La imagen era de no creerse: el presidente Uribe le sonreía al rector de la Universidad Nacional de Colombia y dejaba ver su mano izquierda en la que se notaba la manilla verde que recuerda los 140 años que cumple la universidad por estos días. La fotografía publicada por UN Periódico (impreso de la U. Nacional que circula mensualmente con EL TIEMPO) es la mejor postal de lo que sucede hoy por hoy en el principal claustro de educación superior del país: una institución que lucha por no sucumbir ante la indolencia gubernamental, ante la salvaje competencia y los garosos coqueteos de la empresa privada y ante la torpe concepción que ve la educación como un negocio o que pretende pensar que esta no es posible sino es autosostenible, lo cual es la misma vaina.
Y digo esto ya que el presidente Álvaro Uribe Vélez, quien no es propiamente el mayor hincha de “La Nacho”, es el primer jefe de Estado que pisa predios de la UNAL en los últimos 40 años: así es, en cuatro décadas ninguno de los 10 presidentes que han calentado el solio ejecutivo de la Casa de Nariño se dignó o le interesó visitar (o ninguno fue convidado) el campus de la ciudad universitaria. Es decir que a la gran dirigencia nacional le ha importado un comino la existencia, el funcionamiento y el destino de una institución concebida y creada para fortalecer el proyecto de nación; de una ‘U’ pensada para formar a ciudadanos (especialmente los de menores recursos económicos) que comprendan y asuman el papel histórico de la sociedad que les tocó vivir y de un centro educativo que en el último tiempo se ha interesado en adelantar procesos de investigación y extensión en ciencia, innovación y tecnología; tareas misionales que la UN ha realizado de forma óptima (véase sus avasallantes indicadores en relación al resto de universidades de Colombia) pese al desdén de la camada de mandatarios que han sucedido a Carlos Lleras Restrepo.
Un indicador ilustrativo del desconocimiento gubernamental de lo que es la Nacional está en el hecho de que, en razón a ese citado desinterés, ninguno de los último diez presidentes de la República conoce el Auditorio León de Greiff, de lejos, el mejor en acústica de Colombia (premio nacional de arquitectura en 1973 y monumento nacional) y tampoco, entonces, ha escuchado en ese recinto a la Orquesta Filarmónica de Bogotá que en este 2007 cumple 40 años de existencia ¡justo el tiempo en que la Nacional ha sido ignorada por los herederos de la silla de Bolívar! En fin, ese bello escenario que se llama así en honor del ilustre poeta cachaco adelanta más programación que el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, con la salvedad de que es visitado no sólo por artistas sino también por rutilantes figuras intelectuales y académicas para las que si es un honor caminar los senderos del Alma Mater.
Claro que, en honor a la verdad (pero no la verdad de las audiencias paramilitares ni la de los dimes y diretes entre Virginia Vallejo y el presidente) hay que decir que tampoco Álvaro Uribe visitó la Universidad Nacional ya que no entro en ella; es decir, no ingresó a sus predios ya que su asistencia a la cena de aniversario se produjo en el Edificio Uriel Gutiérrez (nombre del estudiante asesinado en tiempos de Rojas Pinilla) que queda por fuera de La Ciudad Blanca en dónde antes quedaban las residencias universitarias que hoy están ocupadas por oficinas, archivos y otras cuestiones burocráticas que muchas veces desdicen de la labor misional de la UN. Claro que eso no es culpa de este presidente aunque si del establecimiento al que habría que preguntarle por qué la Universidad Nacional es de las pocas universidades del mundo que tiene la rara particularidad de tener su rectoría por fuera del campo universitario. Más que un hecho baladí, ese hecho connota una dolorosa realidad: también la dirigencia académica- universitaria ha estado por fuera del proyecto nacional construido en y desde las aulas universitarias…
Sin embargo, habría que precisar que no todos han querido salirse de la UN, al contrario, son muchos los que desean ingresar allí y por ello es que la Nacional tiene la tasa más alta del planeta de aspirantes descartados versus admitidos; en otras palabras: la ilusión de muchísimos bachilleres compatriotas de fusionar calidad académica con economía solo alcanza para 5.000 adolescentes por semestre lo cual es un absurdo en un país que se precie de brindar oportunidades a sus nuevas generaciones y que se jacte de búsqueda por superar su atraso. Otra discusión es que por aspirar a ese sueño legítimo se les cobre a los jóvenes bachilleres $60.000 por tener derecho a responder las 120 preguntas del competido examen.
Otros que desean ingresar a la UN son la empresa privada que desde hace rato descubrieron lo rentable que es el negocio educativo (que conjuga poca inversión y mucha demanda) y que están, cual hienas hambrientas, al acecho de “buenos lomos” como el de la Nacional que, en su desespero por el abandono oficial, está dando puntadas de quererse abalanzar al mejor postor que le permita su subsistencia así ello implique sacrificar la autonomía tan cara a su labor crítica y de compresión de la realidad social- nacional.
La señal de largada de esa puja privada por hacer negocios con la UN la dio un mismo miembro de la comunidad nacionalista: el urbanista Carlos Sarmiento Angulo que en un buen cálculo económico –al fin y al cabo él es el amo de la banca nacional- donó $18.000 mil millones a la universidad para la construcción de un edificio de investigaciones que levará su nombre; quizás emulando lo de su competidor de enfrente, el cervecero Julio Mario Santo Domingo que hiciera lo propio en la Universidad de Los Andes el año pasado. Lo que casi nadie sabe es que ese tipo de actos no son tan generosos como parecen y más bien son un fenómeno cada vez más frecuente en el mundo de hoy que se explica por la ampliación de la brecha entre ricos y pobres: cada vez los segundos ganan más. Además, por ley tributaria nacional, casi todo lo que se done se exonera en impuestos; luego lo que ellos hicieron (cuestión de por sí aplaudible, no lo niego, ya que es preferible eso a que donen el dinero al ministerio de defensa) fue “racionalizar sus recursos” en procura de prestigio social a un bajo precio.
En esa misma vía hay que estar pendiente de dos hechos por venir: el acuerdo entre Cafam y la Universidad Nacional para producir el complejo deportivo más grande de Suramérica tal como comunicaron las noticias hace 20 días, lo cual implica que –definitivamente- el Estado renuncia a ser el administrador de la Universidad (política que va en contravía del proyecto nacional concebido por Alfonso López Pumarejo que hizo construir ese inmenso búho que es la ciudad universitaria) y no tiene ningún problema en admitir que intermediarios metan baza en un asunto tan vital para el proyecto nacional como la educación pública del nivel superior. Bien por la inversión, mal por el reemplazo del mecenas.
El segundo hecho es el anuncio de derribar los muros de la universidad para abrirla a la ciudad y el país; eso es fantástico, ideal, buenísimo; sólo que no estamos en Zurich ni en Ámsterdam (así la Nacho con su actividad cultural, con su pilera, con su diversidad y con su proyecto de bicicletas comunales lo parezca) sino en una ciudad y en un país en dónde la diferencia, la crítica y el disenso son confundidos con terrorismo.
Dejo la cosa ahí, no sin antes vivar:
¡FELÍZ CUMPLEAÑOS UNIVERSIDAD NACIONAL!
“140 AÑOS CONSTRUYENDO NACIÓN”