La sabiduría de ¿Dónde están los ladrones? veinte años después
Dicen que dijo Shakira una vez que los dos volúmenes de Fijación oral (2005) eran su tesis de grado. Tendría que haber dicho, entonces, que ¿Dónde están los ladrones?, esa joya de la música latinoamericana que cumple veinte años el próximo septiembre, fue su examen de admisión;
Al álbum, como corresponde a su grandeza, lo antecede un mito: Shakira, veinteañera, presionada por el éxito de su álbum anterior y ansiosa por llenar las expectativas con su nuevo álbum, es robada en el aeropuerto y pierde la maleta en la que están las canciones de su próximo álbum. Entonces escribió de nuevo las canciones –quién sabe qué tanto de las robadas quedó en las que conocimos– y grabó el álbum que vendió más de un millón de copias a un mes de su lanzamiento, el más vendido, de los álbumes en español, en su año de lanzamiento en Estados Unidos, y, bueno, ustedes saben el resto (que es que se saben las canciones y las cantan con ojitos cerrados cada tanto).
La historia que cuenta ¿Dónde están los ladrones? es la de una persona –una mujer–, que va de la ceguera a la vista, de la ignorancia a la conciencia. El álbum arranca con “Ciega, sordomuda”, una canción que, en principio, se inscribe en una conocida tradición literaria que entiende el amor como una enfermedad. A Shakira se le acaba el argumento y la metodología, no entiende de consejos ni razones. Es ciega en tanto ignora y sordomuda pues no tiene nada que decir. Anuncia que se encuentra perdida y, entonces, emprenderá un viaje hacia la vista.
A partir de la segunda canción empieza el viaje de la heroína. En “Si te vas”, Shakira reconoce que irse puede ser doloroso pero es necesario; emprende la búsqueda de su independencia y, entre tanto, descubrirá quién es. Luego, en “Moscas de la casa”, sabe que no será un descubrimiento fácil: los días son oscuros, largos, grises, agrios y duros, no tienen principio ni fin –como los sueños o, en este caso, las pesadillas–, no tienen noche –es decir que no hay descanso ni Dios ni paso del tiempo, que acaso no serán lo mismo– , y los cielos no tienen lunas ni rastro de sol –y entonces define la desorientación–.
Pero por supuesto, como esta es la historia de una heroína, para la próxima canción, “No creo”, Shakira descubre la duda. Así como Sócrates alguna vez solo supo que nada sabía, la barranquillera, al afirmar su escepticismo, despachando por igual a Marx, el azar, Sartre y a sí misma, encuentra la crítica y el examen (y es bien sabido ya que una vida que no se examina es una vida que no vale la pena). “Si hablo demasiado no dejes de lado que nadie más te amará así como lo hago yo”, avisa el personaje, como quien intuye que pronto tendrá cosas que hablar y decir, que no es del todo sordomuda ya.
En “Inevitable” Shakira practica la confesión y reflexiona sobre esta (“siempre supe que es mejor cuando hay que hablar de dos empezar por uno mismo”), lo que le permite reconocerse y prepararse, ahora sí, a dar su mensaje. (También trae la línea del cielo cansado de ver la lluvia al caer, que es lo mismo que declarar que si uno quiere cambiar, si está cansado de lo mismo, del no reconocer, debe emprender, como ella, el viaje hacia la vista).
Hecho lo anterior, la narradora presenta una propuesta teológica, teoriza a Dios, lo imagina y lo narra en “Octavo día”. Hace, a la vez, una historia del mundo: va de la creación al desorden infernal del desempleo, la política y el mundo del espectáculo y la realeza. Anuncia que no es la clase de idiota que se deja convencer –hace explícito su despertar a la crítica y la verdad– y que incluso un ciego, como es ella en cierta medida aún pues no ha acabado su viaje, lo puede ver.
“¿Dónde están los ladrones?” le da el nombre al álbum, y no es gratuito que sea una pregunta en tanto es un álbum que cuestiona, que busca respuestas, que quiere ver. Shakira critica la situación política, ya está lista para ejercer la crítica social, e incluso sugiere una culpa colectiva (“y qué pasa si son ellos, y qué pasa si soy yo”), y reconoce de este modo que de la injusticia tal vez todos somos culpables. Shakira, dos canciones antes de que acabe el álbum, ha despertado por completo.
Tres canciones, antes de “Ojos así”, no he mencionado: “Que vuelvas”, que es una buena canción que sugiere que estar perdido es añorar que el pasado se repita, “Tú”, que habla sobre la importancia del desapego, incluso del propio cuerpo, y “Sombra de ti”, que reivindica la poesía –la música–, pues a través de ella se dice aquello que excede las palabras (“voy a dejar que mi guitarra diga todo lo que yo no sé decir por mí”).
“Ojos así” cierra el álbum, y no podría ser de otra manera. Si empezó ciega, el viaje concluye con la búsqueda de unos ojos (porque cómo más). Shakira privilegia el sentido de la vista, tal como se hizo en la literatura española medieval, y empieza y termina su viaje con él. Ahora que es posible ver, descubre su propia lengua (es decir que empieza a hablar, que es también reflexionar sobre lo que se habla): al hacer convivir el árabe y el español en una pieza, tal como ocurrió en la península española durante las invasiones, reconoce su ascendencia árabe, que llega primero a Europa y luego a América a través de familias como la de ella, a la vez que se halla también en el español, que es su lengua materna –sí, de la madre–. A través de su propio viaje, Shakira descubre el viaje que hicieron el árabe y el castellano, y sus hablantes, al nuevo mundo (“he recorrido ya el mundo entero”), y entonces, habiendo conocido su propia lengua, puede empezar a cantar en otra (y por eso su siguiente álbum es Laundry Service).
Ah, y Shakira sabe que el conocimiento es sucio, recuerda que fue por eso que fuimos expulsados del paraíso. Eso explica sus manos en la portada del álbum.
Comentarios