando se dejaba ver, solitario, haciendo cuentas sobre sus amarillentos cuadernos grapados y con sus ojos protegidos por unas antiparras similares a las que García Márquez utiliza cuando madruga a escribir ¡Ah! Porque ese es otro dato: puede que Flaminio no pudiera leer letras, pero números ¡si que sabía! y por ello siempre hizo sus propios negocios y manejó la economía familiar hasta el último día de su nonagenaria existencia.
Así como Gabito es hijo de telegrafista, nuestro querido Flaminio pudo haber perdido a su padre en la matanza de las bananeras tan bien descritas en “Cien años de soledad”; así como Gabo tiene a Mercedes, don Flaminio tuvo por siempre a su Eulogia (con la que convivió más de 70 años); así como el hijo predilecto de Aracataca tiene dos hijos, el mayor de los cuales fue llamado como el Mío Cid (Rodrigo) y el segundo le salió pintor y bautizó con nombre de poeta nadaista (Gonzalo), Flaminio honró la tradición reproductora del campo colombiano irrigando su superficie con catorce hijos, ocho de los cuales viven hoy día ejerciendo labores humildes y honradas: cuatro son taxistas, uno es mecánico, otro más administra un pequeño hotel provinciano y de las dos mujeres, una trabaja en las oficinas del Seguro Social Villavicencio y la otra custodia niños en una vereda metense; como se ve, son gentes de carne y hueso de las que edifican el país día tras día.
Flaminio sufrió los rigores de la "Violencia" y su secuela más nefasta: el bipartidismo visceral. Como buen liberal tuvo que emigrar a los Llanos para defender a su prole y por ello se constituyó en un desplazado que pese a la adversidad pudo establecerse en la antigua Gramalote (hoy Villavicencio); pueblo que se hizo ciudad y que el pasado martes 24 de abril (una jornada después del “día del idioma” cuya lengua se negó a leer) lo despidió ya que el Gran Patriarca expiró a la madrugada, en la institución de salud en la que trabaja una de sus hijas, tocando la mano de su nieta Marcela y en paz con todos sus familiares, amigos y vecinos. Fue una muerte tranquila y esperada, como la de todos los hombres de bien, pero no por ello deja de ser una pérdida irreparable.
— “hijo, tu papá acaba de llamar y me dio la noticia de que tu abuelito murió a la madrugada”
Si, señoras y señores. Ese hombre del cual hablo en este escrito, es ni más ni menos, mi abuelo. Ese hombre, gracias al cual llevo –orgulloso- mi apellido, fue quien primero me habló de Jorge Eliécer Gaitán y fue mi primer contradictor en términos futbolísticos porque él podía saber de todo, menos de fútbol ya que era ferviente seguidor santafereño (mentiras, abuelito, tú sabes que esa es mi broma preferida contigo). Y él fue quien primero me hizo afinar la costumbre de leer en voz alta ya que siempre, en la finca “El Charco” de la Quebrada Colorada (ubicada a escasos metros del lugar de la tragedia de Quebradablanca, en la antigua vía que llevaba de Villavo a Bogotá), me hacía leerle a voz en cuello las editoriales de EL TIEMPO y luego, después de la siesta, me invitaba a escuchar los partidos de fútbol desde El Campín y luego a oír las noticias: era ese un tiempo maravilloso, en el que todavía había televisión a blanco y negro y en el que aun no existían canales privados. Pues bien, de mi abuelito heredé esa manía de escuchar noticias a través de la radio y si hoy día me ven con audífonos en Transmilenio no es oyendo música rock –ni mucho menos reguetton– sino escuchando boletines noticiosos de la Radio Cadena Nacional que es como mi abuelito se refería al mencionar la emisora RCN.
Se nos fue el hombre de cachucha, gafas, zapatos lustrosos y paraguas. Se nos fue un gaitanista contumaz y un santafereño irredimible. Se nos fue un liberal del mismo talante libertario de Guadalupe Salcedo y de la misma convicción de López Pumarejo. Se marchó el hombre que en un lanzamiento de libro que hice en la Casa de la Cultura de V/cio, delante de periodistas, familiares y amigos me regañó –señalándome con su pesado bastón- al decirme, ante mi negativa de cobrarle el libro que escribí: “Usted no me dice a mí qué compro y que no compro. Así no sepa leer, ese libro me lo llevo ya que para mí significa todo lo que quise ser”… quedé sin palabras ante tamaño homenaje que me hiciera mi superhéroe de infancia; obviamente no le cobré el libro y le firmé el libraco al orgulloso padre de mi padre. Gracias por eso abuelo.
Con esta tira me despido de ti, Flaminio Quitián Velasco. Tu respiración se apagó, pero la flama implícita hasta en tu nombre jamás morirá: vivirá hasta el último miembro de nuestra familia. Adiós abuelito. Ojalá te encuentres con tus hijos ya fallecidos allá en el cielo (incluido mi tío Ciro que nos salió dizque de Millos) y Dios quiera que allá Santa Fe si gane títulos por aquello de jugar de local (por su santo nombre). Allá podrás conversar frente a frente con la Virgen de Chiquinquirá que visitaste dos semanas antes de morir (lo cual hizo que te agravaras). Allí podrás saludar de mano al negro Gaitán y allí si leerás los cuentos que aquí no pudiste leer de Gabito. Allá podrás jactarte de tu linda bufanda de Santa Fe con la que te enterré el mes pasado. Allí vigilarás todos nuestros pasos y le harás el guiño a todas nuestras pilatunas (cosa que en vida hiciste en tus últimos años de existencia).
Allá podrás ser nuevamente campeón de tejo y empujarte una que otra Bavaria y desde allí vigilarás a nuestra Ursula Iguarán que es nuestra abuelita Eulogia Marín.
Hasta pronto abuelo, amigo, parcero ¡Hasta pronto Flaminio Quitián!!!