En el BUENOS AIRES de una ARGENTINA como la de HOY; es quizás aquello que más se precisan, será entonces que ocurre el MILAGRO y eso se manifiesta ..?

Mientras a lo largo de la JORNADA esperamos saber si corroboramos o no dicho presagio… nos aparece entre el HUMO y el CAFÉ el del CUENTO de la BUENA PIPA… nuestro consentido BIOQUÍMICO, BATERISTA, ESCRITOR de la VIDA el Dr LITO ZANARDI…quien en este DÍA ESPECIAL nos trae otra de las suyas…con sonidos TANGUEROS y AROMAS ahumados que pintan su…


“LIBROS de VIEJO

Siempre me cautivaron los libros usados. Pienso que algo de sus lectores queda en ellos. No sólo porque a veces se encuentran dentro de sus páginas ciertos objetos privados (la pertinente dedicatoria si el libro se obtuvo como regalo, pétalos de flores, estampillas, hilos de colores), sino porque los libros, como otros objetos, son parte de la vida particular de las personas. Es irresistible imaginar que algo de quienes los poseyeron permanece adherido a ellos, y, entonces, cabe pensar que al haber sido empleados como materiales de afecto, comprarlos otra vez equivale a renovar ese compromiso entrañable.

 

La última vez que regalé un libro usado, pretendiendo continuar esa cadena de cariños, fue una noche en un bar de Constitución. Llovía —los autos seseaban en la calle, volaba viento del sur, el aire se había vuelto de cristal— y nos habíamos refugiado allí con Silvia. El libro era Sin novedad en el frente, de Remarque, que relata las desventuras de un puñado de muchachos en el Frente Occidental durante la Primera Guerra Mundial. Pensándolo bien, no sé si era un libro adecuado para servir de obsequio a una muchacha como ella, más bien aguerrida aunque amante de las noches de lluvia como ésa. Pero, como suele ocurrir, a veces cuando otorgamos algo no pensamos tanto en el otro como en nosotros mismos, un exceso de megalomanía que puede ser atendible si se admite que esos objetos hablan de lo mejor que tenemos. Creo que por eso me recitó (cito de memoria) cierto poema que no sé dónde había aprendido y que recomendaba: todos esos tipos que te dicen burradas por la calle y te invitan a hacer el amor, en el fondo quieren darte lo único bueno que tienen para darte. Recuerdo que justifiqué la oportunidad de ese obsequio aludiendo a la dedicatoria que da comienzo al texto: este libro no pretende ser una acusación ni una confesión. Sólo intenta informar sobre una generación destruida por la guerra. Totalmente destruida aunque se salvase de las granadas. Como eso mismo nos estaba pasando a nosotros (era marzo del 77) creí que esa mención funeraria bastaba como argumento. No era un pretexto feliz. En todo caso, me dejó unas noches después. Por supuesto, también llovía.

 

Por esos tiempos, Silvia soñaba con escribir y por eso estudiaba literatura. Luego me enteré que llegó a publicar algo durante algunos años pero no sabía, ahora, si había continuado con eso. También me contaron que enseñaba literatura en colegios de la zona sur del Gran Buenos Aires. La llamé unos días después de haber regresado a Buenos Aires. No había perdido la ironía. Es lindo estar así, siempre de visita. La gente te invita, te ven por un rato y luego te vas por un tiempo para que todo recomience. En fin, es un modo elegante el tuyo de tener siempre motivos para extrañar ¿no? Toleré la parrafada porque recordé que entre las cosas que me gustaban de ella se contaba cierto humor ácido que, por lo visto, conservaba fresco como el de esas noches de lluvia. Aunque mi primera intención fue mandarla al diablo, algo me dijo que valía la pena que nos viéramos. Finalmente, después de tantos años, no queda mucho de lo que fuimos y verse de nuevo es, en cierto modo, verse por primera vez: luego de las tareas del tiempo las personas terminan por ser desconocidas, sobre todo para sí mismas. Por si acaso, cuando combiné la cita para  unos días después, consulté el pronóstico del tiempo para asegurarme de que no habría lluvia.

 

Quedamos en vernos en cierto bar reciente, y más que nada blanco e impersonal, en la esquina de José María Moreno y Cobo. Si hay alguna esquina en Buenos Aires que no estimule ningún romanticismo es ésa, por estar equidistante de barrios poco recomendables, sur de Parque Chacabuco, Pompeya y el Bajo Flores. Pero como para mí y para ella sigue siendo el territorio de la infancia, creímos oportuno vernos allí. Afortunadamente no llovía pero en esos días el humo proveniente de los incendios en el Delta del Paraná enrarecía el aire de la ciudad. Cuando llegué al bar un sol de peste brillaba tímido en el fondo de Cobo y me pregunté si no había sido una pésima idea encontrarnos en esa esquina. El aire estaba tan espeso que desistí de esperarla en las mesas de la vereda para fumar sin contratiempos. Llegó, como era costumbre, media hora después de lo convenido.

 

Nos saludamos con afecto. Omitimos las previsibles apreciaciones sobre lo mucho que habíamos cambiado. Me contó, brevemente, de sus hijos, del trabajo en las escuelas del sur del Gran Buenos Aires, de las dificultades de la vida en esas barriadas. Equilibré el peso de esas declaraciones con las propias, igualmente desabridas. No es gran cosa lo que nos pasó ¿no?, dijo con la vieja sonrisa de la lluvia. Comenté, para imponer un tópico que resultara de su agrado y eludir la sensación de que ese encuentro había sido una pésima idea, que sólo la literatura permite hilvanar, con un hilo de plata, la chatura de la vida cotidiana para hacerla brillar en una trama. Puede ser, dijo, pero creo que sobre todo es el afecto el que nos permite destacar ciertas banalidades como chispazos de genio, tal vez eso sea en parte una de las aristas que exhibe el amor: volver visible lo invisible, salvar el aburrimiento mediante el truco de presentar cualquier tontería como una creación ingeniosa. La literatura de la que vos hablás debe reunir especialmente afecto por algo. Si no, no sirve para nada.

 

Me contó, entonces, que había seguido escribiendo pero sin mucho éxito. Ganó algún concurso literario de cuentos, publicó en algunas revistas, pero no mucho más que eso. De cualquier manera sigo intentando. Yo no permito que me impidan seguir, sonrió, parafraseando una canción de Litto Nebbia. Enseño literatura. Ése es también un modo de hacerla, aunque no sea precisamente creativo. A veces pienso que ya está todo dicho y no hay nada que yo pueda agregar a lo que dijeron, mejor, otros. En estos días me llamaron de una editorial. Pero no para escribir sino para trabajar como editora de libros infantiles. No es nada del otro mundo pero creo que les voy a decir que sí. La alenté para que aceptara ese trabajo. Le dije que no a cualquiera le encomiendan la tarea de evaluar lo que hacen otros. Que determinar que algo sea bueno, es decir, que algo se difunda y se lea (finalmente de eso se ocupa el negocio editorial) es muy importante: hay que tener una sensibilidad especial y un gusto muy fino para acertar con el producto correcto. Y que ella seguramente estaba capacitada para hacerlo.

 

Cuando caía la noche decidimos salir fuera del bar a fumar un poco. No creo que perjudiquemos a nadie con esto, dijo mientras echaba humo por la nariz, con aire de soldado viejo en el borde de la tierra de nadie. Pagué la cuenta y la acompañé hasta la parada del 42 que la dejaba en la estación de Lanús.

 

Vos sabés lo que se dice en estos casos. No éramos el uno para el otro. Sé que es una frase que apesta a perfume de tilo pero no por eso es menos cierta. Igual me encantó verte. Y, a propósito, leí aquel libro que me diste. Pero creo que el párrafo inicial, el que señala que estaba dedicado a una generación que había sido destruida aunque se salvara de las granadas, no termina de explicar la cosa. Es posible que una generación se termine aunque el grueso sobreviva a los horrores de su tiempo. Eso, después de todo, es lo que nos pasó a nosotros. Pero no todo se perdió en esos tiempos. Queda bastante, entre todo eso, por ejemplo vos y yo. Estar en alguna parte es mejor que no estar en ninguna. Creo que nunca te agradecí aquel regalo, me dijo después del último beso.

 

Subió al 42, que se marchó refunfuñando en medio del humo. Me prometí, entonces, volver retomar la costumbre de regalar libros de viejo.”

Y así con el FINAL TANGUERO, se va otro CUENTO de la BUENA PIPA de nuestro querido LITO… aquello que no tiene  PRECIO, para todo lo demás EXISTE…

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CONTINUARÁ…

CON JABÓN…! NO COMO PILATOS PORFIS