Todos hemos sido Nicolás Gaviria. Sería hipócrita no admitirlo: somos tan pagados de nosotros mismos que, al menos una vez en la vida, enfrentamos –así sea en el pensamiento- una situación adversa, irritante o incómoda con el bendito “usted no sabe con quién se está metiendo”.

Esa actitud no es nueva ni exclusivamente colombiana: desde siempre los aristócratas se visten, se portan y expresan modales que buscan diferenciarse de los demás. El sociólogo francés Pierre Bourdieu investigó ese fenómeno a través de la apreciación estética y el gusto de la sociedad francesa. Su observación demostró que “la distinción” –así la llamó- es una conducta aprendida y reelaborada, que construye límites y fronteras socioculturales.

Desde niños nos enseñan a mirar con desconfianza a los que no son como nosotros: “los otros”, los “diferentes”. De ahí a satanizar no hay sino un solo paso: a los pobres, negros, indios, campesinos, desplazados, homosexuales; a todos ellos se les generaliza con el descalificativo gentuza y en algunos casos se les trata de enfermos… sólo se normaliza lo que se asemeje al patrón europeo- hispánico (lo blanco- católico) y capitalista (urbano- clase media/alta).

No se entiende que eso que llamamos normal es una construcción social. Tampoco que no hay nada natural: todo está mediado por la cultura. La naturaleza es percepción simbólica de la realidad. La sociedad es dinámica y vive reactualizando sus patrones estéticos y renovando sus verdades.

¿Se han preguntado por qué ustedes se visten como se visten; porqué comen lo que comen; porqué se divierten y hablan como se divierten y hablan? Sencillo: para identificarse con su clase y –así- distinguirse de las otras. Los ricos no sólo quieren serlo, sino parecerlo. Igual los empresarios, escritores y gente del llamado Jet Set.

Por eso los estudiantes de escuelas y colegios públicos se diferencian de los privados y los habitantes de barrios de estrato alto de los de bajo. Por eso los “intelectuales” y académicos gustan de usar cierto tipo de modismos verbales, pashminas, mochilas y anteojos. Sin embargo, el asunto no es tan rígido y esquemático: dentro de los propios grupos y clases existen resistencias, re-significaciones y asunciones críticas que pueden desestabilizar patrones actuales, por otros, que pasan a ser hegemónicos y así sucesivamente.

Cuando un obrero de construcción compra unos costosos tenis no sólo busca comodidad para sus pies: persigue apartarse de su precariedad económica aspirando a ser como los otros, los ricos, cuyo ideal estético es dominante. El “mirar y no tocar” o “eso no es pa’ pobres”, además de otras expresiones como “tiene clase”, “se le nota la clase”, “desclasados” son corolarios de esta conducta.

El antropólogo carioca Roberto Damatta agregó un nuevo elemento de comprensión a este asunto: el jeitinho y la malandragem. En español: la actitud pícara, malicia indígena. Esa que ya usara el Asprilla del Parma ante un insistente periodista al que se sacó de encima diciéndole: “¿No se da cuenta con quién está hablando? yo me gano 50 millones al día y Ud. una miseria”. Como ese caso, millones en el mundo.

Recomiendo que averigüen de dónde viene el término snob. Preguntémonos que tan esnobistas somos, qué tanto representamos papeles que sintonizan –en mayor o menor medida- con la grotesca pataleta de Nicolás Gaviria ¿qué tanto lo imitamos cuando nos hacemos selfies con “personalidades” (para parecernos y/o identificarnos con ellos)?

Claro que dio papaya. Claro que el pasar de la violencia simbólica a la física es bochornoso y merece una reprimenda social y legal; pero ese comportamiento es producto y expresión nuestra. Por eso cada trino, meme y post de rechazo y burla a su socarronería debería contener una autocrítica ¿o vamos a seguir fingiendo -como lo hizo el expresidente Gaviria- lo que no somos?