Es la pregunta que se hacen los pasajeros del transporte público en Bogotá, especialmente quienes deben utilizar el servicio de buses alimentadores y buses tradicionales, en barrios alejados del centro. En estos lugares, puñal en mano, los asaltantes intimidan a los pasajeros y en muchas ocasiones los lesionan porque no les encuentran dinero para robarles, o porque las personas se resisten a dejarse robar sus pertenencias.
Los asaltantes saben que no hay policía, o que rara vez pasa por esos lugares, y aprovechan para ser los amos y señores de los paraderos.
Los residentes de zonas como San Cristóbal, en el suroriente, se preguntan si la alcaldía de Bogotá tiene a esos paraderos entre las 750 zonas calientes del crimen que dice que está interviniendo para garantizar la seguridad de las personas. La que sigue es solo una de las historias que ocurren cotidianamente en estas zonas:
Sábado 5:30 de la mañana. Un bus alimentador del sistema TransMilenio desciende desde el barrio la Victoria, en las montañas del suroriente de Bogotá, con 15 pasajeros que se dirigen al Portal del 20 de Julio.
Falta solo una parada para llegar al Portal, cuando dos hombres jóvenes se suben. Uno de ellos lleva una botella de cerveza en la mano. Son ladrones. De eso se percata su víctima que en segundos queda acorralada por el de la botella que lo agarra de la chaqueta, lo inmoviliza y le exige el dinero y su teléfono celular.
Sin esperar respuesta de su víctima, el asaltante le saca del bolsillo del pantalón 45.000 pesos y como no encuentra fácilmente el teléfono le exige que se lo entregue. “Tranquilo, no me haga nada, le dice la víctima”, que se lleva la mano al bolsillo para sacar el teléfono.
Está a punto de sacar el aparato cuando siente que su asaltante lo suelta y sin pensarlo el pasajero asaltado reacciona y empuja al ladrón que cae al piso. El pasajero duda entre quedarse y esperar la reacción de su atacante o saltar del bus en movimiento. Opta por lo segundo, pero para entonces el hombre de la botella se ha levantado y asesta un golpe sobre la cabeza de su víctima que se lanza al vacío, con el ladrón que lo siguió en su carrera.
Con la botella rota, el ladrón alcanza a rasgar la chaqueta del pasajero. “En ese momento pensé que ahí mismo me iba a morir”. Pero se salvó porque el conductor de un carro de servicio colectivo paró y gritó al asaltante que salió corriendo.
Mientras tanto el pasajero asaltado, con la cara bañada en sangre, vuelve a subir al bus alimentador. El balance, una herida en la cabeza que requirió puntos y otra en una de las orejas en la que también tuvieron que cogerle varios puntos. Perdió la chaqueta, pero el vidrio de la botella no alcanzó a causarle más heridas. Hoy cuenta impotente su historia porque el asaltante está libre.
El problema, dice el joven a quien le dieron seis días de incapacidad, es que lo más seguro es que se volverá a encontrar a esos ladrones en su barrio y en el bus alimentador que tiene que tomar todos los días para ir al Portal del 20 de Julio.
En twitter: @YolandaGomezT