Ricardo Abdahllah, melómano y cronista de algunas revistas colombianas, envió a Caja de Resonancia, desde París, un relato acerca de la presentación del ex Beatle en el Teatro Olympia, que pudo presenciar hace más o menos un mes. 

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Toto se mueve al Downtown Majestic: Debido al riesgo de que el invierno ocasiones inconvenientes, los organizadores decidieron llevarse el espectáculo al nuevo teatro del centro de Bogotá. Allá es donde se han hecho los conciertos de Dolores O’Riordan y Exodus, entre otros tantos. Antes era en el outlet Bima. Más información aquí.

Pude hablar con Simon Phillips, el baterista y además productor, quien ha estado detrás de todo el concepto del álbum y la gira Falling in Between.

Buen concierto, recomendado. Pero para quienes no tengan el dinero para ir, les recomiendo otro concierto, esa misma noche: Bullet, la banda bogotana, en Hard Rock Café.

El viernes, la Caja hará un desarrollo más amplio de los dos conciertos grandes que se vienen (Björk y Toto). Mañana, miércoles, será la presentación de Serrat y Sabina.

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Paul McCartney en vivo en el Olympia, lecciones de inglés y la memoria que se sigue llenando

Por Ricardo Abdahllah
Fotos de Ricardo Abdahllah y Angélica Simbaqueba

En una de las pausas que hace entre las canciones de su presentación en el Olympia de París, Paul McCartney se desarregla la corbata, dobla las mangas de su camisa como un oficinista, se sacude el mechón que se le sigue moviendo cuando menea la cabeza al cantar y cuenta una anécdota.

“Una vez en Rusia conocí a un enorme ministro del gobierno que me saludó en un inglés muy ruso y me dijo ‘Hey, Paul, yo aprendí a hablar inglés con tus canciones’”

Paul hace una pausa, uno diría que espera una risa del público. Como todos siguen en silencio, continúa.

“Y eso, me parecía increíble imaginarme al tipo cuando era pequeño escribiendo en sus cuadernos las letras de las canciones”.

Puede que Paul no lo sepa, pero el hecho de que muchos de los presentes hayan aprendido inglés con sus canciones (y para entender sus canciones) es una de las razones para que la idea de mantener el concierto del Olympia como un concierto cualquiera funcione apenas a medias.

“La idea es estar cerca de la gente, acercarme a la época en que tocaba un par de canciones y bajaba a tomar una cerveza”, había dicho esa tarde como explicación para su capricho de presentarse en una sala con capacidad para mil ochocientas personas sabiendo que puede llenar el estadio que quiera. Otros artistas han invocado esa razón para justificar que no podrían llenar un club más grande. El hecho de que buena parte de quienes pudieron entrar hubieran pasado la noche en la fila para comprar una boleta que además se ha puesto a la venta ese mismo día y por apenas 55 euros, demuestra que lo hace porque quiere, porque está bien alguna vez alejarse de los gritos histéricos que entre otras razones llevaron a la disolución de la banda con la que vino hace cuatro décadas.

Paul está resuelto a restar importancia al evento, por eso aún con las luces encendidas abre por sí mismo la cortina roja y da un paso hacia el micrófono. Lleva traje negro y corbata. Después de un saludo de sonrisa, se cuelga la guitarra y comienza a tocar. El público no se atreve a corear las primeras líneas de “Blackbird”.

Para la segunda canción, McCartney comienza solo y la banda se le une para el primer coro. El tema es “Dance Tonight” de su nuevo álbum Memory Almost Full. McCartney había dicho que la idea venía de un mensaje en el teléfono celular, de que en la vida, como en el celular, a veces hay que borrar recuerdos para que quepan recuerdos nuevos.

Aquí podría uno empezar a darle vuelta al asunto de la inutilidad de la memoria, la frase de McCartney era casi una invitación a pensar en eso. Cuando el auditorio reacciona, porque las primeras canciones no eran euforia sino contemplación, Paul está tocando “Got To Get You Into My Life” y todo mundo está dividido entre el concierto que se está viendo y los recuerdos que despierta cada canción.

Paul debe imaginarlo. Aunque su repertorio incluye varios clásicos de su época con The Wings y para subir la temperatura del concierto (hacía además frío en la fila) nada como el cambio de tiempo de “Band on The Run”, todos los presentes, desde las adolescentes con voz melosa que cantaban en la fila todo el repertorio, pasando por los padres que las hicieron escuchando “The Long and Winding Road”, hasta los contemporáneos de McCartney que gastaron 55 euros de su pensión de octubre para verlo una vez más, quieren sobre todo ver a un Beatle. Paul sin embargo juega la comedia, intenta parecer un viejo amigo de hace mucho tiempo que en las reuniones toma una guitarra y canta cualquier cosa.

Había un tipo así en la fila. Había dormido en la calle a 4 grados, vestido con una sudadera con una foto de Paul. A la entrada pensaba que corearía las canciones que estaba tocando en su guitarra, pero no las coreó todas. Siguió el juego en “I’ll Follow the Sun”, pero encendió un mechero y como a todos, le brillaron los ojos en “Eleanor Rigby”, cantada por McCartney mientras los labios del público apenas se separaban siguiendo la letra.

Pasó eso con las baladas, en las canciones blueseras, un cabeceo rítmico, en temas como “Back in The U.S.S.R.”, cuando uno termina de convencerse por qué Ozzy Osbourne, Kurt Cobain y Axl Rose han dicho de diferentes maneras que (tampoco) el rock duro hubiera existido sino fuera por los Beatles. Paul McCartney es quizás el único artista activo donde hay tanto para escoger que el setlist siempre estará completo, que uno no imagina un concierto de los Stones sin “Satisfaction” o “Sympathy”, pero en un concierto de McCartney bien pueden faltar “Yesterday” o “Marta My dear”, si, como en el Olympia, se despacha Lady madonna y “I’ve got a feeling”.

Una energía que podría llamarse metalera. McCartney tiene tantos éxitos, o no “éxitos” porque uno no le dice éxito a los clásicos, que difícilmente podría decirse que en uno de sus conciertos hizo falta una canción.

Sin embargo, cuando se sienta al piano, después de haber pasado por la guitarra acústica y la eléctrica, el mandolín y el bajo estilo beatle con el que sigue moviendo la cabeza a un lado al otro como en los años de “She Loves You (Yeah, Yeah,Yeah)” y comienza tocar los acordes de “Hey Jude”, uno piensa en los soldados que murieron en Vietnam escuchando esa canción, en que aún alguien la escucha en Irak, que debe haber exploradores, marineros, ciberdisidentes chinos, heroinómanos en Cracovia, inmigrantes en Frankfurt, camioneros en la Interestatal 80, burros en Las Palmas y el Tayrona y estudiantes de Sociología en Montevideo que han llorado escuchándola; que Paul tuvo a su lado a personajes como Ozzy y Miss Peggie cuando la cantó en el Palacio de Buckingham. Uno piensa que la música define lo que uno es, las personas que tiene al lado.

En que “Hey Jude” es una canción que une y por eso la gente no dejó de cantar el coro hasta que alguien gritó “Paul, Get Back” y Paul hizo caso. “Get Back” fue la canción que el pequeño Max cantó mientras ejecutaban a Gary Gilmour en la silla eléctrica, es el tipo de cosas en las que uno piensa escuchando esas canciones que jamás creyó podría escuchar en versión original. Un tipo que lo ha visto cuatro veces (no es nada. En la primera fila la pancarta de un español clamaba que esta era la vigésima primera vez) se acomoda la bufanda y al ver a un fan arropado con la bandera británica dice a sus amigos : “Dios, Paul es tan bueno que siempre olvido que es inglés”

Consecuencias de que a una cierta edad, la mía por ejemplo, uno ya tiene la memoria llena (o casi) de recuerdos atados a las canciones de McCartney.

Esa noche escribí un correo general a mis amigos, quería contarles por supuesto del concierto, cuestión de que los conciertos y los viajes son las única cosas que a uno realmente le pasan en la vida, pero sobre todo cuestión de decirles que había pensado en ellos, les mencioné experiencias con los parientes de Lucy, les mencioné que todo mundo conoce una o dos mujeres locas (literalmente) por la banda, les dije que había recordado al papá de una amiga que debería haber estado allí, que los Beatles pasaban de las autopistas de California al metro de París, a las reuniones para tomar cuando uno estaba en la universidad y me unían por igual a mi tía Patricia como a alumnos a los que les llevo quince años, nombre canciones, nombré creo a Charlie Manson que creía que los Beatles le escribían canciones, nombré a un loquito irlandés que en una época tocaba en Sur y en la Casa Argos de Bucaramanga y luego vi en Crab’s.

Pensé en tomatas de parque, en Campos de Fresa, en que U2 comienza sus conciertos con “Sgt. Pepper’s”, en un amigo payanés que cantaba “I’m Only Sleeping”. Sólo los Stones se pueden comparar con los Beatles, sin olvidar que la primera canción que los Stones tocaron sin que fuera versión de alguien más, fue un gentil ofrecimiento, vía Andrew Loog Oldham, de John Lennon y Paul McCartney.

Después de enviar el mail, me habré sentido un poco como un borracho que se ha puesto a llamar a todo el mundo y duraré una semana sin mirar el correo electrónico. Pero son las diez treinta de la noche. “Hey Jude” no termina cuando baja del escenario (mientras la gente hace el coro una y otra vez, pensando en cada vez que han escuchado esa canción) y que duraría toda al noche (por todo lo que esa canción puede evocar) si no fuera porque McCartney regresa al escenario para “Let it Be”, “Get Back”, “Lady Madonna” y ‘Una canción muy, muy vieja’, es “I Saw her standing there”, la única que repitió de su repertorio del 64.

El concierto pasó por Lady Madonna (y todos hacían teclado imaginario) y Let It Be (pensando en consejos de amigo borracho, en un amigo costeño que decía “Let it me be”) y una sorpresa del tamaño de “I Saw her Standing There”. Lo que es cierto, no podría bailar con otra después de haberla visto.

Alguien, probablemente no alguien sino muchas personas, dijo que ver a los Beatles en vivo, era como haber vivido en la época de Beethoven o Bach y conocerlos como intérpretes. La comparación no es exagerada, excepto porque, al igual que el enorme ministro ruso y complementando el hecho de que somos herederos de las canciones de lennon y McCartney, fue con los Beatles que todos aprendimos inglés.

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Gracias, Ricardo.

Suerte y pulso.