El caracol apagó la señal: así podría resumirse la movida en la que el canal de los Santodomingo compró los derechos para transmitir el Tour de Francia en Colombia. Con esa transacción ratificó su hegemonía en la televisión nacional: es el rey absoluto del rating, gana entre los canales de TV abierta y también suma más televidentes que los canales cerrados.

De facto tiene una posición dominante que torna su presencia demasiado influyente en la esfera pública colombiana: es el libretista de la realidad nacional con sus noticieros, provee el melodrama tragicómico con sus telenovelas, entretiene a las grandes audiencias con sus realities y programas de concurso y –como si fuera poco- es quien modela la pasión futbolística nacional con el Gol Caracol (una mezcla de chovinismo, racismo disfrazado de bacanería “como le pegaste a la pelota mi negro” y redundancia de relato sobre imagen).

La marca del monopólio televisivo

Lo peligroso de ese monopolio televisivo es que reproduce consensos dogmáticos, reforzados por los lugares comunes del formato Caracol: los barrios populares son peligrosos (desde allí reportan cada mediodía atracos y violaciones), los deportistas son pobres (los periodistas no se cansan de contar la misma historia, con diferentes protagonistas, mil veces), las mujeres colombianas son las más bonitas y las que mejor bailan (presentadoras, reinas, modelos, hinchas que sólo existen para la cámara si están “producidas”), el pueblo colombiano es alegre (por eso en la Copa América vivíamos “la fiesta del gol”) y creativo, así se porte lo contrario cada vez que el reportero reciba el cambio y todos los disfrazados de hinchas -que están detrás suyo- no sepan canturrear otra cosa que el repetido “¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!”.

De esa forma sólo es verdad lo que se dice y pasa por Caracol; sólo se es divertido, entretenido, bello e importante si se tiene la estética Caracol: recientemente hubo un júbilo regional en Meta y Casanare por el triunfo en un concurso musical («A otro nivel») de un cantante llanero; en las redes sociales las demostraciones de exacerbado orgullo fueron la nota predominante y de la gobernadora hacia abajo todos expresaron inconmensurable satisfacción. No es que no haya más y mejores exponentes (conocidos y no conocidos) del folclor llanero, es que “se ganó en Caracol”. Por supuesto que en un semestre eso será asunto olvidado.

¿Y el Tour?
Monopolio, hegemonía y dominación caracolera que le arrebató al canal público más creativo que tenemos, Señal Colombia, el deseo de transmitir el Tour como ya había hecho en ediciones anteriores. Es entendible que en el libre mercado gane el mejor postor; sólo que aquí la codicia se notó demasiado: aprovecharon el esmerado cultivo que Señal Colombia hizo recuperando antiguos seguidores del ciclismo y cautivando nuevos (por si no se han dado cuenta, todos sabemos de fútbol; todos los demás deportes se “aprenden” a ver), le robó a su estelar contratación mexicana y –para colmo- sólo decidió transmitir al ver la posibilidad de título cercana. Si gana el boyacense comercializarán hasta el agotamiento su inversión en el título, libreteando también la euforia colectiva. En fin: actuaron como una hiena.

Para Señal es la oportunidad de producir contenidos que compitan con calidad y originalidad a la comodidad hegemónica privada.

Encima, no están proponiendo nada. No hay innovación televisiva ni creatividad narrativa. Pierden en producción, sólo transmiten las llegadas (por TDT pasan más, pero ese sistema aún no es masivo), tienen más comerciales que roban atención y sólo apuestan a cautivar teleaudiencia con la brillantez del “Poeta” Rubencho y de la enciclopédica Goga. Total, los televidentes perdemos y nos quedamos con la sensación de ser víctimas de un canal oportunista y mediocre.

Todo eso pasa sin que haya el menor atisbo gubernamental de contener ese exceso que va camino de normalizarse e instituirse como guión oficial: nos acostumbramos tanto a ver Caracol que las personas reclaman en los restaurantes que se ponga ese canal y –me pasó en la Copa América- que hasta se cambien de habitación si se sintonizan partidos de la Selección en otra frecuencia.

¿Son tan manipulables las mayorías? No creo, pero hay condiciones que limitan: por ejemplo, no todos pueden comprar televisión paga y les toca ver la oferta de TV abierta (es decir, ver a la fuerza a Nairo por Caracol); ahí es donde se reclama una acción de Estado. Finalmente, Señal Colombia es patrimonio público y Caracol, por más privado que sea, usa el espectro electromagnético que es bien público y objeto de regulación.

Cierro con esta: el peligro de los canales dominantes tiene aleccionantes ejemplos en México, Argentina y Brasil. En el norte se eligen presidentes con el aval de Televisa, en la tierra de Gardel hubo que legislar contra el poder del Grupo Clarín y todavía ese pulso sigue y en la nación de Pelé –desde donde escribo- ya hubo un golpe animado por el monstruo mediático de O Globo.

Twitter: @quitiman