Apaga el micrófono, al menos en “La Luciérnaga”. Se va Peláez y con él inicia la extinción de la generación que revolucionó la radio colombiana, no tanto en tecnología como en estilo: la impronta nacional creó una franja matutina (primero en AM y luego en FM) de noticias políticas, economía, deportes y notas del jet set. Todo ello modulado por periodistas que además de dar noticias, las comentaban. Así nacieron “6 AM 9M” de Caracol, “Radio sucesos RCN” y toda la estela de julios, gurisattis, vickys y nestores.
Desde ahí, a la sombra de Yamid Amat, Juan Gossaín y Hernán Peláez, decenas de periodistas forjaron una personalidad al vaivén del cambio de dial de los oyentes. Estos tres mosqueteros de las ondas hertzianas inventaron, a su vez, acentos distintivos: Yamid privilegió “la chiva” (la primicia) a cualquier costo, dio palos de ciego y así como acertó, erró, en varias ocasiones con estilos chabacanos francamente insoportables. Gossaín llevó erudición a las antenas radiales: se rodeó de académicos y él mismo demostraba tal conocimiento de las cosas que nos aturdía con el empalago que lo hacían los compañeritos sabihondos del colegio.
Peláez, en cambio, jamás persiguió ni lo uno ni lo otro: ni quería ser el más informado ni aspiraba a ser llamado sabio. Ni siquiera en sus propias aguas, el periodismo futbolero (porque siempre admitió que sólo sabía de este deporte), quiso mostrarse como el non plus ultra. Ese papel se lo cedió a los que sucumbieron a la vanidad: el sabio Vélez y el arrogante Mejía. Pero no es que Hernán fuese pusilánime: sólo que su carácter, tan vallecaucano, es como dicen las abuelas, “parejito”, ni pendenciero ni apocado. Y ya lo demostró: se fue de La Luciérnaga cuando vetaron en su programa a Artunduaga y es el único de toda la cadena que ironiza a los españoles de Prisa.
Tampoco cedió a las veleidades de la farándula: nunca alcanzó los extremos performáticos de Cesar Augusto Londoño por presentar en televisión donde nunca se sintió cómodo. Su ambiente natural siempre fue la radio, porque la prensa escrita tampoco fue su fuerte: leerlo es castigar los ojos después de haber premiado los oídos con sus programas.
A él lo que realmente le gusta es fumar tabaco y beber whisky. También le apasiona ver fútbol y hablar de él como se hace en las tertulias de amigos. Por eso sus programas son reflejo de ello: la antigua Polémica, la propia Luciérnaga y el Pulso del fútbol.
Aquí un cliché inevitable: crecí oyéndolo. Quizá una de las primeras voces que oí a través de la cajita musical fue la suya. Por eso la gratitud de este escrito: muchas de mis primeras tardes en Bogotá, después de abandonar mi natal Villavo; muchos domingos de fútbol y ahora muchas tardes- noches en el exilio de Brasil fueron más llevaderos gracias a los espacios que moderaba, conducía y dirigía. No es exageración, aunque no me gusta admitirlo, que mi fascinación por la radio hablada y el fútbol tengan influencia suya.
Se está yendo “el último de la estirpe” como lo definió el gran Andrés Salcedo en su novela futbolera. Desaparece del final de las tardes de radio el “doctor” que es como colegas y oyentes le conocemos y llamamos. Y esto no es un dato menor: ese título ni es impuesto por autopromoción (como acontece con tantos de su gremio) ni obedece a la lógica clientelista de los lagartos; sino que es otorgado sin reparo por quienes le rodean. Es como en Colombia reconocemos a los que sin tener estudios académicos posgraduales, expresan maestría en su saber práctico.
Eso es Peláez: un hombre que apela a la espontaneidad y la simplicidad por la certeza de que no tiene más. Es sabio en su sobriedad, en lo lacónico de sus interjecciones radiales, por el prodigio de su memoria y por la versatilidad para acoplarse a los formatos y hacer brillar a sus equipos de trabajo sin imponerse él. El Doctor Peláez trabajó con todos: Yamid, Arizmendi, Vélez, Mejía… y siempre iluminó con su paciencia y fino humor caleño.
Una verdadera pérdida su salida del mejor espacio de humor político del país. Un luto más para el remedio del humor que nos permite sobrellevar la tragedia colombiana. Le haremos duelo… sobre todo porque llega su perfecta antítesis. Qué mala elección su reemplazo.