A sabiendas de su próxima CONFERENCIA en la que de seguro aparecerá su PORTEÑISIMO estilo que hace las DELICIAS de sus SEGUIDORES…

Traemos para este día el TALENTO literario del POLIFACÉTICO Dr JORGE “LITO ZANARDI” un clásico con sus CUENTOS de la BUENA PIPA… Quien para el DÍA de HOY dice así…

”El baúl del auto de Carlos

Descreo del carácter general de esa verdad que anuncia que todas las cosas de una persona caben un par de valijas que se pero no acomodar en al asiento trasero de un auto. Tal vez sea conveniente creer en eso cuando se debe, por la razón que sea, abandonar rápidamente el lugar donde se vive prescindiendo de la incomodidad de una mudanza. O porque a veces es preferible apartar a un lado algo para evitar una disputa en donde se juegue todo. Y además porque es doloroso quedarse con esa sensación de hueco en el medio del diafragma que provoca el abandono de lo que nos pusimos encima o tuvimos entre las manos o nos entretuvo la vista. En general, a nadie le gusta perder nada y por eso es mejor pensar que lo que dejamos atrás ya no nos sirve para gran cosa. Carlos de alguna manera logra convencerse de que en algún momento las cosas dejan de pertenecerle. Y por eso, creo, se consuela con la idea de que, después de todo, no hace falta un lugar muy amplio para llevar lo que le queda. Creo que se vale de esa declaración para camuflar pequeños fracasos. No es que esté loco, más bien sospecho que se acomodó a la derrota.

Carlos alquilaba, desde que llegó a México, un departamento pequeño en la Colonia Nápoles. Desde él partía, por las mañanas, a desafiar el aire frío y amarillento por el sol escuálido del Distrito Federal que no calienta pero arranca lágrimas y estornudos gracias a las numerosas sustancias químicas que pululan en la atmósfera. Repetía el camino que incluía la calle Pensilvania hasta Insurgentes y luego seguía por ella hasta el Parque Hundido para hacer un poco de ejercicio. Carlos asegura que buena parte de las sustancias enumeradas en el manual Noller de Química Orgánica se encuentran dispersas en el aire junto con el aerosol de excrementos que emiten las cloacas y por eso, asegura, literalmente respiramos mierda. Pero eso apenas es un detalle, quienes vivimos allí estamos acostumbrados a ese olor, el olor de la victoria, repite Carlos plagiando a Robert Duvall en Apocalypse now. Por eso, cuando me llamó aquella tarde, no hace tanto, para decirme que se había mudado, supuse que algo había andado muy mal para que abandonara el lugar en dónde vivía desde hace varios años. Porque hacía unos meses ella se había mudado con él y creo que esa vez estaba convencido de dejar atrás el tramo de vida perdularia de demasiadas noches y demasiadas copas. Supongo que en algún momento hay que sentar cabeza. Éste, en todo caso, es el momento mío, me había dicho y los dos creímos en esa declaración con la firme convicción de la gente adulta. Coincidí con él en esa oportunidad. Le deseé suerte y, desde entonces, nos veíamos de vez en cuando a un lado y otro de la barra de un bar.

Carlos había llegado hacía varios años al DF gracias a cierto contrato para trabajar en una industria química que le prometía cinco años de trabajo, pero en pocos meses lo dejaron en la calle. Pasó, entonces, a trabajar de encargado de un bar en la colonia Insurgentes Extremadura porque no pudo revalidar su título de químico, al menos eso es lo que había dicho. No di mucho crédito a esa declaración, intuí en aquel momento que esa profesión le estorbaba y se la sacaba de encima como otras cosas que había abandonado. No la había metido en el baúl del auto. Creo que, sin saberlo, quería hacer otra cosa, me dijo aquella vez con la elocuencia que impulsan los pretextos. No digo que trabajar detrás de la barra de un bar sea algo para ufanarse, pero allí me siento tranquilo. Prefiero más una botella de Jhonnie Walker etiqueta negra que un matraz aforado de permanganato de potasio. Compartimos, con Carlos, una amistad ligera basada en la común afición por la literatura, el tango y el candombe. Casi toda una pared del departamento estaba ocupada por una biblioteca bien provista. Coincidimos en la noción de que la vista de esos libros alienta la ilusión de familiaridad o de hogar. Allí Carlos leía, más bien releía, y creo que en esos momentos estaba bien porque, según afirmaba, eran parte del pacto de no-agresión convenido con la propia soledad. El lugar tenía un cierto aire de sótano aunque en realidad ocupa un segundo piso que da a la calle de Texas. Durante el día la calle es transitada, y sobre el mediodía, oficinistas y taxistas del barrio hacen cola en la taquería de la esquina para apurar varios tacos de tortillas de maíz rellenos con un poco de todo: huevos con chorizo, carnitas, flor de calabaza, tinga de pollo y birria. Allí solía comer Carlos, y creo que disfrutaba de la breve compañía de esas personas que apenas conocía porque le brindaban una breve y cotidiana ilusión de familiaridad. Le decían el uruguayo, y creo que esas personas indistinguibles le tenían cierto afecto o, al menos, así le parecía a él. Había quienes le hablaban de fútbol, nunca de política, y no faltaban los memoriosos que le recordaban con afecto su devoción por las películas en blanco y negro de Libertad Lamarque en donde representaba, siempre, algún papel trágico. Pero finalmente había dejado el departamento sobre la calle de Texas.

Cuando salí de Montevideo me llevé una valija. Tuve que elegir con cuidado qué cargar porque las cosas se apresuraban y no podía organizar una mudanza. Es decir, debí seleccionar lo que cabía dentro de ella. Al principio pensaba que eran muy pocas cosas. Sin embargo, luego de armarla, comprendí que toda mi vida cabía en ese breve espacio. Uno cree que necesita de numerosas cosas, sin embargo, luego te das cuenta que la mayoría de ellas son prescindibles, repitió con aire nostálgico. No imaginaba que alguna vez habría de volverme a pasar algo así, digo, tener que cargar unas pocas cosas y tomármelas para siempre. No sé que pasó en este tiempo. ¿Las cosas no funcionaron con ella? Seguramente. En todo caso, ella se fue apropiando del lugar, que no era muy grande como sabés. No creo que haya sido una guerra, como esas en las que cuando uno las pierde emprende la retirada y se lleva lo puesto. Más bien me pasó lo de los hermanos de Casa Tomada. Porque desde el día en que llegó empezó a apropiarse de las cosas. De esas cosas que eran mías. Las fui, entonces, abandonando lentamente. No me costó mucho hacerlo, y eso es lo curioso. No es que esté acostumbrado a perder. Creo que me acostumbré a ello. Entonces, hace un par de días, le dejé el departamento. Y otra vez volví a armar el par de valijas. Todo lo que tengo volvió a entrar en el baúl del auto.

Ensayé, entonces, algunas reflexiones para atenuar la sensación de vacío de Carlos, especialmente por cierto brillo delator en la mirada que no tenía que ver con el aire sucio de la ciudad. Recordé la historia que me habían contado alguna vez, sobre esos emigrados polacos que habían llegado a la Argentina y durante décadas habían conservado sus cosas en baúles por temor a tener que salir corriendo en la mitad de la noche. Convinimos en que cuando uno debe moverse de un lado al otro debe evitar acumular cosas porque es mejor, cuando se viaja, ir liviano de equipaje. Y que, después de todo, tal vez no le vendría mal el departamento a ella. No le creí mucho cuando dijo que, finalmente, las cosas habían sido mejor así. Y que no iba a extrañar el departamento, los tacos de carnitas en la calle y las caminatas hasta el Parque Hundido.

Me pareció, sin embargo, que Carlos sentía algún tipo de satisfacción con esos abandonos. Adiviné que ése era el último de una larga serie y por eso, más que nada, me dio más lástima que antes. Recordé una noción militar que asegura que la derrota viene más de una pérdida de voluntad para seguir combatiendo que de un recuento bélico de ganancias y pérdidas. Pensé, inevitablemente, en la doctrina tacaña de Epicuro que establecía que la felicidad era equivalente a la falta de dolor. Cuando se despidió, sin embargo, parecía extrañamente feliz. Lo último que vi fue el baúl del auto antes de doblar en la esquina.”

Será que ese BAÚL llevaba de complemento este CAMPERIZADO..?

 

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