Por la venta de los derechos deportivos de Adrián Ramos a un club alemán, se anticipa la titularidad del veterano delantero de 45 años, Anthony de Ávila, ante el Santa Fe el próximo domingo 30 de agosto en el Pascual Guerrero. A propósito de ese histórico hecho en el balompié mundial (que invita a reflexionar sobre la longevidad en el deporte en casos como el del ciclista Lance Armstrong y el del frustrado intentó de regreso de Schumacher a la F1), comparto esta columna publicada en Nuevo Estadio en su edición 1910.

Imposible no referirse al tema. Confieso que ese domingo sentí «mariposas en el estómago». Volvía a las canchas uno de los ídolos de mi infancia. Pisaba nuevamente el gramado de Sanfernandino aquel que descolgara siete estrellas nacionales y que jugara cuatro finales de la Copa Libertadores con mi equipo del alma. Regresaba el «pichichi» histórico del club. Retornaba al fútbol, el personaje que tapó con esparadrapo al diablo rojo del escudo, pero que se pintaba los pulgares de manos y pies con esmalte escarlata. Como el Ave Fénix, resucitaba de entre la muerte del retiro, el ariete que dedicó sin pudor un gol de la Selección Colombia a los hermanos Rodríguez Orejuela y que hoy, sinceramente, admite que lo volvería a hacer. Si señores: volvió esa culebra del ataque llamado Anthony de Ávila. El pequeñín que aterrorizó defensas en los 80’s y 90’s portando la casaca del rojo de Cali.

Como hincha disfruté «el tensionadito bacano» al que se refería Higuita para describir los momentos previos a un partido. Vi el encuentro América- Pasto pidiéndole telepáticamente a Umaña que lo alineara y que, luego, lo enviara al campo de juego. Al final, en compañía de todo el Pascual Guerrero, hicimos que el estratega americano cumpliera con el sueño de los hinchas de vieja data. El ‘Pipa’ saltó al terreno de juego con su tradicional número siete, hizo un par de regates, pateó una vez al arco y provocó una falta cerca de 16 con 50. Nada mal para un debut después de 10 años de ausencia. Sin embargo, poco nos importa si jugó bien o mal. El «Pitufo» no es un refuerzo. O si lo es, pero de otra forma: es un refuerzo moral. Nuevamente la feligresía del trece veces campeón volvió a hablar del equipo y a rememorar las hazañas en el torneo local y en la Copa, cuando la FIFA nos declaró «el segundo mejor equipo del mundo».

Que el problema del gol lo resuelvan Preciado y Adrián Ramos. A de Ávila no hay que pedirle nada. Ya lo dio todo. Gracias a sus dianas saboreamos ser los más grandes del país del 82 al 86 y ser protagonistas del balompié de élite en Suramérica. Tan grande fue ese enano entrañable, que hasta el «Tigre» Gareca, Willington Ortiz, Cabañas y Bataglia todavía hablan de su genialidad en el área chica. Tantas alegrías nos prodigó con sus goles que hoy ya le perdonamos que errara aquel penalti en la final de la Copa Libertadores del 85 ante Argentinos Juniors. Tan fino era su olfato de gol que alcanzó a ser el punta más querido por la afición en la pasada liga de Estados Unidos (militó con el Metro Stars) y en el Barcelona de Guayaquil que lo tiene entre los mejores delanteros que vistieron su camiseta (jugó con el onceno del Astillero una Final de Libertadores). Además, fue el primer jugador del Unión de Santa Fe, de Argentina, en salir en una portada de El Gráfico. Para que no queden dudas, va éste dato: es el cañonero histórico del América en la Libertadores con 29 tantos ¿quieren más pruebas de su pólvora?

No nos queda sino agradecerle al «Pitufo» todo lo que le dio a la afición americana, incluidos los 15 minutos del juego ante Pasto. Al diablo con los cálculos monetarios de si movió o no a la gente a  asistir al estadio. Al diablo si subió o no el rating de televisión. Queda en el corazón esa percepción de temor y respeto que infundía en las aficiones y jugadores rivales cada vez que enfilaba hacia el arco. Apreciar sus estragos en las toldas adversarias era un deleite. Salud por el breve retorno del goleador. Disfrutaremos como nunca si sucede el milagro de que llegue a marcar el gol 202 con el América de Cali. Punto.