No somos una democracia. La abstención, producida por la poca confianza que nos inspiran las instituciones y los partidos políticos, es la que decide. Aquí siempre votan las inmensas minorías, en su mayoría secuestradas por el clientelismo, cuando no por los actores armados que han impuesto candidatos. Dudo que –para presidencia- haya habido una elección limpia en nuestra historia republicana.
Con ese panorama, se abren las urnas mañana ¿Qué nos jugamos este domingo? Mucho, sí; pero no tanto como pensamos. Ninguno de los cinco provocaría una revolución social con su mandato. Cuatro porque no quieren: Santos, Zuluaga, Martha Lucía, Peñalosa y una (Clara López) porque no la dejarían. Dos romperían los diálogos de la Habana, uno de ellos más que gobernar gerenciaría y otro oficiaría como secretario de un gobernante anterior. Asumiendo el riesgo de simplificar y generalizar, aquí van unas consideraciones de cada aspirante al solio de Bolívar:
Martha Lucía Ramírez Más tecnócrata que política. Mejor ministra que improbable presidenta. En su calidad de funcionaria subordinada, llegó a su máximo nivel de rendimiento. En su historia como jefe de cartera destacan dos gestiones: diseñó el Ministerio de Comercio en el gobierno Gaviria y gestó el corpus de la Seguridad Democrática en el de Uribe. Conservadora de raza: representa y defiende los valores tradicionales en detrimento de otras expresiones de pluralidad cultural, política y cultural. Se puede definir como pastranista por su talante gerencial y uribista por su concepción militarista de la seguridad.
Óscar Iván Zuluaga Magnífico coequipero. Buen gregario. Economista competente y manzanillo eficaz. Su currículo se asemeja mucho al de su predecesor: viene de provincia (lejos de los cocteles bogotanos) en donde fue concejal, alcalde, congresista y ahora aspirante presidencial. Como acontecía con su mentor, antes de las elecciones casi nadie lo conocía y pretende elegirse atacando –como Uribe en el 2002- un proceso de paz con las Farc. Divide al país entre “colombianos de bien y terroristas” y ese maniqueísmo aplica para todo lo demás. Radical que no ahorra medios para conseguir objetivos (hacker incluido). De independencia dudosa. Uribista genético: fue proclamado candidato del Centro Democrático en una convención clientelista.
Enrique Peñalosa No es político. Es gerente. No gobierna, administra: eso lo comprobó en su alcaldía de Bogotá. Neoliberal: privatiza lo esencial e introduce medidas estatales- asistenciales que moderan el economicismo de monopolio de sus medidas. Es un capitalista con corazón para decirlo en otros términos y –dicho sea de paso- un pésimo candidato (¡comete cada error!). Es casi tan mal candidato como Antanas Mockus (que siempre lo derrotó en elecciones). Es el único que no puede ocultar su origen aristocrático y es quien más debió calcular su campaña a la hora de argumentar a sus adversarios: sus simpatías se mueven entre anteriores respaldos de Uribe y atacar a su candidato (al que ha llamado títere) para sobrepasarlo en intención de votos de cara a clasificar a una segunda vuelta. Simpático, pero víctima de su incapacidad para pensar un país diferente.
Clara López Auténtica. Preparada. Tan honesta que nadie se atreve a relacionarla con la corrupción de Samuel Moreno, de quien fue escudera. Su gobierno tendría una clara vocación social: invertiría más en educación, reformaría con celeridad el perverso sistema de salud y más que regalar casas (estrategia electorera) pondría en marcha una estructura de vivienda popular con dignidad. Detendría la privatización galopante de las empresas y recursos públicos y también firmaría la paz con las Farc. Incluyente y pluralista: la orientación sexual, política y moral no sería factor de discriminación en su mandato. Ella representa una opción real de la izquierda que se aleja de la sombra guerrillera y se inscribe en la acción política civilista.
Juan Manuel Santos Político de carrera. Más sagaz que inteligente. Más astuto que competente. Santos no tiene el carisma de Uribe ni la simpatía de Peñalosa; tampoco la solvencia discursiva de Clara López, ni el nivel de ejecución administrativa de Zuluaga o Martha Lucia, pero es innegable que sabe jugar las cartas (apellido incluido) y tiene el olfato y osadía necesarios para hacerse elegir con votos prestados, girar 180 grados para alejarse de la sombra de su ex jefe; asumiendo con ello un camino impopular: negociar con el demonio del que él fue verdugo en su tarea como ministro de defensa del régimen anterior. Con JMS tendremos más de lo mismo: un gobierno sedante, que adormece y no irrita, pero tampoco emociona. Será la misma historia desde tiempos de Bolívar, una sucesión de familias con abolengo que gobiernan para pocos. Firmará la paz, más no lo hará tanto por su amor al país, sino por cálculo de su propia carrera como estadista.
Conclusión: poca oferta, escasa novedad programática y un factor clave: las negociaciones en Cuba. Colombia se juega su futuro o quizás no. Ilusionarse es caer en las redes militantes. En la polarización. Va mi voto por Clara y me alisto para votar en 2da por la no guerra. Nunca me imaginé sufragando por Santos. Lo que tiene que hacer uno en la vida…