Brasil es Brasil. Así de simple. No es una frase compleja ni sofisticada, pero su validez no resiste dudas. Esa expresión no sólo se refiere a su poder futbolístico, también remite a su encanto. Brasil es el pentacampeón y su tierra es llamada “la patria del fútbol”. No existe una selección que se le equipare en ninguno de los dos ámbitos: es la más ganadora y la más admirada. Quizá por ello sea también el equipo más protegido y más consentido.
Enfrentarlo es, entonces, dificilísimo. Pararse ante el Scratch es una experiencia singular: nadie es tan poderoso y al mismo tiempo tan querido. Lo corriente es que las personas hinchen por el más débil o el menos capacitado. Con la “canarinha” no sucede eso: a Brasil todo el mundo le hace fuerza, incluso los árbitros e instituciones como la Fifa.
Brasil es como un Goliat carismático. Es el Estados Unidos del balompié: promociona unos valores (talento, técnica, eficacia) y consigue popularizarlos con eficiencia irreprochable. Por eso digo que la verdeamarela encarna el sistema. Brasil es el establishment y -¡qué miedo!- Colombia se tendrá que parar delante de él este viernes.
¿Cuáles son las probabilidades de ganarle? Son muchas menos que las que el sólo fútbol hace prever. En el “Castelao” de Fortaleza habrá más que apenas dos equipos de atletas. Las cargas simbólicas de las camisetas (lo que llamamos el “peso” de la historia), los capitales culturales de las naciones y elementos para nada insignificantes como la localía en las gradas (tendremos –por primera vez- minoría colombiana) y ser el anfitrión del torneo, jugarán su papel en distintos porcentajes.
Así las cosas, con ese ambiente habrá que poner más que mero fútbol y el coraje –que bautizamos en nuestro país como berraquera- puede ser un ingrediente decisivo para dar el golpe de estadio que tanto anhelamos.
Muchachos de la selección: para ganarle al sistema la intrepidez ha mostrado su valía. A Brasil hay que matarlo deportivamente de forma rotunda… no vale un gol de diferencia. Hay que avasallarlo. Esa la única forma de que los demás aspectos no puedan obrar.
Dios mío ¡Jugamos contra Brasil en Brasil! ¿Se imaginan eso? Es el sueño que nunca pensamos llegaría. Quiero y no quiero que llegue la hora: la espera la hemos sufrido y disfrutado. Si el sábado amanecemos en semifinales, creo que el Maracaná nos aguardará con los brazos abiertos.