Ser parte de las estadísticas nos convierte en un código, apto para situaciones como medir tendencias o calcular presupuestos, y eso nos hace prácticamente invisibles como individuos porque somos números.
No obstante, hay escenarios en que ser parte de las estadísticas es un estigma, y antes que hacernos desaparecer nos pone en la picota pública.
Que lo digan los cientos de niños -hoy seguramente jóvenes y adultos deformes o incapacitados- que un día fueron víctimas de la irresponsabilidad de adultos que pusieron a su disposición la pólvora durante la temporada de fin de año.
Miles quedaron marcados para siempre, con su rostro desfigurado o sin parte de sus dedos o con su piel dañada por cuenta de las quemaduras. Otros ni siquiera vivieron para contarlo.
Este fin del 2007 la situación parece diferente. Después de 15 años de una guerra frontal, Bogotá ha dado un parte de victoria, al menos a tres días de terminar el año: ha registrado 11 casos de quemados por pólvora, frente a 19 de la pasada temporada. Hay menos quemados, pero todavía hay.
No se ha logrado la meta de cero quemados en Navidad, pero persiste la meta de tener una cifra inferior a los 31 casos que se registraron en el final del 2006. Nos quedan dos fechas críticas para enfrentar: Año Nuevo y la fiesta de Reyes.
Ojalá los adultos que practican la rutina de burlar las normas y recomendaciones revisen las cifras, repasen las imágenes y visualicen los 11 casos que van para que se resistan a la tentación de poner en peligro la vida, la salud y la tranquildad de los niños, y de ellos mismos -de los 11 quemados que van en el 2007, cuatro son niños y siete adultos-.
La decisión está en sus manos: es hora de atender definitivamente la prohibición de usar y vender pólvora que está vigente en Bogotá desde 1995.