Una de las frases más repetidas por los medios en estos días es «Los colombianos se deben sentir orgullosos por tener tantos y tan buenos candidatos» a renglón seguido, periodistas y analistas políticos advierten que eso «es una muestra de lo fortalecida que está la democracia en este país» ¿Será verdad -pregunto yo- tanta belleza? Porque ¿es realmente bueno Alexánder Devia? ¿Lo es Jairo Calderón? Claro que la pregunta aquí debería ser ¿Conoce usted a estos señores? ¿Alcanzarán los votos para aspirar a ser -siquiera- ediles de Kennedy? ¿Sabrán que no tienen ninguna posibilidad? A esos dos quijotes de la democracia, debemos sumar el nombre del doctor Jaime Araujo, magistrado y constitucionalista que ha tenido mayor exposición mediática, dados sus anteriores cargos, pero que no registra «recordación de marca» entre los electores.
Cuando estas cosas pasan aflora «La solidaridad chimba» (aquella que nos conmina a estar del lado de los débiles), pero ella no debe obnubilarnos: no por no registrar en las encuestas significa que son buenos ó lo contrario, que son malos; no obstante si se trata de sentido común -o de intuición- los dos primeros apenas me despiertan simpatía. No me la jugaría por ellos ni para alcaldes de una ciudad de hierro. En cambio el Dr. Araujo merecería mejor suerte.
«Pocas naciones del mundo se dan el lujo de contar con tan buenas opciones a la presidencia» dice Darío Arizmendi en Radio Caracol. «Pocos procesos democráticos tienen tantas seguridades civiles» agrega el Dr. Casas en W Radio. Frente a lo primero valdría preguntarnos ¿Es buena candidata Noemí? Ante lo segundo ¿Existe una verdadera igualdad entre, por ejemplo, Juan Manuel que es el candidato del gobierno y Pardo que se presenta como de la oposición? Intentemos responder: la doctora Sanín de hace ocho años (la que trató a Uribe de paramilitar) y la de hace doce años que disputó con Pastrana aparecía como dueña de si misma, lucía fresca en sus propuestas y -la verdad- seducía con su imagen. La de hoy parece con palabras prestadas, su lengua parece atada por la deuda de tantos favores… Noemí sucumbe ante el dilema no resuelto de ser independiente (lo que le trajo tantos votos antes) y ser fiel al conservatismo y al uribismo (de cuyas bases se alejó en su confrontación con ‘Uribito’). Hoy es una sombra de ayer en la que apenas supera el lapsus dictatorial en el que censuró la radio en la toma del Palacio por parte del M-19. Definitivamente tantos años con el poder acabaron con su sueño del solio de Bolívar y con el deseo de muchas mujeres que veían en ella a su mejor representante.
¿Juan Manuel Santos? Tampoco. Su mayor mérito es ser levemente superior que Andrés Felipe Arias quien, de verdad- verdad, hubiera hecho quedar en ridículo al partido conservador -y de paso a la democracia colombiana- si hubiese sido presentado como candidato presidencial y, colmo de horrores, resultase electo como primer mandatario. Andrés Felipe ya fue lo máximo que pudo ser: ministro de un presidente que no tuvo ministros. Volviendo al Dr. Santos y para hacerle justicia, hay que decir que él no es un mal candidato, al contrario, resulta funcional al régimen que proyecta en su persona el guerrerismo uribista a cualquier costo: aun por encima del respeto a la soberanía de los vecinos porque así haya dicho -en el debate de Caracol- que no bombardearía nuevamente ¡si mostró su orgullo por haberlo hecho en Ecuador! O sus asesores no le dijeron que el mundo está globalizado y cualquier opinión suya se puede escuchar en el vecindario o todo su talante quedó desnudo en esa respuesta. Quizá ambas suposiciones sean ciertas, pero lo más seguro es que Santos, como Uribe, priorizará su gobierno en el mercado interno (el que da votos e índices de popularidad) y le importará un bledo lo que piensen los países de la región, con excepción hecha de Estados Unidos.
Para resumir: Santos será un clon de Álvaro Uribe y su pasado (en el que le achacan hasta una intentona golpista) hace sospechar que será más ‘macartista’ que el actual inquilino de la Casa de Nariño. Además si segundas partes nunca fueron buenas como lo demuestra el segundo periodo de Uribe, las copias jamás superan los originales. La historia lo demuestra.
Gustavo Petro es, sin dudas y de lejos, el mejor en los debates, tanto los del Congreso como en los presidenciales. Sopa y seco les ha dado a sus oponentes y por ello lamentamos que no repita su gestión en una curul parlamentaria. Debates como el de la «Parapolítica» y respuestas como la de «pregúntele a Santos» cuando Yolanda Ruiz le indagó si creía que estaba chuzado (en el debate de RCN), hablan bien de su brillantez que le ha merecido -incluso- el elogio de esa vaca sagrada del Senado, Roberto Gerlein, otro excelente orador, quien dijo «Uno puede no estar de acuerdo con Petro, pero sus intervenciones son siempre contundentes por el sustento probatorio y la elocuencia». El lunar de su campaña, de tamaño colosal, fue su victoria sobre Carlos Gaviria. Nadie, en sus cinco sentidos, puede admitir que el actual candidato del Polo haya ganado sin apoyo uribista. Evidentemente sus electores votaron contra Gaviria y él atizo esa conducta. Eso es legal aunque resulte ilegítimo. Con todo y eso es un buen candidato y ha dado muestras de tener talla de estadista, así sea un camaleón que hoy vota por un remedo de Procurador y mañana aparezca como un crítico de las bases gringas. Además el Polo Democrático Alternativo es necesario para la democracia nacional. El PDA no merece la nefasta suerte de la UP. Figuras como Robledo, Navas Talero, Avellaneda, Gloria Inés Ramírez y Cepeda demuestran esa necesidad.
Vargas Lleras y Pardo lucen empatados así en el fondo sean diferentes. Los dos fueron artífices de «Cambio Radical» y los dos apoyaron la primera reelección. Ambos son expertos en temas de lucha contrainsurgente, uno desde su silla parlamentaria en la que sido ponente de varios temas de seguridad y el otro como ministro de defensa (el primero civil) e -incluso- como académico como se puede ver en sus libros. Los dos son obsesionados con el estudio de lo público y demuestran -o nos hacen parecer- que saben de lo que hablan cuando responden; apenas están -en ese aspecto- un paso debajo del candidato de izquierda. Los dos han sido clientes de la burocracia uribista y los dos se han alejado del cariño del presidente en su disputa por la primera magistratura. No obstante, hay un diferencia sustancial entre uno y otro: Vargas Lleras es un orgulloso signatario de la derecha colombiana; esa derecha que ha construido lo que es hoy Colombia, que defiende el status quo y que jamás negociaría con la guerrilla; el mismo ha sido víctima de varios atentados de las Farc. Su eslogan de «Mejor es posible» resume bien su postura. Rafael Pardo, en cambio, es menos radical; en eso es más ‘liberal’: él podría -incluso- promover y llevar a buen término un necesario proceso de paz, cosa que ya demostró cuando fue comisionado de paz en tiempos de Barco y negoció la desmovilización del movimiento del que salieron Pizarro, Navarro y Petro. Por contraste, su lema de «Vamos a hacer una Colombia más justa» también lo retratan de cuerpo entero.
Finalmente está Mockus. Un personaje que representa más de lo que es. Él mismo es un símbolo; una mezcla de indefensión (Antanas luce frágil y proclive a las lágrimas), espontaneidad (no dudó, por ejemplo, en aplaudir en el debate de Caracol a Petro), inteligencia (aunque su lenguaje resulte confuso y a veces cantinflesco, claro que sin llegar a los excesos de Noemí) y sinceridad (aunque bien vistos, varios de sus pronunciamientos -como la devolución de dineros de reposición- parecen pensados en términos de consolidar su mito). Del profesor Antanas creo tener el derecho de hablar: fui estudiante suyo en la Universidad Nacional, luego le debo gratitud que sin duda merece. Antanas Mockus Sivickas es un buen tipo y un gran profesor e -incluso- un pasable alcalde; la duda es si será un buen presidente. Como rector de la Nacho me sorprendía verlo llegar en bicicleta, vestido de paño, mientras los escoltas de policía del CAI pasaban problemas para seguirlo. También estuve en su muestra de glúteos; la verdad su salida fue genial ante la infernal chiflatina a la que lo sometíamos. Claro que los pitos nuestros también eran justificados: Mockus empezó a privatizar la Nacional (recordemos que él introdujo dos representantes del sector productivo en el Consejo Superior Universitario, que con el paso del tiempo, se convirtieron en dos votos privados o de resorte burocrático del presidente) y ese esquema fue replicado por todas las universidades públicas del país; como también hizo con algunas empresas públicas del Distrito y como anunció que haría con un porcentaje de Ecopetrol, con el pretexto de invertirlo en educación. El filósofo y descendiente de lituanos es neoliberal y eso lo saben todos sin menoscabo de su aceptación. También es honesto, virtud política en la época actual y que es su mejor activo electoral.
Recuerdo que en su tiempo, cuando fue excluido como rector de la Nacional por el asunto de las nalgas, se debatía en los pasillos de la universidad si él era «un genio o un payaso». Hoy esa pregunta persiste. Antanas no conoce el sentido del ridículo y sus gestos de mimo y súper cívico se comunican bien con las juventudes que lo identifican como un político no tradicional. Sin embargo, ante la irresolución del enigma -propio de matemáticos- de si tiene o no la capacidad de gobernar el país, no decido mi voto por él. No obstante -he ahí una contradicción- recomiendo su voto. Lo hago por ser él un académico, por su tenaz talante pedagógico, por sus maneras dulces y por las clases que recibí de él. A propósito ¿hace cuánto no hay un presidente egresado de la Nacional?… Puede que me equivoque con el consejo -que ni yo mismo estoy seguro de seguir- y Mockus acabe exacerbando la ‘croactividad’ que él se inventó en Bogotá y que se asemeja a la política de recompensas del uribismo; puede que acabe vendiéndolo todo a nombre ya no de la Virgen María como pasó en el octenio del dueño del Ubérrimo sino de su despotismo ilustrado que ya ha ejercido desde la oficina rectoral y desde el Palacio de Liévano; puede que acabe reduciendo todo al maniqueísmo ya no entre ciudadanos uribistas y guerrilleros vestidos de civil sino de buenos ciudadanos que cumplen la ley y de otros que la violan… sin embargo, equivocarse con él parece preferible que acertar con algunos de sus contradictores. Usted decide, incluso desde la abstención expresa.