Por tradición mundial, el mes de octubre aparece ligado a las palabras “tragedia” y “desastre”: casos para justificar esa creencia existen por montón: en un décimo mes (en el calendario juliano) sobrevino la revolución bolchevique tan odiada por Occidente ya que instauró el comunismo en la antigua Rusia; en ese mismo mes, del año 1929, aconteció el ‘jueves negro’ conocido como el de la caída de Wall Street (originario del ‘Crack’ y “la Gran Depresión”). Un día dos de octubre del 68 se escenificó la cruel matanza estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas (en Tlatelolco, México) y en ese periodo del año 1973 ocurrió la crisis energética del petróleo y estalló la cuarta guerra árabe- israelí.
Sin embargo, en el último tiempo es el mes de septiembre el que se ha llevado todos los honores del horror con el capítulo rotulado con la sigla 11-S que alude a la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York ejecutada por Al Qaeda. Para ilustrar esa afirmación no hay sino que teclear la expresión “tragedia + septiembre” en google para que aparezcan miles de páginas relacionándola con el 11 de septiembre de 2001, con lo cual se olvida otro desastre contemporáneo: la toma violenta del poder de Pinochet en 1973.
Ese actual imaginario colectivo en torno a septiembre contrasta con lo que significó el 6 y 9 de agosto de 1945; fecha de la vil hecatombe  inflingida por Estados Unidos a las aldeas de Hiroshima y Nagasaki. También extraña que la influencia político- mediática por la desaparición del World Trade Center haya superado al 28 de julio de 1914 que es la fecha que nos recuerda el inicio de la 1ra. Guerra Mundial y al 1º de septiembre de 1939 que marcó el comienzo del armagedón nazista de la II Guerra Mundial.
Todo esto lo traigo a cuento después del difícil mes que acabamos de pasar en el que el sacrificio de los 11 diputados de la Asamblea del Valle a manos de las Farc bajo la terca indolencia del presidente actual (que insiste en el rescate a ‘sangre y fuego’ y al “no” al acuerdo humanitario) es el colmo de un junio en el que Colombia ratificó su situación de país paria en el concierto internacional a causa de más y más destapes de parapolítica y en el que las cifras, incluso oficiales, hablan de una brecha cada vez mayor entre unos pocos privilegiados versus el casi 65% de la población colombiana viviendo por debajo de la línea de la pobreza.
Por esos es que afirmamos que en nuestra Colombia pareciera no haber esa distinción entre meses buenos, pacíficos o benéficos y meses malos, guerreros o perversos y ya todas las fechas aparecen con el sino calamitoso del cataclismo, llevándonos a pensar que estamos inmersos en una tragedia griega más cruel que las padecidas por Prometeo o Sísifo; situación que pareciera conferirnos la categoría de malditos.
Un rápido repaso cronológico y necrológico que invita a validar la calidad de nación de muerte es el siguiente:
Enero 25 de 1991: pierde la vida la talentosa periodista Diana Turbay que había sido raptada por “Los Extraditables” del Cartel de Medellín. Su muerte marca el inicio de secuestrados caídos en intentos de rescate militares.
Febrero 15 de 1966 muere el cura guerrillero Camilo Torres en combate y con él fallecen buena parte de los románticos ideales que fomentaron la creación de guerrillas en nuestro país. El 28 de febrero del año 80 el M-19 se toma la Embajada de República Dominicana.
Marzo 3 de 1989: se contabiliza el asesinato número 721 (de 3.500) a la Unión Patriótica (UP); ese día muere el líder de izquierda José Antequera y el 22 de marzo de 1990 cae abatido por fuego de extrema derecha, el candidato presidencial de la UP, Bernardo Jaramillo Ossa. Como curiosidad, ambos dirigentes fueron baleados en el Aeropuerto El Dorado de Bogotá.
Abril 9 es la infausta fecha de “El Bogotazo” que recrudecería el periodo de ‘La Violencia’ bipartidista entre godos y cachiporros. 22 años después, un 19 de abril del 70, se produciría el grosero fraude electoral de Misael Pastrana que daría munición al nacimiento del grupo insurgente M-19. Un 30 de abril de 1984 es asesinado Rodrigo Lara Bonilla inaugurando la sangrienta pelea del Estado contra los señores de las drogas, especialmente contra Pablo Escobar Gaviria; también un 26 de abril del 90 el desmovilizado líder del Eme (y candidato presidencial), Carlos Pizarro Leongómez, muere por balas sicarias de Carlos Castaño. Así mismo, el 18 de abril de 1998 es ultimado a balazos el archi-defensor de derechos humanos Eduardo Umaña Mendoza.
Mayo 27 de 1964 es el doloroso aniversario del desmedido bombardeo a Marquetalia (Tolima) en el que morirían muchos civiles inocentes; cañoneo que desencadenaría una enconada reacción liberal- campesina convertida hoy día en un poderoso y colérico brazo armado bajo el mando de Tirofijo reconocido como el “guerrillero más viejo del mundo” lo cual es una expresión que habla de lo largo e inacabable que es nuestro conflicto.
Junio 13 del 53 el general golpista Gustavo Rojas Pinilla llega al poder y en Junio 8 y 9 del 54 se produce la primera masacre estudiantil (13 muertos y 40 heridos) del gobierno militar. Dos décadas después, para un San Pedro del año 74 aconteció la peor tragedia vial de Colombia: el derrumbe de Quebradablanca.
Julio fue el mes que vio, en el año de 1973, la más grande conflagración de que se tenga noticia en el centro de Bogotá: el incendio del edificio más alto del país en ese entonces: la torre de Avianca que dejó decenas de muertos.
Agosto 18 de 1989 es la fecha de muerte violenta del candidato presidencial, del Nuevo liberalismo, Luis Carlos Galán Sarmiento ordenada por el gángster Escobar y diez años después, el 13 de agosto del 1999, el paramilitar Carlos Castaño le pone la mordaza definitiva a la inagotable risa del humorista político Jaime Garzón.
Septiembre de 1999 es una luctuosa efemérides para la academia colombiana ya que es baleado en el campus de la Universidad Nacional el asesor de paz y brillante economista, Jesús ‘Chucho’ Bejarano.
Octubre 15 de 1914 es fecha de dolor patriótico ya que (tal como nos lo recuerda la inscripción del Parque Nacional en Bogotá)  ocurrió el homicidio del mártir y paladín Rafael Uribe- Uribe quien, como Julio César, fue acuchillado en las escalinatas del Capitolio Nacional; mientras que el 11 de octubre de 1987 es la horrible seña que nos recuerda el cobarde magnicidio de Jaime Pardo Leal, candidato presidencial de la UP.
Noviembre de 1985 tuvo dos escenas horripilantes: el oscuro capítulo de la toma guerrillera del Palacio de Justicia (y su desmedida recuperación militar) y la infausta avalancha que desapareció Armero; como si fuera poco un 11 novembrino de 1989 no es tanto el onomástico de la independencia cartagenera, sino el sórdido cumpleaños de una de las peores masacres paras de Colombia: la matazón de Segovia (Antioquia) que sumó 42 cadáveres. De contera, un 3 de noviembre de 1903 perdimos a Panamá por culpa del torpe centralismo guerrerista de esa época.
Diciembre 5 del 28 es la fecha oficial de la primera masacre documentada de Colombia: la de las bananeras orquestada por la United Fruit Compañy en contubernio con las fuerzas militares de turno (inmortalizada por ‘Gabo’ en “Cien años de soledad” e investigada hasta la saciedad por el ‘Negro’ Gaitán); en tanto que un 17 del mes último es el aniversario de la muerte de Bolívar (ocurrida en 1830) y del director de El Espectador, Guillermo Cano también asesinado por el narcotraficante Pablo Escobar. Finalmente, el 4 de diciembre del 86 fue el “Día D” de Campo Elías Delgado, autor del exterminio colectivo del restaurante Pozzetto al norte de Bogotá que por estos días se revive con la película Satanás (basada en el libro de Mario Mendoza).
Faltan cadáveres y tragedias en esta reseña, pero la intención de este artículo no es monográfica ni exhaustiva, simplemente pretendo llamar la atención sobre una situación evidente y requeteconocida por todos nosotros: somos una sociedad violenta que a fuerza de tantos golpes rayamos en la indolencia y el miedo. Por ello más que campeones de la felicidad, como decían los resultados de una sorpresiva encuesta mundial del año pasado, somos –como cantaría Carlos Vives- una ‘tierra del olvido’; una nación con amnesia conciente que es la mejor manera de pasar tantos tragos amargos.
La pregunta es ¿seguiremos durmiendo nuestros males en el olvido indefinido? ¿Algún día nos sacudiremos de la barbarie despertando del letargo temeroso y actuando unidamente para vencer tanto oprobio junto? La fórmula parece residir en la esperanza activa; en nuestra acción del día a día. En la honestidad cotidiana de nuestro actuar no haciéndole el juego a la “cultura del atajo y del soborno” promovida por el narcotráfico y en la de “ley por la propia mano” regentada primero por la guerrilla y empeorada por el paramilitarismo; en nuestros justos reclamos ante brutalidades estatales y paraestatales. En seguir marchando y levantando la voz ante tanta corrupción en el Chocó, ante el tamaño desmesurado y nunca solucionado de desplazados; ante tantas fosas sin castigo; ante la muerte de sindicalistas, profesores, periodistas y estudiantes; ante recortes desmesurados a la educación que hoy tiene en vacaciones forzadas a estudiantes de varias universidades públicas.
La solución posible está en lo que queda de humanos en nosotros y en la educación que infundamos a nuestros hijos que no están tan contaminados de la sevicia de nuestros contemporáneos que, en cierta medida y así duela decirlo, podemos considerarnos como “una generación perdida”.