Mundial agridulce: se van los africanos, menos el que gana hasta con el nombre y no me refiero a Brasil que pone a temblar a todos, con excepción de Argentina, que se relame de gusto haciendo cuentas para jugar la final ante el Scratch con el que tiene más de una deuda pendiente (incluida la Copa América de 2007 en la que Adriano les sacó el título del bolsillo). Otro que parece no temerle a los pentacampeones, por historia, es Uruguay que está obligado a jugarle de igual a igual por la vecindad, por Obdulio Varela y por el recuerdo del Maracanazo de 1950.
Cuatro suramericanos entre los ocho, cuatro de cinco posibles porque Chile cometió el mortal error de ser segundo en su serie. De haber encabezado el grupo H, seguro «la roja» elimina a ese sonámbulo que fue Portugal y que conste que no lo digo por su portero Eduardo sino por el figurín de CR9 que demostró que solo rinde ante los pequeños y que su coraje es inversamente proporcional a su talento.
Performance casi perfecto para nuestra región que ratifica que el mejor fútbol, el más ganador, es de esta zona del mundo; así eso no nos toque mucho a los colombianos en particular y a los de la Merconorte en general ¿Qué clase de reivindicación puede darnos el meter cuatro entre los ocho? reclama con amargura un sociólogo amigo. Quizá tenga razón: el fútbol no es otra cosa que un bálsamo fugaz para tanta opresión y miseria; sin embargo nos proporciona pequeñas felicidades como el gol de Maicon a Corea del Norte, inocuas alegrías como el 2 x 0 de «los manitos» a la aristocrática Francia; además de decenas de pretextos para escapar de la realidad -de esa cruda realidad que pone en guardia al amigo de la pregunta- para refugiarnos en la dimensión de los Jabulani, del waka- waka, del bafana- bafana, de las vuvuzelas, de los offside no pitados, de los italianos devueltos en primera ronda, de La Volpe apoyando a México, de la novia-reportera de Casillas, de Maradona más bocón que nunca, de Mick Jagger y Bill Clinton de mal agüero, de los gringos eliminados por los ghaneses, del coreanito Jong Tae-Se llorando con su himno ante Brasil, de Inglaterra cayendo -como siempre- con los teutones, de Holanda que tiene mucho de naranja y poco de mecánica y de todo ese carnaval -dónde el pudor se evapora- que son los estadios repletos de hinchas que parecen concursar por el premio al atuendo más disparatado.
Mundial que se puede seguir por ese leonino emporio que es Directv, por las dos radios monopólicas de Colombia, una de las cuáles tiene a los narradores aquí en Bogotá a pocas cuadras de mi casa -¡que emiten viendo las pantallas de Directv!- (los de la casa Ardila Lulle tuvieron mejor suerte ¡aunque dejaron en Colombia al ‘Paché’ Andrade!); por Cine Colombia que presenta los partidos en 3D (poniendo las voces de ¡los locutores vecinos!) y por la prensa física y electrónica de la que recomiendo El Clarín de Bs’ As’ y el País de Madrid y de Montevideo. Cubrimiento hay para todos los gustos. La oferta es variada y uno decide que consume y a quién le cree. Existen productos periodísticos muy brasileros, como también auténticas grecias para hacer un símil con la calidad de los equipos de Sudáfrica 2010. Para los de paladar negro el secreto está en la escogencia.
Sigue la Copa, sigue el Mundial, si la historia no varía (y en el Mundial casi nada cambia) el champion será ‘sudaca’. Seguiremos alienándonos con gusto (señor Marx ¿existe la alienación a propósito?) y alineándonos como forofos de esta deliciosa entretención pletórica en excesos, en sexismo, en berridos fanáticos y en sabia estupidez. Si. Porque la única selección que no se elimina es la de los miembros de la tribu futbolera. La de los consumidores de la gambeta. La de los visitantes del supermercado de la Fifa que nunca cierra sus vitrinas.