En las calles del PARQUE  del OESTE de un MADRIZ que pela su NOSTALGIA bohemia en esos CAFECITOS a la vera de camino de los BOSQUES mágicos de un ENTORNO típico de la señorial CAPITAL EUROPEA de LATINOAMÉRICA…

Entre CAFÉ y CAÑITAS con TAPAS que alimentan REMEMBRANZAS de los compañeros; como lo es el talentoso LITO ZANARDI un habitué de nuestras paginas; que esgrimiendo su pluma y nos regala con inmensa generosidad esta llamada de larga distancia desde…


“El teléfono de Marga

No siempre me encuentro con Marga. Aunque nos queremos desde hace muchos años, digamos varias décadas, nos vemos muy de vez en cuando. Pero cuando nos reunimos es porque ella y yo coincidimos desde un tiempo antes en pensar en el otro. Alguna vez dijimos que entre nosotros había un hilo invisible que nos mantenía juntos y funcionaba como el antiguo teléfono rojo que vinculaba los salones presidenciales de Washington y Moscú: solamente suena cuando alguno de los dos se tropieza con el empedrado sinuoso de una crisis y debe esquivar sus baches. Claro que la comparación, como todas las comparaciones, no es acertada del todo: los llamados que van y vienen entre ella y yo no son inducidos solamente por las crisis, sino además por acontecimientos mejores, aunque bien visto una crisis no tiene porqué ser trágica, ciertas felicidades nos ponen en crisis porque para experimentarlas hay también que forzar un muro de contención.

 

En todo caso, cuando desde hacía unos días estaba pensando en ella me llegó un correo electrónico con un saludo y una conminación a encontrarnos en algún momento. Como había sido ella quien había levantado el tubo del teléfono rojo, el mensaje cerraba con una afectuosa reconvención por mi larga ausencia. De haber sido yo quien discara el número de ese teléfono especial —como lo pienso así desde un tiempo remoto imagino que ese artefacto tendría un disco de plástico que hay que girar una fracción de arco para marcar los pulsos mecánicos correspondientes a cada número— habría tenido la razón para quejarme por su abandono. Esa rutina de achacarnos pequeñas culpas, creo, es una de las claves de nuestro afecto porque aunque no llevo la cuenta de nuestros reencuentros estoy casi seguro que estamos empatados. Aunque el texto era breve, algo impreciso me sugirió que esta vez Marga me necesitaba un poco más que otras veces. Pensé en cómo podría ocurrir algo así —una vaga sugerencia soterrada entre palabras— con un correo electrónico, en donde no pueden percibirse las variaciones del ritmo del pulso o los ligeras alteraciones en el dibujo de las letras que agregan un sesgo gráfico al contenido de un párrafo, pero bueno, lo atribuí a la inexplicable conexión del hilo invisible de los teléfonos. Por eso la llamé inmediatamente. Me tiró una cita con esa voz áspera, producto de decenas de miles de cigarrillos, para el martes de la semana pasada en un bar que está frente al Parque Lezica. Al atardecer, ese momento sin sombra que tanto disfruta.

 

No coincidimos en el gusto por el ocaso. A mí me provocan cierta inquietud esos instantes que prologan la noche, o, según se vea, concluyen la tarde, porque la ausencia de sombras tiene un aire de irrealidad. Ella no siente nada de eso, sino que ese momento le brinda quietud, como si nadara en agua transparente. La vi llegar así, deslizándose en medio de las personas sin rozarse, como si una burbuja de jabón la protegiera de la multitud que camina por la vereda de Rivadavia.

 

—Alguien me avisó que encontraron a Julio. Es decir, hay un dato de que está junto con otros NN en un cementerio en Córdoba. No sé bien cómo, pero de alguna parte apareció una lista con nombres de personas. La puta que lo parió ¿no? — disparó luego de darme un beso sonoro. Tenía la mirada brillante. Imagino que también la mía se habrá encendido así. Miré el cielo de la tarde vagamente anaranjado todavía por relumbrón del sol del oeste y rogué que de una vez aparecieran las sombras.

 

Porque cuando nos habíamos conocido estaba Julio, claro. Eran los tiempos del colegio, el Otto Krause, y a todos nos gustaba Marga. No había muchas chicas en el Krause. Una cancioncita repudiable confirmaba la masculinidad del colegio —el industrial, colegio de varones, el industrial es lo mejor que hay, al industrial no asisten maricones, ni p… comilones como los del nacional— y sonaba como grito de guerra cuando acudíamos al Nacional Buenos Aires para disputar a trompazos la supremacía en el barrio de San Telmo.  

Pero ella no era cualquier chica. Todos tenían una razón para quererla, pero a mí me había sorprendido, especialmente, su valor: en agosto del 72 habían liquidado a unos muchachos en Trelew, y ella, al día siguiente de esos fusilamientos, se había puesto una cinta de luto sobre la manga izquierda del guardapolvo blanco. A Julio también lo había impresionado el desafío de ese luto, pero, lo sé, también su aire de ángel de mirada de ccolor avellana con una única trenza rubia. Y también nos conmovían, en eso coincidíamos todos, unas excelentes tetas, notable característica que aparecía destacada en ciertos graffiti del baño de muchachos.

Desde que Julio la vio se enamoró de ella. Y, lo increíble para todos nosotros, es que ella se enamoró de él. Porque Julio era más bien reconcentrado, poco amigo de los juegos intelectuales que por esos tiempos mezclaban el rock con la revolución, el existencialismo de las calles lluviosas de París con los uniformes verde oliva de la tropa del Che entrando a Santa Clara luego de haber estallado un tren blindado. Julio era peronista, de pocas palabras, y amigo de la acción. Sospecho que a él tampoco le gustaban los ocasos pero no habría perdido un minuto de tiempo en pensar en ellos. En todo caso éramos amigos y cuando empezó a salir con Marga yo me quedé al costado, un poco celoso, tal vez un poco dolido de que ella lo hubiera elegido a él y no a mí. Al conocerla un poco más, comprendí que se había puesto aquella cinta negra por un crimen y no por una convicción ideológica, algo que estaba de moda en esos tiempos y ahora parece tan herrumbroso como el teléfono del disco. Se trataba, para ella, de una cuestión de justicia y de repudiar el cinismo de disimular un crimen con el pretexto de una fuga, algo que también se convertiría en moda un tiempo después.

Marga estaba lejos de aquella revolución que se estaba pergeñando y se propagaba entre nosotros como la lengua de aire caliente de un bosque incendiado. Al menos estaba lejos de las taras ideológicas que se traducían en numerosos grupos cuyas diferencias se originaban en como interpretar las frases de Marx o de Lenin. En eso, creo, coincidían con Julio. A él le parecía más real y contundente ese peronismo nuevo que se estaba incubando entre nosotros y vinculaba al Che con Evita, una mezcla imposible que, sin embargo, combinaba perfectamente con las ideas en boga en ese entonces: el Che y Eva eran personas de acción y Julio disfrutaba la acción. A ella no la sedujo esa alquimia peligrosa, tal vez sospechaba que esa amalgama predisponía a la masacre, después de todo esos dos habían muerto jóvenes e intuía que la gloria es un truco engañoso para justificar la muerte joven. Por eso ella no se volcó a la militancia. Al poco tiempo Julio se incorporó a la JP. Igual siguieron siendo novios y, ahora que lo pienso, no es posible que piense en uno sin hacerlo, melancólicamente, en el otro.

 

—Para mi es como si hubiera muerto ahora —dijo mirando hacia la noche que, afortunadamente, había llegado a tiempo. — En estos días pensaba en eso, en la tontería de que me pase algo así, pero supongo que no podría ser de otra manera. Para mí, creo que para vos también, ellos, los muchachos, están siempre alguna parte. Vamos envejeciendo y ellos están allí, condenados a ser jóvenes eternamente, como Peter Pan. Ahora se fue de una vez por todas de este país horrible del Nunca Jamás.

 

Hablamos más esa noche, claro. Por si acaso me tomé varios whiskies. No quiso que la acompañara, dijo que le haría bien caminar un poco y a mí me haría bien tomarme un taxi e irme a casa a dormir la mona, así me dijo, andate a dormir la mona. Cruzó Rivadavia y la vi alejarse por la vereda del parque en dirección hacia el este. Iba como siempre, en una burbuja transparente que la protegía de la noche. Y de tantas porquerías.

Rogué que esa burbuja siguiera funcionando siempre porque ahora estaría más sola que hace unos días, cuando Julio estaba en el país del Nunca Jamás.”

Nosotros le diríamos a LITO que su BURBUJA siga acompañándonos en este TRIANGULO CAFETERO de BUENOS AIRES-BOGOTA- MADRID para deleite de los NOSTÁLGICOS …por qué hay cosas que NO TIENEN PRECIO, para todo lo demás existe…

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CONTINUARÁ…

CON JABÓN…! NO COMO PILATOS PORFIS