Pues Juan Manuel, un vecino de 37 años de edad, que tomó en arriendo un apartamento en el norte de Bogotá porque tenía cerca una librería, cines y un parque para caminar, aguantó. Y de qué manera.

La primera vez que la música estridente de su vecino lo despertó en medio de la noche acudió al portero –que consideró la instancia natural para estos menesteres- para que le pidiera que bajara el volumen. El «ruidoso» atendió el llamado, pero dos horas más tarde, cuando Juan Manuel había logrado conciliar nuevamente el sueño, la música estridente volvió a sonar, y más alto todavía. Ese fue el primero de 600 días –un año y ocho meses- de lo que Juan Manuel califica como "una tortura sicológica".

"El vecino repetía la faena dos veces por semana, a cualquier hora del día". En varias ocasiones Juan Manuel acudió al portero, y cuando comprobó que era una gestión inútil le pidió a la administración del edificio que interviniera.

Se convirtió en una rutina que la música sonara, Juan Manuel llamara al portero y que del apartamento del vecino ruidoso –un estudiante de medicina de 23 años- salieran insultos como respuesta a los llamados de atención.

Decidido a permanecer en el lugar que libremente había elegido para vivir, Juan Manuel dejó cartas por debajo de la puerta de su vecino para pedirle que respetara su tranquilidad. "El siempre le dijo al portero y a la administradora que él no recibía cartas de pobres arrendatarios", y cada vez que le llamaban la atención respondía que "era el problema del «cucho amargado» que vivía enseguida.

Un día se atrevió a tocar a su puerta para pedirle personalmente que bajara el volumen de la música. "Quiero pedirle el favor…" alcanzó a musitar Juan Manuel antes de que el joven lo agrediera verbalmente. "No me venga a amenazar, usted es un pobre inquilino, si quiere que le baje al volumen, arrodíllese y ruégueme".

Aterrado, y ante las miradas asombradas de los otros residentes del edificio que se asomaron a sus puertas, Juan Manuel volvió a su apartamento, esta vez para llamar a la Policía.

"Quien fue el hijuetantas que llamó a la Policía… Ese «cucho amargado» se las va a ver conmigo’, recuerda Juan Manuel que gritaba su vecino, que desde ese día comenzó a amenazarlo. "Deje que lo vea y le voy a pegar su levantada", gritaba por el pasillo del edificio.

Mucho antes de que optara por llamar a la Policía, Juan Manuel desarrolló hábitos para tratar de adaptarse a las agresiones musicales de su vecino. "Fue un año y ocho meses en los que aprendí a convivir con esa situación como si hubiera aceptado una condena. Yo empecé a desarrollar mañas como ponerme cuatro almohadas encima, pero la vibración de la música era tal, que no podía dormir".

Ocho días antes de renunciar a permanecer en el lugar a donde libremente había elegido vivir, Juan Manuel entraba y salía de su apartamento a hurtadillas, escondiéndose de su vecino que no se cansaba de amenazar con «levantarlo» y repetía por el pasillo que lo iba a matar.

Por esos días, una teniente de la Policía acudió al último intento de Juan Manuel por hacer valer su derecho a vivir tranquilamente. No tuvo que explicarle nada, cuando se disponía a hacerlo, la música estridente del vecino los interrumpió.

Ella intentó persuadir al «ruidoso» de la necesidad de respetar la tranquilidad de los residentes del edificio pero él, conocedor de las normas, la increpó por tocar a su puerta sin haberlo llamado previamente. "Usted se puede meter en problemas, la Policía no puede venir a tocarme a la puerta sin una orden".

Obviamente la teniente abandonó el edificio, y cuando lo hizo, el estudiante la emprendió a patadas contra la puerta del apartamento de Juan Manuel. «Salga, hijuetantas, cobarde, salga que aquí lo estoy esperando, salga, salga, a ver… pero salga", escuchaba Juan Manuel gritaba su vecino, y que solo hasta ese momento entendió el consejo que le dio un oficial de la Policía cuando le consultó su problema: "Es mejor que cambie de apartamento".

El oficial le explicó que por Código de Policía, ese caso se gestionaba sentando a las partes a conciliar, es decir, sentando frente a frente a Juan Manuel y a su vecino, en el CAI más cercano. "¿Qué iba a conciliar yo con el vecino?", le preguntó Juan Manuel que una semana después, de madrugada, avisado por el portero de que su vecino se había ido de puente, empacó sus cosas y se trasteó a un hotel del centro, mientras buscaba un nuevo apartamento.

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