Diario de corresponsal. Salí temprano de Rio de Janeiro el sábado 14 de junio y ya en el aeropuerto Galeão decenas de colombianos hacían fila para abordar el avión rumbo a Belo Horizonte. Con tristeza me encaminé hacia la sala de espera del vuelo rumbo a la ciudad de Fortaleza: no conseguí para el juego de la tricolor, pero como consuelo tenía el tiquete para Uruguay versus la selección de Jorge Luis Pinto: Costa Rica. Luego de tres horas de vuelo a través de la única aerolínea que transmite los juegos en vivo en pantallitas de los respaldares de la silla, vi la hermosa cancha del “Arena Castelão”. De ahí al estadio fueron 20 minutos en autobús gratuito. Para contentillo mío me encontré con al menos 100 compatriotas: ellos compraron –a la ciega- antes del 06 de diciembre pasado cuando fue el sorteo en Costa de Sauipe.
En el aeropuerto de la capital federal me encontré de frente con las dos hinchadas: una más ruidosa que la otra. Los “celestes” no paraban de cantar y bromear a los ‘ticos’ que son como nosotros: tienen pocos cánticos, sólo entonan el “ole, ole, ole, oleeee, ole, ole…” con sus variantes. El estribillo más vociferado por los compatriotas de Forlán era el “Volveremos, volveremos/ Volveremos otra vez/ Volveremos a ser campeones/ Como la primera vez”. Me quedé pensando que dos países tan pequeños en territorio y extensión encontraban en el fútbol una vitrina para ensalzar su nacionalidad y brillar en esta vitrina que es el Mundial.
En Brasil, pero viendo el de Colombia por la tele
El autobús nos descargó al frente del Castelão: qué porte tienen estos estadios. Tremendo. Como su nombre lo indica, es un castillo medieval reformulado en escenario de balompié. Con razón valieron tanto. Lo triste es que la sobrefacturación atente contra los beneficios que la patria del ‘Penta’ hubiese podido lograr con un manejo más honesto y transparente.
Ya en las afueras del estadio nos fuimos juntando. Decenas de colombianos: entre 70 y 120 nos atrajimos por el imán de la amarilla y varios de nosotros acabamos donde Rómulo, un mulato que nos sirvió cerveza y pollo. Él, los demás comensales brasileros y un par de japoneses acabaron celebrando los goles de Armero, Teo y James. Allí, los uruguayos se sumaron al festejo y nuevamente nos dieron clases de campo. Ahí se nota la tradición de ellos y la impericia nuestra. En nuestra patria sólo entonan cánticos las barras, los demás sólo dos o tres estribillos y listo. Con el 3 x 0 hubo más rondas de cervezas, más ruidos de cristal chocándose y un rio festivo camino al segundo plato del día. Nadie sospechaba que la noche caería más pronto para los sudamericanos que fueron cuartos en la pasada Copa.
Campbell: un fanfarrón con técnica
Comenzó el partido y los “charrúas” se fueron encima. Pronto, usando su legendaria marrulla, obtuvieron un penalti que la repetición comprobó fue con el sello de fabricación de Lugano. 1 x 0. La metió Cavani y el estadio fue un solo coro, de “fala” (habla) española y acento rioplatense. Tabárez, DT, uruguayo no cabía de la dicha. A pocos metros el santandereano J.L. Pinto se salía de la ropa. Así se fueron a las duchas.
Pero en el segundo episodio la cosa fue a otro precio. La solvencia celeste se quedó en el vestuario. Los centroamericanos salieron a empatar y acabaron yéndose de largo. Todo por obra y gracia de un grupo corajudo comandados por un tal Campbell que fue –literalmente- una bestia negra que los desbordó, los sobrepasó, marcando el del empate y participando en los dos tantos siguientes.
Después del obús de las tablas Uruguay no se paró más. Erraba pases, no conseguía recuperar sin faltas y Forlán parecía más ocupado en subir sus medias que en correr bolas. Adelante Cavani se veía sólo y tenía que bajar a rebuscarse algún chancesito. Desteñida. Lejos del nivel de la actual campeona de América. Ahora Uruguay tiene que vérselas con un par de excampeones: la envalentonada Italia y la también herida Inglaterra. En resumen: jo-di-da la cosa.
Y ocurrió el milagro: los costarricenses, por arte de birlibirloque, aprendieron a cantar. Los uruguayos no escondieron sus banderas ni se sacaron las camisas de encima, pero sí sellaron sus labios. El fútbol enseñaba que los triunfalismos no garantizan victorias. Tampoco la historia. Camino del aeropuerto, rumbo a Brasilia vi caras tristes y varios uruguayos en el baño lavándose la pinturita del rostro y también secando una que otra lágrima. Brasil 2014 sigue prodigpandonos un carrusel de alegrías. Que privilegio vivirlo aquí y contarlo para ustedes.
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