Me había prometido nunca más volver a mirar el Canal RCN, pero por culpa de un zapping mal hecho (en complicidad con el insomnio producido por los pésimos resultados de la Selección), el control remoto se negó a moverse del canal cuatro y La Claudia llenó la pantalla chica de mi vetusto televisor, no apto para la anunciada tecnología digital, con su mezcla de vertiginosa arrogancia, su belleza insólita y su prepotencia precoz.
Admito que siempre había excusado los excesos de La Gurisatti: la soportaba gracias a su apellido italiano (el cual debió servirle de mucho en éste país de esnobistas) y al recuerdo indeleble que me dejó cuando debutó en “La Noche” con algunos de los pesos pesados del periodismo, Juan Gossaín incluido. Todavía recuerdo el candor febril de reportera y su sedosa melena rubia: la chica prometía y con la entrevista al paraco Carlos Castaño (al cual desnudó porque en Colombia –excepción hecha de sus víctimas- no conocíamos su macabro rostro) la sacó del estadio; pero en el intersticio entre su vacacional exilio, su rimbombante llegada a la radio, su embarazo y su corte de pelo, la audaz periodista se malogró: ya hasta su asimetría de rostro, que antes la hacía atractiva, parece un defecto insuperable. Por lo menos para mí.
Varias veces cambié la frecuencia de La FM luego de que viera como ella desperdiciaba un excelente equipo de trabajo por su incontinencia verbal que le hacía preguntar de todo a los entrevistados, menos lo que tocaba; tanta fue mi fobia que hasta arranqué el botón de mi radio en la Frecuencia Modulada y tuve el desesperado colmo (si, lo confieso) de oír al play de Julito en el dial de la 850 AM que sintoniza La W en Bogotá. Atrás quedaban mis amoríos con La Claudia (que en sus comienzos era “Mi Claudia de Colombia” como también la tuvieron mis padres con la cantante), atrás quedaba mi admiración- fascinación con la estudiante de comunicación social que se había hecho novia del mamerto de Antonio Morales que después de romper con la pseudo diva se ha hecho mejor periodista como lo demuestra su dirección del periódico Polo.
Claro que también me dio duro su embarazo y quizá todo este escrito esté impulsado por el despecho, sin embargo en la revista de Televisa y RCN (“Caras”, creo que se llama) no apareció linda y por eso empecé a sospechar que ya no era la misma: algo le había pasado y creo que todo radica, como le sucedió a Sansón, en el largo de su cabello. Ese síndrome de “cabellos largos, ideas cortas” no funciona en ella y su presencia en el set del noticiero de RCN TV se hizo inmamable ya que la imaginaba leyendo direcciones de radio- taxi –a toda velocidad- en la emisora de Ardila Lulle… Esa no era Mi Claudia, ni la Claudia que muchos colombianos aprendimos a querer en sus inicios.
El colmo sucedió la noche del jueves pasado: La Gurisatti cometió la tropelía de regañar a su invitado (el respetable profesor Jaime Caicedo) y como una suma pontífice enlodó la ya hollinada imagen de las universidades públicas, especialmente las de Bogotá. Que se pretenda hacer un debate sobre las universidades está bien –ellas son un patrimonio de la nación (no de ‘la Patria’ como diría El Mesías presidente)- pero que se haga de una manera tan superficial y sesgada es lo afrentoso y peligroso. Las universidades son más que tropel y pedrea y “esos dineros que pagamos los colombianos” como cacarearon al unísono La Gurisatti y la senadora del chicle en la boca (y también de apellido europeo) se utilizan para mejores causas (como en investigación en ciencia y tecnología, formación de ciudadanos de bajos recursos, programas de extensión con comunidades marginales y no marginales, etc. etc.) que las bombas molotov y las papas explosivas que los encapuchados utilizan.
Hay que ver cuál es el capital social y simbólico que universidades como La Nacional, La Pedagógica y la Distrital (las tres presuntas implicadas) aportan al país y cómo su costo es mínimo si se compara con sus logros (por poner un caso: no hay ninguna universidad privada que le llegue ni a la mitad de los grupos de investigación y la cantidad de publicaciones que tiene la Universidad Nacional); además si ponemos en una balanza lo gastado en guerra al año versus lo invertido en educación comprenderemos como Haití y Bolivia tienen más doctores –de verdad verdad, no de corbata- que Colombia.
Además, me parece que el debate de La Gurisatti fue tendencioso ya que, por ejemplo, lamentaba la muerte del joven policía (como lo lamentamos todos, incluso la propia U. Nacional que hizo varias jornadas de duelo por el patrullero infamemente asesinado en la puerta del Campus), pero no mostró la misma tristeza amarillenta cuando el profesor-concejal Caicedo habló del estudiante de medicina abatido a bala a los diez minutos del siguiente tropel (en palabras de los estudiantes: se lo cobraron y el macabro marcador quedó 1x 1).
Lo que más me molestó del programa de medianoche (antes pasaban buenas películas, ahora programan esas pesadillas) de La Gurisatti fue que su comedia parecía otra invocación de humo para evitar verdaderos escándalos como la parapolítica, los roscogramas valenciacosistas y la entrada de motosierras y verdugos (estos sí, sin capucha) a la mismísima Casa de Nari… ay, Claudita, cada vez me dan más ganas de decirte cómo el Rey de España a Chávez “Porqué no te callas”; claro que me las aguanto porque la verdad, tu eres más pasable que tu reemplazo en la FM y compañera de set: la Vicky- Vicky. Tocará rezar para que el noticiero de 24 horas de RCN que dirigirás se demore en empezar y para que al espectro nacional ingresen más canales privados (diferentes a los de los ‘Cacaos’ criollos) para ver si así si podemos escoger lo que queramos y no lo que nos impongan. Feliz noche sin La Noche.