Fue sorprendente constatar que el nombre de “Colombia” aparecía repetidamente en la prensa y los medios de comunicación en general de aquí hasta la Patagonia. Ese descubrimiento, no se todavía si para regocijo o vergüenza mía, lo hice hace doce años cuando con un grupo de 35 compañeros universitarios trasegamos -vía terrestre- la geografía que va desde Bogotá hasta Buenos Aires en dónde se realizaría un congreso latinoamericano de sociología.
Saber que nuestro país era cliente fijo de la sección “Internacional” de los noticieros de Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina me hizo erizar la piel de orgullo muchas veces; no obstante esa sensación se desdibujaba y se confundía con otros inefables sentimientos cuando reparaba con mayor calma en el contenido de las alusiones mediáticas: nuestra patria era mencionada por narcotráfico, mafia, guerrilla, delincuencia común y corrupción política… ah, también por logros deportivos, especialmente de fútbol y ciclismo. En ese ya distante 1996 me pareció que la imagen que reflejábamos en el concierto suramericano era algo así como “la Israel de América del sur” ya que para desgracia nuestra y satisfacción de ciertos editores periodísticos figurábamos en las noticias de estas naciones con informes asociados al crimen y la descomposición social.
Inclusive en alguna ciudad de estos países, no se si en La Paz o en Santiago, me sorprendí al ver que había un espónsor para ¡las notas de colombianas! algo así como “con el patrocinio del laxante tal… presentamos las noticias de Colombia”. El tal es que esa difusión que los periódicos, la radio, la naciente internet y la TV reproducían en el día a día lograba su cometido: los nativos de cada país y los estudiantes con los que nos relacionamos tenían una imagen del colombiano que oscilaba entre el miedo y el misterio; una percepción cuyo péndulo iba del hampón narcotraficante y el erudito venido de la “Atenas suramericana”, pasando por el revolucionario guerrillero… una impresión que mezclaba la astucia (viveza, decimos nosotros) con la perversión y por ello no era raro que pensaran que todos los del bus de Colombia fumábamos perica y que llevábamos varios gramos para la venta; así mismo que en nuestro “soye” éramos tan brillantes como para repetir una hazaña literaria de talla macondiana o un amague genial del Pibe y que en nuestros raptos de ira podíamos ser tan pseudo robinhoodescos como Tirofijo o tan despiadados como Escobar ¡imagínense el despropósito! ¡Imagínense el eclecticismo de semejante cliché!
Todo esto se me viene a la memoria por estos días cuando todos los portales electrónicos y buena parte de los titulares y tapas de medios de comunicación tienen a Colombia como tema central. Sonamos en todo el mundo y, como sucede casi siempre, lo hacemos por asuntos non santos: el espectáculo de la liberación de Clara y Consuelo no esconde la infamia de esa muerte en vida que es el secuestro patentizado –así sea por discutibles móviles políticos- en la triste postal de Ingrid resistiéndose a ver el lente de la cámara guerrillera.
La involuntaria recuperación de Emmanuel nos alegró (siempre será bueno ver que una historia al fin termina bien: más tratándose de un indefenso bebé), pero no disimula la impronta que ya está patentada por la prensa internacional que nos ve de una forma poco menos que injusta: como una sociedad irremediablemente amnésica (remember como nuestros dirigentes saltaron sin rubor del 8.000 a la ‘parapolítica’), con grandes dosis de indolencia (no hicimos nada con la “masacre de las bananeras” de la United Fruit Company ni mucho más con el genocidio auspiciado por Chiquita Brands), con un porcentaje considerable de crueldad (el asesino- pederasta en serie de Garavito y las motosierras de Castaño lo comprueban); lo que constituye un marco de barbarie que no llega a las cotas atroces de Rwanda, Sierra Leona y Uganda con sus pilas de cadáveres que en las calles son devorados por buitres (tonto consuelo), pero que nos describe como una nación desgarrada que –cual época colonial- da alimento, “caldo de cultivo” para la experimentación de científicos sociales de la metrópoli europea y norteamericana que lo menos que dicen de nosotros es que somos sui generis (un eufemismo de “salvajes”) y para los emporios informativos como los de Reuters y Efe que saben que Colombia es un rentable producto para vender, por lo que sus corresponsales apostados en este terruño se la ganan honradamente con el copioso laburo cotidiano. Un excelente ejemplo de que la torrencial violencia de nuestra patria vende es el extenso noticiero radial de Julito, La W, que es oída por antena de aire (además del real audio) en casi toda América y en España: a quién le interesa un programa de radio de Paraguay o Bolivia ¡si la que genera titulares de ocho columnas es Colombia!
Aquí cuando no son las Farc ni el ELN son las “Águilas negras” o las cínicas confesiones de paramilitares ó los onerosos desfalcos al erario de gobernantes como el presuntamente cometido por Pablo Ardila ó la insólita insensatez del presidente que acusa como subversivo –y de paso le cuelga la lápida al cuello- a cualquiera que no lo siga la cuerda ó la creciente desdicha de madres que nada saben de los once desaparecidos de la cafetería en la tragedia del Palacio de Justicia ó el descubrimiento de una nueva excentricidad de barones de la droga como “Chupeta” ó los bestiales asesinatos como el del Restaurante Pozzeto ó el destape de títulos fraudulentos en fútbol y ciclismo ó la divulgación de best seller de ocasión de las bacanales sexuales de ilustres divas con límpidos políticos ó el rifirrafe bolivariano orquestado por el tropical presidente veneco que es –de lejos- el demagogo más grande del último tiempo (lo digo como elogio), que pide darle categoría de “Estado en formación” a los hombres de Marulanda pero no le confiere ni el más mínimo estatus ¡a la prensa de su propio país!… sólo en Repúblicas bananas se reviven héroes del pasado para incrementar inquinas del presente; bien es cierto que Santander y Bolívar no tuvieron la mejor relación, pero su lucha jamás se dio en el terreno del chovinismo ¡dejémoslos tranquilos en sus sepulturas!
En fin, las noticias se están colombianizando y ello es inevitable por el escabroso vértigo de nefastos hechos que no paran de suceder; sin embargo, de ello Colombia no gana ningún provecho: sólo consigue que el estereotipo de nación paria y de “safari exótico” se consolide; que las multinacionales saquen mayores réditos a su ‘heroica’ inversión en nuestro suelo; que los productores de armas sigan abultando sus bolsillos a costa de nuestro pellejo, que cineastas busquen su Óscar a nuestra costa; que periodistas sigan soñando con su Pulitzer (claro, qué culpa tiene la estaca…) y que perdamos otra generación de colombianos en una guerra absurda (y negada por Uribe), sin sentido que tal parece acabará después de firmada la paz entre palestinos y judíos.