Primero, la movida en torno a U2 y a Kiss. Luego, amargas reflexiones en torno al snobismo de alguna gente que asiste a los conciertos de música clásica, que definitivamente demuestra que los metaleros y los rockeros somos más civilizados.
En las botas de U2
Aquí se puede escuchar un fragmento de la nueva canción ‘Get on your boots’, de U2, y consultar información acerca de los cinco formatos en los que será distribuido el disco.
Suena interesante, lo que pasa es que este audio en streaming está muy comprimido, así que muchos matices del sonido resultan extraviados. Es importante esperar entonces hasta el 15 de febrero que es el lanzamiento oficial del sencillo a través de los canales que sean, y luego el CD, en marzo.
Kiss, cada vez más cerca
Ayer recibí un correo electrónico remitido por la casa discográfica que tiene a Kiss en sus dominios. No confirmaba el concierto de la banda, pero decía «se rumora que Kiss…» y arrojó el mes de mayo como si fuera en esos días la fecha del concierto. La verdad es que una disquera no se atrevería a andar inflando un chisme que no fuera cierto porque dejaría muy mal parado al artista y, por ende, a ella misma. En resumen, cada vez estamos más cerca de Kiss, una banda que un reconocido empresario de conciertos viene negociando desde el año pasado.
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De la gente mierda y la música culta
No es sino que uno asista a un concierto de música clásica para descubrir el temerario impacto de las enfermedades respiratorias en nuestro país. Eso, o que la Sociedad de Tísicos decidió hacer allí su cumbre anual: ¿Cuánta gente puede toser al mismo tiempo? ¿Acaso así de mal está nuestro aire? ¡Santo cielo!
Pero lo de toser es una cosa normal, algo que se entiende y se perdona. Si el que asiste a los conciertos de música clásica es un público mayor, es claro que la tisis encuentra allí su caldo de cultivo. Además no es sólo un lío nacional: No es sino comprar discos de música clásica en alguna barata de Prodiscos, esos CDs que cuestan 3.000 pesos y nadie mira, para encontrarse con alguna grabación precaria de la Sinfónica de Kazajstán o la Filarmónica de Aquienleimportaslavia, y ver que ese día fue al teatro un pobre apestado que no pudo contener sus virus y decidió dejar su marca cada cinco minutos del concierto. Espeluznante… pero entendible.
Lo que yo no puedo aceptar, y no sé si es que soy muy jodón, es cómo la gente no entiende que en un concierto de música de cámara o en un concierto sinfónico o incluso en los conciertos de jazz, flamenco, tango, etc, se debe apagar el puto teléfono celular.
Asistí como periodista la semana pasada al III Festival Internacional de Música de Cartagena. Excelente encuentro musical de ‘estética europea’ -como leía por ahí en algún foro- en el que vinieron músicos de un nivel extraordinario a dejar su cuota cultural en la amurallada. Y me lo gocé, estuvo muy bueno. Intenté no prestarle atención a la fanfarria de gente rica y poderosa que buscaba que le tomaran fotos para salir en el periódico, ni tampoco al hecho de que incluso con silletería numerada en el prestigioso Teatro Heredia, la gente rica y de bien intenta quitarte la silla y se va sentando en donde le venga la regalada gana… bah, nada de eso es importante.
Pero sí se me volvió una completa pesadilla el tema de tolerar que gran parte de la gente que asiste a este evento, la mayoría de la alcurnia social de Cartagena y de todo el país, cree que aunque le advierten al comienzo del concierto que apaguen los teléfonos, tiene el derecho de dejarlo prendido, a ver si lo llaman…
No puedo entender cómo alguien que se considera culto y que, se supone, asiste a un concierto porque quiere escuchar lo que le van a tocar, puede pensar que un ringtone no va a molestar a los demás y a interrumpir su concentración en la obra. Si a lo que va es un supuesto deleite cultural, por qué se atreve a dañarlo. Y con algo tan intrascendente como un minuto de llamada de teléfono. Cómo es posible.
En el estreno de una obra escrita por el colombiano Diego Vega exclusivamente para este festival, que probablemente no vuelva a ser interpretada sino muchos años después, y posiblemente nunca lo haga un nivel de músicos semejante, por lo que la grabación que iría a CD se puede considerar como la única que existiría de esto, le timbró el celular a una señora que estaba sentada al lado mío en uno de los palcos. Yo estaba grabando con mi grabadora digital para tener un registro de no muy buena calidad -pero para mis apuntes- y el intento desesperado de la bruja por encontrar el aparato en el fondo de la cartera (¿Por qué las mujeres guardan el celular en el fondo del bolso?) fue lo que quedó «en cinta» (reproduzco sólo un fragmento de la obra, por cosas de derechos de autor):
Se supone que alguien en esa situación no puede contestar, entonces, ¿para qué lo deja prendido?… bueno, eso pensaba yo, que creía que lo había visto todo, hasta que el pasado miércoles, en pleno concierto, no sólo sonó un timbre, sino que además… ¡alguien contestó la llamada!
«¿Aló?»… Aún tengo la palabrita rondándome en la cabeza, viene a mí en pesadillas nocturnas… ¿Cómo se puede ser tan corroncho? ¿Cómo se puede ser tan corroncho y a la vez ser parte de la élite del país? ¿Cómo se puede llamar uno a sí mismo ‘culto’ si tiene sensibilidad musical de taladro de dentista?
Hay un grupo en Facebook llamado ‘Le tengo miedo a los colombianos de bien’. No puedo estar más de acuerdo: la gente de bien da miedo.
Suerte y pulso.