Cuando el sonido de las armas, los gases y el tropel se apagaron emergieron como de una pesadilla los seres humanos: vestidos de harapos, trasfigurados por el efecto de las drogas, oliendo a mugre de una vida entera y con su identidad perdida.
Fue difícil identificarlos en medio del tropel de policías, fiscales e investigadores que empezaron a escudriñar los rincones del infierno en el que se convirtió una cuadra en forma de ele en pleno centro de Bogotá, tan cerca de los grandes poderes que parece una paradoja solo digna de Colombia.
Primero fueron los edificios, con historias macabras de los desmanes que las mafias y sus secuaces cometieron durante décadas, ante la mirada impotente o indiferente de las autoridades. Solo en el sexto día comenzaron a ser visibles los seres de carne y hueso: los adictos a las drogas, los enfermos, esas personas que se internaron en el Bronx suficientes años como para desaparecer su identidad, su voz, su apariencia original y su conexión familiar y social.
Es el drama y el desafío que enfrenta hoy Bogotá, como ciudad, como sociedad. ¿Qué hacer con esos adictos que han dicho ante los micrófonos que no pueden vivir sin consumir? ¿Qué hacer, incluso con aquellos que han asegurado que quieren cambiar su vida, pero que en el fondo saben que la adicción es más fuerte que ellos?
Como dijo una de estas personas ante un micrófono de la televisión: ‘El Bronx’ no se acaba, simplemente se traslada. Cuando los edificios que amenazan ruina donde funcionaba el ‘Bronx’ desaparezcan, la adicción seguirá reinando, en calles cercanas o lejanas.
Ya no podrán internarse en la ‘L’ por semanas, meses y años, como solían hacerlo cuando la adicción los atrapaba. Se internarán en otras calles, en otros barrios, muy a pesar de la administración que en la primera semana de intervención se ha visto sobrepasada por la complejidad del problema.
Es cierto que hay centros de acogida, en los que les han ofrecido ayuda, pero el programa de fondo, el definitivo está por construirse. Y no depende solo de la alcaldía, es una responsabilidad de todos los ciudadanos: de los que dan limosna para tranquilizar su conciencia y mostrar apariencia de caridad, pero que saben que sus monedas alimentan el negocio de las drogas. Y también de los que permanecen indiferentes, asumiendo que el problema no es suyo, es de otros.
En la última semana los bogotanos los han visto, no solo en las imágenes de televisión, sino en los buses y en las calles. Lo que las autoridades llaman La intervención del ‘Bronx’ los hizo visibles.
La Administración Distrital no está segura, porque no tiene cifras actualizadas. Las más recientes son del 2010, hablaban de 9.600 habitantes de calle, entre quienes están los adictos a las drogas. Extraoficialmente estiman que son unos 14.000 o 15.000, porque en los últimos cuatro años el problema creció ante la mirada indiferente de la administración. En el ‘Bronx’ se internaban unos 2.000 que hoy colman calles, parques y barrios.
El drama humano es el mayor desafío. ¿Qué hacer? No hay respuesta a la vista.
Twitter: @YolandaGomezT