Por fortuna, nunca tuve talento para la música: seguramente lo habría sacrificado para dedicarme a hacer lo que hago hoy en día. Admiro profundamente a quienes nacieron con talento, pero aún más a quienes deciden vivir de él: luchar contra el flujo normal de este mundo que nos dice que está bien dedicarse a la medicina y no al arte…

En estos días atendí a una invitación de un viejo compañero de colegio. La última vez que nos habíamos visto me contó que trabajaba en una empresa de seguros. En ese entonces, su expresión era menos jovial que la de aquel loco que imitaba los zurcos de Pete Towshend o Slash y que se ponía la regla T de dibujo técnico en los muslos como James Hetfield lo hace con su guitarra.

Su mensaje aclaraba específicamente que me invitaba al concierto de su banda de rock, que se llama Shangri-La. Allí me encontré con otros amigos, más viejos, gordos y serios que antes. En medio de las cervezas en vasos de plástico apareció él, con el pelo parado y las gafas negras. Entre gritos, me contaron que el hombre había decidido renunciar a su trabajo, que se iba a dedicar a la música y que esa decisión iba a producir cambios radicales en su vida y su hogar. Yo oía esas palabras mientras él estaba en el escenario improvisado… Estaba feliz.

Me sentí miserable: Minutos antes yo estaba pensando en los recibos para pagar al día siguiente… Este hombre que, como yo, roza los treinta años, se estaba convirtiendo en mi ídolo. Este señor SÍ ES un verdadero REBELDE… Lo apuesta todo por la música. Es el verdadero sentido descubierto por el primer homínido que golpeó una roca con un palo y descubrió los sonidos.

¿No debería ser ese el objetivo de todo artista? ¿Conocen casos así? Si tienen historias para contar, amigos lectores, compártanlas con los demás en este espacio (aprovechen para hacerle publicidad a ese amigo que la requiere…)

Suerte y pulso.

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