Todavía estoy temblando, pero no del susto ni del dolor sino de la ira. Cómo es de difícil curarse de esa emoción cuando está acompañada de la impotencia que produce ser víctima de un ladrón que te sorprende por la espalda, te roba y se aleja entre la multitud con la mayor desfachatez del mundo.

Lo que estoy diciendo es que hoy ingresé a la estadística del 27 por ciento de personas que cuando les preguntan en las encuestas si en el último año fue víctima de un delito responde que sí, y cuando les preguntan que cuál fue el delito, afirma que de hurto, y cuando le agregan que si fue con violencia o sin violencia, vuelve a decir que sí.

Porque la violencia no es solo que te saquen un puñal o un arma de fuego, o una botella rota, como me ocurrió a los 25 años cuando un ladrón me quería robar los cinco mil pesos que llevaba entonces para el pasaje. Violencia es que te ataquen por la espalda, y al raparte una cadena, te arañen el cuello. Así me pasó hoy frente a la estación Recinto Ferial de TransMilenio en Bogotá.

Violencia es que el tipo vaya en bicicleta a toda velocidad, te sorprenda con el raponazo, te cause una lesión y ni siquiera te dé la oportunidad de verle la cara o la espalda porque es tal la rapidez que apenas tienes tiempo de reaccionar.

Entiendo a los 103.031 ciudadanos de Bogotá que entre enero y octubre de este año fueron víctimas de hurto, entiendo en particular que les cueste trabajo recuperarse de la ira que produce la impotencia de saber que no va a pasar nada porque mientras yo escribo el ladrón que me robó mi cadena ya debe haber atacado a otras víctimas.

Ahora que escribo en caliente lo que me acaba de pasar no puedo evitar pensar en que ni siquiera tuve miedo. Quedé estupefacta, apenas me di cuenta que me habían robado por el ardor en el cuello donde el ladrón me dejó la marca de sus uñas, y en lo primero en que pensé fue en buscar alcohol para evitar alguna infección.

Entiendo a los 103.031 ciudadanos de Bogotá que entre enero y octubre de este año fueron víctimas de hurto, entiendo en particular que les cueste trabajo recuperarse de la ira que produce la impotencia de saber que no va a pasar nada porque mientras yo escribo el ladrón que me robó mi cadena ya debe haber atacado a otras víctimas.

Son 103.031 víctimas al mes las que han denunciado, es decir, 343 al día y 14 cada hora este año en Bogotá. Esas son las que han denunciado. Yo no lo haré parte de esa cifra porque no vi al ladrón, y con seguridad la Policías me va a preguntar sus señas particulares. Solo sé que iba en bicicleta, que rodaba por el andén sur de la calle 26, en sentido oriente-occidente, a la altura de la estación Recinto Ferial de TransMilenio.

Y ahora que lo pienso, voy a terminar dando gracias de que solo se robó mi cadena de fantasía, seguramente creyendo que era oro, y que no me rapó la cartera donde llevaba mis documentos y mi teléfono que es mi principal herramienta de trabajo.

Pero claro, hay una razón por la que no me rapó la cartera, y es que por fortuna siempre la llevo aferrada a mi cuerpo, consciente como soy de que en las calles de Bogotá, o en los buses, no se puede confiar ni en el que va vestido de paño y corbata.

Así que, señores de la Policía de Bogotá, no me culpen por no denunciar al ladrón al que no le vi la cara, no supe cómo iba vestido, ni se si es alto o bajito, si es gordo o flaco, si era un hombre o una mujer, si tenía el pelo crespo o liso, o si presentaba una señal particular. Simplemente no lo vi venir y no lo vi irse.

YOLANDA GÓMEZ TORRES
Twitter: @YolandaGomezT