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Homenaje a la partida de un gigante, el señorísimo Les Paul. Y después, una reflexión acerca de la música que nos meten por los ojos y oídos, especialmente aquella que no nos gusta, y lo más particular es que la industria logra que termine gustando, a la fuerza. 

 

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Les Paul, el inventor de las guitarras Gibson Les Paul.

 

El impacto de la obra del inventor y músico Les Paul, fallecido el pasado jueves, es incalculable. Recuerden a casi todas las leyendas de la guitarra rock, y deténganse a hacer memoria de sus estampas, siempre firmes a estos palos que llevaban la marca de su inventor. Fue este hijo de inmigrantes alemanes el que le brindó la potencia y la variedad al rock: antes de que llegaran sus guitarras, tal vez no había forma de hacer todo lo que con ellas se hizo después.

 

 

Una visión tal vez un poco atrevida -pues no soy guitarrista- que podría explicar el efecto de la invención de la guitarra eléctrica en cuanto a la técnica es que antes de la aparición de esta, las notas de las guitarras acústicas, los banjos y los primeros acercamientos a las guitarras eléctricas no producían notas que permanecieran prolongadas: eran pulsaciones secas de las cuerdas. Obviamente hoy conocemos otras formas de prolongar esas notas, como los efectos desde los pedales, pero en ese momento, no había nada de eso. La guitarra eléctrica sólida de Les Paul permitió, entre otros atributos, que las notas se sostuvieGibson-Les-Paul-Classic.jpgran. Eso, en términos de amplificación y sonoridad, ponía las posibilidades en una mesa de perspectivas diferente.

 

La Gibson Les Paul, reconocible en cualquier parte (como la que aparece al lado derecho de este texto) es la piedra angular de la colección de guitarras de la marca Gibson. Fue diseñada por Les Paul, contratado en ese momento por la firma que presidía otro diseñador llamado Ted McCarty, y lleva el nombre de la legendaria figura porque sería insólito que llevara otro.

 

La suerte de la Gibson Les Paul también sería oscura: estaría destinada a ser partida en múltiples ocasiones por el señorísimo Pete Townshend, una escena que combina éxtasis con dolor. También, a ser consumida por las llamas en medio de las invocaciones de Jimi Hendrix.gibson-xbox.jpg

 

La cosa con la Gibson Les Paul llega a tal punto que en la obsesión del mercado de las guitarras para XBox, las emulaciones de su diseño se han convertido en una especie de arte. A la izquierda, una Les Paul para consolas de videojuegos.

 

El mejor obituario que he encontrado hasta el momento es precisamente el que le hace la marca Gibson en su página web. 

 

Como músico, también tuvo su reconocimiento, al punto de ganar hasta premios Grammy. Pero por supuesto, su faceta como inventor será la que se recordará por siempre.

 

Para medir medianamente el alcance de la influencia de Les Paul, este fragmento documental ayuda muchísimo:

 

 

 

Él y Leo Fender (fallecido en 1991) se convirtieron cada uno por su lado en los dos titanes de la manufactura de guitarras para todo el mercado. Primero, a través de los artistas country y bluegrass, y luego por los caminos del rock surf (especialmente Fender, quien diseñaba guitarras para Dick Dale)

 

 

Aquí, un apasionante fragmento del documental Chasing Sound!, en el que el músico le explicaba al mundo en los años 50 cómo iban a funcionar algunas de las técnicas de grabación en cinta que estuvieron vigentes por muchos años y en las que Paul también tuvo responsabilidad:

 

 

Les Paul estuvo tocando su guitarra hasta el final, amaba lo que hacía, como lo recuerda en la última entrevista que le dio a la revista Rolling Stone, y se gozaba el resultado de su oficio:

 

 

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¿Música por inoculación? 

 

Me disculpo con ustedes, lectores, por la prolongada ausencia de casi 10 días. Me encontraba de viaje por el Putumayo, haciendo un reportaje, y tuve que desconectarme de todo, a tal punto que la noticia del fallecimiento de Les Paul llegó a mi apenas el domingo. Eso si, el recorrido fue apasionante, tuve acceso a comunidades indígenas que hoy siguen vivas pese a todas las intromisiones del mundo moderno. A una de esas, la del reguardo de Yunguillo, se llega después de caminar por tres horas entre piedras y lodo, y antes, en campero cerca de 40 minutos hasta donde pueda subir el vehículo.

 

Precisamente en ese campero de montaña tuve una percepción bastante triste de la forma como nos llegan muchas músicas. El conductor del carro había puesto en el radio lo que creo, era un CD de MP3 pirata que probablemente había comprado en el terminal, lleno de todo lo nuevo de las músicas populares. Y sonaba constantemente un vallenato de esta nueva tendencia de hacer versiones con solo voz y piano, como si fuera un formato de jazz de salón.

 

Todos los que viajábamos en el carro íbamos callados, como si regresáramos de algún velorio. Eran apenas las 9 de la mañana pero el ambiente se tornó gris. El viaje se hacía más largo. Era claro que la tonada solapada nos había apagado a todos apenas empezando el día. Yo me puse a pensar entonces cómo era posible que este tipo de música llegara a ese escenario.

 

Le pregunté entonces al conductor “oiga, ¿a usted le gusta eso?” y me respondió que si, aunque lo noté algo dudoso. Y aquel cantante que no sé identificar pero supongo que es una figura nacional del vallenato llorón, seguía en esas.

 

Creo que nos enfrentamos a una música por inoculación, es decir, inyectada en nuestro sistema como un gérmen. Se crea una moda en la industria de la música y se proyecta a través de emisoras y campañas comerciales; puede no gustar y sin embargo, inundar todo espacio en el que entra, incluso un campero campesino en el Putumayo medio. La cosa llega a tal punto que la gente termina escuchando algo que no le gusta, pero cree que le gusta porque es lo que está sonando en todas partes.

 

La percepción me dio vueltas en la cabeza durante el viaje, pues días atrás había oído otro caso que me causó impresión: una de las conductoras de una reconocida estación de radio les decía a sus colegas de La W que cuando saliera la nueva canción de Carlos Vives la iba a programar todo el tiempo, pero cuando le pidieron que describiera la canción, confesó que sólo había escuchado un fragmento de 30 segundos y que aún no tenía el mapa completo… ¿?

 

Volviendo al cuento del formato jazzudo forzado, este nuevo vallenato parece emular esa fórmula musical de salón que ha tenido mucho éxito en fusiones como la de El Cigala con Bebo Valdés. Exalta la voz, que va en un tempo más lento, y le responde el piano. El resultado parece ser un vallenato más romántico, más sentimental y ‘abolerado’.

 

Me parece que detrás de estas adaptaciones hay un truco muy simple. Es fácil ajustar un fraseado de la voz sin los instrumentos. Por ende, si ven la estructura de estas versiones, lo que hay ahí es que el cantante lanza una frase en solitario, se calla, y luego entra el piano, haciendo una serie de acordes que suenan muy sentidos. Luego se calla el instrumento, y viene la frase vallenata. Así, cualquier adaptación ajusta.

 

Por supuesto, el vallenato no es el culpable (único) de la inoculación. Esa ha sido una estrategia de años y años, y que no nació en Colombia sino en la radio estadounidense. Hablamos también de Shakira y Juanes. Y el rock, en ese devenir, ha visto cómo se reblandecen sus bases para darles paso a sonidos precarios de sus herederos. La payola se inventó en Estados Unidos, cuando el rock se vio comercial y vendible.

 

Ojalá algún día acabe la inoculación. Sueño con un día en el que la gente escuche lo que quiere, no lo que le toca porque lo indujeron de manera inevitable. 

 

 

Suerte y pulso. 

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Yo, Carlos Solano, su autor, soy periodista, ejerzo actualmente como subeditor de Cultura de EL TIEMPO y trabajo con la música desde mediados de los años 90. Espero disfruten este recorrido.

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