No eran las nulas estrategias ni la falta de resultados en las dependencias lo que tenía la inseguridad desbordada en Bogotá en 2022, era que la Oficina Asesora de Comunicaciones de la Secretaría de Seguridad no sabía comunicar y los medios no ayudaban. Al menos eso decían las asesoras de despacho, una de ellas tildada de maltrato en los pasillos de la entidad y en cartas que incluso han sido dirigidas a la alcaldesa Claudia López (que debe salir en los próximos días con Aníbal Fernández de Soto), y la otra, hoy posesionada como jefa de esa oficina (por lo que seguramente ya no pensará igual).
Pero se trata más bien de errores continuados en el manejo de la seguridad de Bogotá, que llevaron a que el año 2022 cerrara con 26,3% de incremento en el hurto a personas, si se compara con el 2021, robándose 65.307 celulares entre enero y diciembre del año pasado -179 equipos hurtados al día-, engrosando las arcas criminales con más de 16.000 vehículos, entre motos, bicicletas y carros en los 365 días.
No hay mucho qué mostrar en redes cuando los resultados son pobres; no hay mucho con qué tranquilizar a la gente, cuando en un video captado por una cámara de seguridad se ve perfectamente cómo un delincuente, que se movilizaba en una moto, arrastra a una mujer, de menos de 40 años, por unas escaleras, mientras su mamá, una mujer mayor, intenta auxiliarla, exponiéndose ambas a morir en el intento producto de una bala del revólver de otro ladronzuelo. Todo frente a una niña que no supera los 10 años. Y eso ni siquiera pasó el año pasado. Fue el 27 de enero de 2023.
No hay cómo decirle a la gente que la seguridad está mejorando si no se ven cambios de peso; si cada vez que salen, lo hacen con miedo; si la ciudad está llena de polisombras donde se esconden los delincuentes y, pese a saberlo, no pasa nada; si da más miedo cruzar un puente peatonal que morir arrollado por un vehículo a toda velocidad sobre la avenida Boyacá; si siguen repitiendo que los jueces dejan libres a los delincuentes, pero no hablan de errores en la captura, falta de sustentación de los fiscales y carencia de pruebas.
No hay nada qué celebrar, salvo unos buenos golpes de la Policía y otros tantos de la Fiscalía. Hay muchos errores en estrategia -destaco la labor de los agentes de la Sijín de la Policía Metropolitana de Bogotá y del CTI de la Fiscalía, que investigan y desarticulan organizaciones, y de muchos uniformados (no todos) que en las calles hacen muy bien su trabajo y se enfrentan a la muerte cada día; y a eso se suma la buena tarea que llegó a hacer el general Triana.
Pero en la Secretaría de Seguridad hay planes que no dan resultados y aun así los mantienen; hay falta de trabajo en calle y, en cambio, mucho escritorio; falta de medidas idóneas en los barrios más vulnerables, y falta de, lo más importante: pensar.
Y no se trata, como algunos creen, que las secretarías de Seguridad no sirven. La verdad es que estas entidades son claves en la planeación y la ejecución de estrategias que permitan reducir el delito en los barrios; son fundamentales para que las autoridades tengan herramientas con las cuales conocer cómo y dónde actúan los delincuentes. Pero sin personal idóneo, capaz, que entienda la dinámica del delito y de la ciudad, esta secretaría y la seguridad de Bogotá seguirán destinadas al fracaso.
El consejo para el secretario entrante, general (r) Óscar Gómez Heredia: no se deje hablar al oído de personas que no conocen realmente lo que pasa en la ciudad. Mire, indague y apórtele a una de las carteras más difíciles de Bogotá.