Cuando se abrazaron Rigo y Nairo ya no pude más: lloré ¿Qué tiene el deporte que nos sensibiliza tanto, que nos hace tan sentimentales? No tiene caso responder eso ahora. Si decir que esas lágrimas compensaban muchas frustraciones contenidas: ser colombiano es difícil y perder es casi una sentencia de muerte para nuestras vidas. Lloré porque el campeón del Giro de Italia 2014 venció no sólo a los 200 rivales que enfrentó sino a la hegemonía cultural que nos ve como indiecitos, latinos y sudacas. Nairo Quintana desafió la pobreza, el atraso, la historia misma. Su director deportivo lo expresa mejor: “su principal enemigo era la timidez” ¡A Nairo le daba vergüenza ganar! Por eso su gesta fue imponerse –a puro golpe de riñón- al déficit de capital cultural alimentado en nuestra sociedad por siglos de colonización, subdesarrollo y corrupción política.
Nairo se encaramó en el primer cajón del podio. Y lo hizo con un estilo que conmueve: calladito, sonriendo, intentando ser invisible para no incomodar a nadie. Por eso su triunfo es aún más meritorio: sólo decidía ganar si la forma de lograrlo no era ofensiva para nadie. De ahí que la captura de la camiseta rosada se diese en un descenso y no en una subida que es su especialidad.
Lloré porque quien levantó los brazos en Trieste es un campesino. No uno de mentiras: Quintana sabe lo que es cortarse las manos sembrando papa y cebolla; entiende lo que es cantarle a la vaca para que se deje ordeñar. Su universo de crianza es rural, popular y provinciano. Su padre le dijo a los periodistas que Nairo se asustaba con la idea de ir a Bogotá y que se llenó de pánico al enterarse que debía abordar un avión. También relató que la primera bicicleta que le compró, dada la carestía, era oxidada y pesada. En ella el futuro campeón europeo iba a la escuela. Su madre agrega que fue la insistencia de sus vecinos lo que les obligó a inscribirlo en competencias veredales que su hijo empezó a ganar sin descanso.
Celebro porque ganó un producto del campo: uno cosechado en Boyacá, departamento que es despensa agropecuaria del país y cuna prodigiosa de escaladores. Si, allí no nacen ni se hacen ciclistas sino escaladores. Escarabajos. Hombres predestinados a defender la camiseta de reyes de la montaña.
También conmemoro porque el vicecampeón es otro claro ejemplo de la fuerza de lo popular y del temple de los descamisados: Rigoberto Urán es un sobreviviente de la guerra. Su padre fue asesinado por el absurdo conflicto que padecemos y él debió asumir responsabilidades de hogar y económicas siendo un niño. Rigo vendió lotería en la calle y esquivó los demonios que lo tentaron a transitar malos pasos. Por eso es que a veces lo vemos trepar cuestas y sobrepasar adversarios con relativa facilidad: el antioqueño Urán ya probó dosis del infierno y por eso no lo amedrentan ni las otras lenguas que ya domina, ni el frio bajo cero ni los cerros arriba de los 3000 metros.
Izo mis puños al cielo porque esto es más que simple deporte. Es más que una victoria. Es un gesto didáctico que nos enseña que ya está bueno de seguir en el letargo del atraso mental y la estupidez política. Que un campesino y un desplazado sean capos no de carteles criminales, sino de prestigiosas escuadras deportivas tiene que estar diciéndonos algo. Que sean ellos los que peleen –sin la violencia que acostumbramos ni la envidia que nos domina- el trofeo mayor es un ejemplo de que se puede trabajar por un propósito superior, común, por más ideologías que nos separen.
En un momento en que el país necesita líderes auténticos y héroes genuinos #Nairoman y #Rigonetor llegan para henchirnos el pecho de orgullo. En esta época aciaga de sectarismos políticos y vientos de guerra el abrazo sincero y victorioso de estos dos campeones es una lección. Ojalá, además de rociar maizena y revivir el patrioterismo vacío, aprendamos algo. Gracias chicos: lo hicieron de maravilla.