De percepciones y manipulaciones históricas

Aunque para gran parte del mundo desarrollado los plátanos son solo una fruta más del inmenso cóctel exótico que se explaya sobre la mesa de los más favorecidos, para la mayoría de nuestros pueblos solo han representado manipulación, intervención y, en algunos casos, muerte.

No en vano, las grandes compañías fundadas en las principales metrópolis, como la United Fruit Company, avanzaron sobre los trópicos, creando plantaciones masivas y enriqueciéndose gracias a la ‘banana split’ y los comerciales cereales con leche.

Para proteger sus ingresos se aliaron con políticos y presidentes de todos los países y de todos los pelambres, llegando a convertir a nuestras frágiles democracias en gobiernos títeres de plataneros que empezaron a ser conocidos como ‘Banana Republics’.

Este es el contexto en el que se desarrollaron golpes de estado e intervenciones como la de Guatemala en 1954, promovida por empresarios en los pasillos de Washington. A pesar de que muchas de estas acciones parecieran lejanas, filiales de las principales empresas dedicadas a la siembra expansiva y a la explotación del banano se afincaron en el país, como la United Fruit Company que se instaló en el Caribe colombiano.

La corrupción y la falta de regulación laboral y de políticas sobre la llegada de capitales extranjeros al país desataron una oleada de corrupción y malestar entre los trabajadores. Los obreros tenían un sueldo básico que era descontado en productos de alto costo en los comisarios que había instalado la empresa.

Esto desembocó en una huelga que fue reprimida por parte del Ejército colombiano, según constataron los documentos y testimonios recogidos por Jorge Eliécer Gaitán en su famoso debate en septiembre de 1929. La falta de documentos oficiales y de testimonios escritos sobre los resultados de la masacre ha sido utilizada desde entonces como herramienta política.

En ‘Cien años de Soledad’, Gabriel García Márquez menciona el numero de 3.000 muertos como una figura literaria que fue tomada como realidad por algunos, al no existir una versión oficial del número de víctimas.

De igual manera existen versiones como la del periodista Eduardo Mackenzie, residente en París desde hace más de 30 años y conocido por publicar artículos en portales de extrema derecha, basados en interpretaciones de supuestos documentos de archivos soviéticos, donde concluye que la masacre estuvo mediada por el comunismo internacional.

Ambas versiones, la del Nobel y la del periodista, se alejan de la historia como ciencia y se convierten en generadores de mitos y leyendas que sirven de sustento a políticos extremistas, que los utilizan para polarizar a sus seguidores.

Es bien sabido que la memoria puede ser deformada y utilizada al antojo de quien desee alimentar a su rebaño. Es por ello, que existen personas que estudian durante décadas una carrera llamada Historia. Son ellos los encargados de auscultar al pasado e intentar reconstruir los acontecimientos con técnicas científicas.

Dejemos la versión de la García Márquez como una reacción literaria al horrendo suceso, y la de Mackenzie, a sus periodísticas columnas de opinión. Es hora de que volvamos la mirada a quienes verdaderamente son historiadores.