Imborrable. Grabado en la piel. Efemérides del alma. Fecha fundacional de un mito. Confieso que más que la Navidad y el Año Nuevo, lo que realmente aguardo del almanaque es la reedición del recuerdo de “aquel 19” que, en la entraña americana, es más que un dato histórico: es el festejo de la nación que se funda sobre la primera victoria en el campeonato nacional.

Postal del América campeón de 1979

Así golpeamos en la puerta del Olimpo futbolístico. Con esa primera estrella ante el Unión se inauguró la edificación, que haría de este humilde equipo de la capital del Valle una institución prestigiada en la geografía nacional y en el exterior en virtud de sus hazañas dentro del campo y –también hay que decirlo- del uso que de ella hicieron los capos de la droga. América fue una especie de juguete del Cartel de Cali: trajeron a los mejores del continente que ganaron de todo en Colombia y solo por mala suerte (que ya me convencí que existe) no alzaron el trofeo de la Copa Libertadores.

¿Irónico, no? Con certeza la peor peste del país es el narcotráfico. Peor que el conflicto con las guerrillas porque volvió corrupto al país –a la sociedad misma- que aprendió a idolatrar bandidos como Escobar y alias “El Mexicano” y eligió sin vergüenza ninguna a políticos financiados con el fruto de sus delitos. Paradójico que una de las adhesiones más fuertes, más populares que exista en nuestra patria: el América (quizá con más seguidores que cualquier partido político y con más fieles que muchas iglesias) haya sido patrocinada por la mafia ¿Se puede renegar de eso? Probablemente sí. Pero hacerlo también tiene su costo: habría que “borrar”, que “descontar” mucho de lo vivido y eso no es tan fácil. Ya lo he intentado y fracasé: es que me hice como persona acompañando y alentando al equipo y mis recuerdos siempre tienen como referente a “la mechita”.

Por lo que un ejercicio intelectual, discursivo, no es más que una entelequia –y por eso mismo inane- que por buscar una salida “políticamente correcta” no soluciona nada de lo importante. Y si de erigir símbolos se trata, mejor no ilusionarse: aquí matan humoristas, profesores, curas, periodistas y hasta dinamitan obras de arte. Mejor probar otro camino.

Además, atribuirles todo lo que significa el equipo a los hermanos Rodríguez Orejuela es desproporcionado. Un club no es sólo el dinero que entra ni los títulos coleccionados: son experiencias, son mitologías, son prácticas, discursos y asunciones de vida. Eso no puede sernos arrebatado por ningún traqueto ni por ninguna oficina antidrogas en Washington. La prueba reina de esto la aporta el mismo equipo: sigue en la B de donde no parece dar señales de querer salir y nosotros seguimos ahí. No se vive de títulos ni de glorias; se alienta porque eso permite renovar la ilusión… así sea vana.

Lo que sí se puede hacer es aceptar que fuimos complacientes con un fenómeno que al principio no tenía connotaciones criminales y por eso permeó buena parte de la sociedad, para después convertirse en una pesadilla que minó la casi totalidad de instituciones del país. Enorgullecerse de los triunfos del equipo del diablo es, entonces, una experiencia difícil: ganamos jugando al fútbol, venciendo con autoridad adobada con calidad, pero las fuentes de ese arsenal eran espurias. Y no sirve como excusa decir que muchas cosas buenas de la humanidad se hicieron a costa de sacrificios sin nombre. Seguir esa línea de pensamiento es justificar muchas barbaries. Es la vieja discusión del fin justifica los medios.

El asunto es más enmarañado que el actual episodio en torno a Petro. Por ahí pasa la doble moral gringa en la lucha contra el tráfico de estupefacientes y hasta la pertinencia o no de legalizar (o despenalizar) como ya se empezó en Uruguay. Pero no vale argumentar con retroactividad: si en esa época el tráfico fuera legal no se tendría el dinero para comprar estrellas de la talla del loco Cabañas o del ‘Tigre’ Gareca. Otra cosa es decir que así funciona el mundo del fútbol y para el caso valen dos ejemplos, uno afuera y otro adentro: el Real Madrid y el Atlético Nacional, que basan su poder deportivo en su potencia económica. La injusticia como regla. Es que el fútbol –como la vida- es asimétrico.

América es como el país: complejo, con aspectos para avergonzarse y ámbitos para sacar pecho. No es ni el mejor equipo del mundo (así hayamos sido segundos en el ranking de la Fifa), pero tampoco el peor (así estemos descendidos). Querer a un club no es cerrar los ojos y desconocer lo que huele mal. Lo otro es patrioterismo barato, hinchismo estúpido; como pensar que todo en Colombia está bien. Como hacer demasiada bulla por un título apoyado por el monopolio económico (que me perdonen los del Nacional). 

Y por ser imperfecto y parecerse tanto a mí lo seguiré acompañando sin poder evitar el llanto al oír la canción del gran Daniel Santos, Aquel 19 de diciembre de 1979 ¡Larga vida al blasón americano!

Twitter: @quitiman