Alivio. También unas ganas locas de saltar. Lamenté mucho no estar en Bogotá: clasificamos y me tocó vivirlo en un país que además de tener su cupo garantizado (es el anfitrión), siempre va a los mundiales: Brasil tiene la única selección que jamás faltó a una Copa Mundo. Luego para ellos es natural meterse y les parece exótico que alguien celebre por eso ¿Pero cómo no hacerlo si la Copa será en Sudamérica? en tierra fronteriza con la nuestra y en la patria que nos enseñaron a amar desde niños por ser la postal que sintetiza todo lo que consideramos propio: el carnaval, la playa, la alegría, la exuberancia y, por supuesto, el fútbol.
¿Muy romanticón? Probablemente. Pero no me importa: sigo de festejo. Colombia tendrá una de las 32 banderas del desfile inaugural en São Paulo. Junto al simbolismo de esa batalla deportiva, existen ventajas de ser protagonistas del ágape futbolero. Aquí van 10 en honor al «Pibe» y del gran James que se fajó ante Chile:
1. No estar en un Mundial en Brasil, es como no ir a la fiesta de quince de la vecinita más linda del barrio o -para un mariachi colombiano- nunca visitar la plaza Garibaldi en Ciudad de México.
2. No haber ganado el cupo significaba, además, la resignada aceptación de que nuestro fútbol es tercermundista: en la zona clasificaban cinco de ocho (contando el repechaje). Era perderse, además, un mundial suramericanísimo: contando la repesca habrá seis naciones de la región en campo ¡casi la quinta parte del total!
3. De no ir perderíamos la posibilidad de ver, en su mejor forma atlética y en el mejor teatro posible, a la segunda mejor camada de jugadores paridos en suelo criollo: Yepes y Amaranto nunca jugarían una Copa y Falcao, Teófilo, Guarín, Aguilar, Sánchez, Zuñiga, Armero y Ospina tendrían para otra (junto a Cuadrado y James que pueden hasta dos más), pero, dado lo imprevisible del deporte, nunca sabríamos «si les alcanzaría» y si serían tan buen equipo como el de ahora.
4. De igual manera: dado que la titular de la Selección es 91% extranjera (exceptuando a Valdéz) y 82% europea (sacando al Teo), sacrificaríamos el chance de ver a nuestra armada foránea batiéndose contra sus propios compañeros de club o rivales de liga, tal como lo hacen habitualmente en sus equipos. Es decir: el miedo escénico tendería a desaparecer. El Pibe Valderrama explicaba la debacle de USA 94 por la falta de «referentes» a quien emular: los pioneros eran ellos. Pues bien; estos chicos de ahora están en la élite y crecieron viendo a Asprilla, Valencia, Rincón, Leonel, Higuita y Córdobas…
5. Por esa simpatía, culturalmente construida en torno de Brasil y de lo «brasilero» (específicamente de lo ‘carioca’), dejaríamos escapar la oportunidad de gozar de «algo nuestro», con «algo de ellos». Aunque -reconozcámoslo- aquí hay gato encerrado; en las recientes protestas en las calles de Rio de Janeiro se gritaba una verdad de Perogrullo: el Mundial no es del pueblo sino de la FIFA. Es un negocio. Sólo que es uno de falacia eficaz: democrático en su disfrute, público en su puesta en operación y privado en sus beneficios. No obstante, es una Copa que sentimos casi como colombiana y de eso los discursos del presidente («le ofreceré la ciudadanía a Pekerman), de los medios de comunicación («demostramos de qué somos capaces»), de la publicidad (el mundialzinho de la seleccionzinha) y por reflejo de nosotros mismos -el nacionalismo se exacerbó en plazas y en redes sociales- son poderosa evidencia.
6. Desperdiciaríamos el ciclo que, caprichoso, nos trae y nos niega la fortuna. En un país que carece de un proyecto deportivo, la contingencia es la norma y dentro de ella el azar es ley. Por eso del fugaz estreno de Chile 62 saltamos al albur de Italia 90, a la frustración de USA 94 y a la insipidez de Francia 98. Por ese vaivén, otra vez estamos en la cima de la Conmebol y del ranking Fifa; sólo que ahora tenemos la suerte de que Pelé no nos dé como favoritos y ¡de que podemos ser cabeza de grupo! lo que significaría no cruzarnos con un grande- grande en primera ronda.
7. Tendríamos un contentillo fútil y extemporáneo: como es poco recordado, el gobierno colombiano renunció a hacer la Copa que había ganado el derecho de realizar en 1986 (al final, México la hizo) y por eso nos perdimos a Platini y Maradona en el Pascual, el Atanasio y el Campín; pues bien, ahora podríamos tener a los nuestros en el Wembley de América del Sur que es El Maracaná, enfrentando a Messi o a Neymar o -mejor aun- sería posible una partida contra los flemáticos ingleses en el «Arena Amazonia» de Manaos ¿se lo imaginaron alguna vez?
8. Jugar el Mundial en Brasil es aprender un poco más de ese «gigante que despertó», como rezaban las pancartas de las movilizaciones populares en plena Copa Confederaciones. Es abrir los ojos para el líder indiscutible de la región y ante una de las potencias económicas del planeta; es acercarnos de manera diferenciada a una nación de la que sólo hemos visto el estereotipo edulcorado. Será una copa «a la brasilera», distinta en geografía, cultura y entorno; en un territorio de dimensiones continentales, que tiene la singularidad de ofrecer 12 sedes y de escenificar partidos en remodelados estadios que antes vieron reyes del potrero como Leónidas, Nilton Santos, Garrincha, Pelé, Rivelino, Junior, Sócrates y el magnífico Zico.
9. Y como la tragedia gusta de tocar dos veces la misma puerta, habrá espacio -en el país del sincretismo religioso, la macumba y el candomblé– para la profecía autocumplida que dicta la repetición de una final sudamericana en el «Maraca» ¿Reedición del Brasil- Uruguay de 1950? ó ¿habrá un «maracanazo» con sabor a Tango? Ahí se me sale el crédulo colombiano ¿Y qué tal la tricolor en una final contra los del «jogo bonito»? Soñar no cuesta. Quizá por eso nos guste tanto el fútbol: porque en un sistema diseñado para que venzan los poderosos de siempre, alienta la ilusión -apenas unas pocas veces concretada- de que uno de abajo, digamos un colombiano, logre mudar esa sonrisita tonta del eliminado a destiempo, por aquella de la estupefacción del que venció a todos y recién se entera de que lo aplauden por campeón.
10. Calificar a Brasil 2014 es salvar -mínimo- la mitad del año entrante: de las tres efes (furia, farándula y fútbol) pasaríamos sólo a efe de fútbol ¿mejor, no? El conflicto interno y la economía son cosas importantes, pero aburridas y si la Selección pasa a octavos o cuartos, hasta es posible que apenas sintamos el año cuando llegue el reinado de Cartagena en noviembre. Como dije: año salvado, así el país siga igual o peor de jodido.
Ahí mis razones. No respondo por la ecuanimidad: esa se me fue con el segundo gol de Falcao ¿Cuáles son las suyas?