Con toda esa discusión en torno a SOPA, PIPA, papa, pepa, popis, que al fin de cuentas es clara solo para los muy primeros protagonistas, quería compartir unas reflexiones personales acerca de los contenidos compartidos y la piratería, y los posibles alcances de estas leyes en torno a las charlas melómanas. Como para ver cómo podría afectarnos esto a nuestro nivel.

 

Lo dividí en cinco puntos.

 

1. Charlar sobre música
2. Piratas: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos…
3. El autor sí tiene el derecho de proteger su obra
4. ¡El disco rules!
5. Contenido que evoluciona sobre sí mismo gracias al ser compartido en la red

 

1. Charlar sobre música

Por poner un punto de partida cualquiera, habría que decir que con la aplicación de SOPA, Caja de Resonancia y cualquier otro blog como este probablemente dejarían de existir. Soy consciente de que el mundo como lo conocemos no dejaría de existir sin Caja de Resonancia, ¡faltaba más el ego! (¡talvez dejaría de existir sin Los Simpsons!). De hecho, desde hace un tiempo el modelo de los blogs ha sido claramente desplazado por el del microblogging social: con Twitter, todo el mundo tiene un blog con muchos posts muy cortos pero que cuando resultan sustanciosos y claros, pueden ser inmensos.

 

Explico por qué podrían dejar de existir blogs como este o Cortesía de la Casa, Autopista Rockosa, Rockero al parque o cualquier otro que comparta videos musicales colgados en Youtube, Vimeo, Dailymotion, etc.: el día que a un autor o protector de derechos de autor en EE. UU. le moleste que un video suyo esté en Youtube –porque lo subió un usuario cualquiera, desde Katmandú, Michigan o Neiva–, ese portal sería reportado y bloqueado sin orden judicial debido a que fue la plataforma en la que fue expuesto el contenido publicado. Y SOPA contempla, además, la penalización a terceros (localizados en Estados Unidos) que hayan sido, de alguna forma, ‘cómplices’ en esa exposición, luego de cinco días de que se les haya informado que están incurriendo en una violación de derechos de autor. En consecuencia, si los videos son reportados por los protectores de derechos de autor, ya no podemos mostrarlos en los blogs.

 

Y lo van a hacer, pues esto es lo que quieren las grandes corporaciones: que ese material ya no se difunda por medios digitales diferentes a los de iTunes o los servicios de streaming pagos autorizados, o sus canales oficiales en Youtube. Y por supuesto, que ningún usuario proactivo suba videos. NIÑO-MALO-CACA.

 

Esta forma de compartir contenido no tenía antes ningún viso de ilegalidad: lo que hacemos los autores de los blogs es tomar el código que suministra públicamente Youtube de cada video e insertarlo en nuestra página. Cuando usted ve el video, realmente está activando contenido alojado en Youtube, como si fuera una ventana hacia ese sitio desde mi página. Esta práctica está avalada (al menos hasta ahora) en los términos y condiciones de Youtube, bajo el concepto de «contenido embebido» (¡barbarismo idiomático afincado en la cultura web!). Los canales oficiales de Sony, Universal, Warner y Emi inhabilitaron la opción de «embeber» sus videos.

 

Si bien, eltiempo.com paga derechos de autor a los protectores nacionales, esto no contempla que un autor de un blog inserte el código de un video de Youtube. Eso lo avala la política de Youtube.

 

Y en consecuencia de SOPA, esa tarea de contarle a usted de algún músico compartiéndole un video de Youtube ya no se podría hacer (quedaríamos a merced de la oferta de videos de los perros, gatos y bebés que hacen gracias). Tampoco poner MP3s en la red… Si acaso, contarle que se venden las canciones en iTunes («oiga, esto es muy chévere, pero imagíneselo, porque no tengo cómo ponérselo para que lo escuche»).

 

«¿Y qué si estamos en Colombia?» Wrong, My Friend. Si bien, estamos en Colombia, gran parte de los servidores que hacen posible que estemos leyéndonos están alojados en «las Iunaitas». No quiero imaginar qué podría pasar con los blogs de Blogger, WordPress, etc, alojados en EE. UU. que cuelgan archivos MP3 en servidores o dominios adquiridos a través de GoDaddy, empresa cuya posición sobre SOPA no es clara (al comienzo apoyó el proyecto, luego se corrió cuando abandonaron el barco 72.000 abonados, pero aún muestra empatías)…

 

La cosa se trasladaría a Twitter, cuando un usuario comparte un link a un video. Supuestamente, en la Ley Lleras se aclaraba que quienes compartan contenido a través de redes sociales no estarían incurriendo en una violación pues no había forma de comprobar algún beneficio diferente al de simplemente compartir música. Pero SOPA y PIPA buscan que esos contenidos simplemente no se difundan por caminos no convencionales. Punto.

 

Ahora, por ejemplo, Facebook ha estado trabajando en el desarrollo de la herramienta para compartir lo que uno está escuchando en su computador con alguien que está conectado en un chat. Imagínense las posibilidades maravillosas que traería una máquina social como Facebook en torno a la música, al conocimiento, al entretenimiento, a la culturización. Bueno, talvez sería para compartirse una canción de J Balvin, que iría en contra de todos esos conceptos, pero no importa, se trata de la libertad de compartir algo con alguien… ¿Nos habían prohibido ese placer antes, cuando le grabábamos un casette a un amigo? No, en ese entonces, los lobistas de las corporaciones habían perdido la batalla… 

 

2. Piratas: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos…

Discúlpeme si lo siguiente le suena esnobista, pero me resulta necesario exponerlo en primera persona para llegar a un punto: Yo tengo muchos discos. La otra vez hacía cuentas y, con lo que tengo en discos, por su valor comercial en una tienda, podría comprar un carro completo, que sería superior en gama a mi adorado y un tanto destartalado Twingo. Tengo amigos cuyas colecciones valdrían lo mismo que un modesto apartamento. Recuerdo que desde joven y hasta mis primeros años laborales, gastaba la mitad o más de lo que me ganaba en discos. Luego bajó el porcentaje, básicamente porque me fui a vivir solo y debía pagar servicios, impuestos, comida (¡eventualmente!). Pero comprar discos era parte de mi vida diaria. Lo que le he dedicado de mi existencia a esa industria, física y económicamente, es casi tan alto como lo que podría pagar hoy por la educación de un hijo. De hecho, es equivalente a lo que pagaron mis padres en su momento por toda mi educación universitaria. Eso, de alguna forma, resulta aterrador.

 

Eso no es excusa para piratear, por supuesto. No es una obligación de las discográficas retribuir la fidelidad del comprador. Pero por eso mismo, tampoco es obligación del comprador ser fiel a una industria que se quedó enquilosada en el tiempo, que se ha negado durante tantos años a transformarse, como sí lo hizo la industria de la fotografía digital (aunque Kodak se declaró en quiebra…).

 

Por supuesto, los empleados de las discográficas pagan los colegios y universidades de sus hijos, así como la comida, servicios e impuestos, gracias a la venta de discos.

 

Pero ninguna gran corporación va a aceptar un fenómeno propio de la piratería: le abrió la mente al mundo. Lo voy a explicar con un ejemplo: la vez que entrevisté a Lovefoxx, cantante de la banda brasileña Cansei de Ser Sexy, que vino a un Estéreo Picnic. Había mucha expectativa por su venida, muchos fanáticos en Colombia. De hecho, venía un par de años después de su gran cuarto de hora, cuando encantaron en toda la escena del electrorock mundial. Cuando hablé con ella, por teléfono, le pregunté algo que me parecía curioso: «¿Cómo es que Cansei de Ser Sexy tiene tantos seguidores aquí, un país en donde no se venden sus discos?». Básicamente, en sus palabras, agradeció a la piratería, pues sin ella, primero, no habrían salido del círculo de bares de Sao Paulo, y menos de Brasil, pues nadie habría tenido oportunidad de conocerlos, y segundo, porque se nutrieron de mucha música que bajaron por Internet y que les abrió el espectro sonoro. Cansei de Ser Sexy es un producto de la piratería. Me di cuenta de que yo los conocí gracias a la piratería y a que liberaron sus videos en Youtube para que todo el mundo los viera. Ellos bajaron música, yo bajé la de ellos, y todo el mundo baja música, aquí y en la conchinchina.

 

Ha tenido un efecto negativo el hecho de que las importaciones de discos sean tímidas selectivamente (no atreverse a traer piezas interesantes de un catálogo porque no tengan mucha salida). Hay música que simplemente no se consigue… mientras que todos los esfuerzos en prensa y publicidad se encaminen a promocionar un manojo de artistas. No a todo el mundo le tienen que gustar Juanes y Shakira.

 

La campaña de las discográficas contra los proveedores de contenido como Megaupload y demás es una estrategia bélica destinada al fracaso: lo que hace es multiplicar el fenómeno de la piratería en pequeños núcleos. Ya les había pasado, con Napster, a quien neutralizaron, para luego ver que surgían Ares, Kazaa, Soulseek, etc. A estos también los fueron atacando en una guerra frontal, y eso se reprodujo luego en los Torrents, que es como si cada usuario conectado fuera un Napster. «Haga lo que haga la industria para proteger un disco, tiene que entender que tan pronto lo saque, ya está ahí, en el mundo digital, no vale cuántos esfuerzos haga por restringirlo», me decía Andrés Barreto, uno de los fundadores de Grooveshark.

 

Esto conduce a la siguiente reflexión…

 

3. El autor sí tiene el derecho de proteger su obra

 

Es un eufemismo el concepto de la «circulación libre de contenidos en Internet». Es libre para quienes quieren el contenido, no para quienes lo produjeron (excepto Creative Commons, claro): artistas que se sentaron frente al micrófono, grabaron, editaron, prensaron (por barato, el prensaje cuesta alrededor de 20 millones de pesos) y llevaron su disco a Sayco y Acinpro. El músico tiene derecho a ver retribuido su esfuerzo. Su problema está en que cuando tuvo lista la canción, pensó que lo mejor era restringirla, no compartirla. ¿Por qué? porque imaginó de chiquito que hacer música era sinónimo de éxito, de ser famoso y tener plata, ‘hummers’ y viejas. Creció con Michael Jackson en la tele y se pregunta cuándo tendrá su Neverland. Y tiene el derecho de pensar así, de proteger su obra. Pero eso lo aleja del público.

 

Que tenga el derecho no significa que eso sea lo mejor que puede hacer con ello. Defender los derechos es la manera más directa de restringir la música.

 

Andrea Echeverri me lo dijo una vez de una forma muy suya: qué bonito es ver que volvamos a la figura de los juglares que hacían música por gusto y tocaban en las fiestas medievales.

 

Estrategias hay. Vean a Lana del Rey: no ha sacado el disco y ya todo el mundo la conoce. No ha prensado y ya la quieren en vivo en todas partes.

 

Por supuesto, no se trata de defender otros conglomerados (Google, Facebook) porque sí. Coincido con Alejandro Marín, quien dijo en su blog que este tema es de plata y que uno está en el medio. Pero es claro que el público se va a ir por el bando que le permitió acceder, no el que se lo impidió.

 

4. ¡El disco rules!

 

No me interesa defender una industria, sino una forma de proteger la calidad de la música. Hombre, en los discos siempre va a sonar mejor y es una experiencia más mística a través de los formatos físicos. En eso, Natalia París fue una genio, cuando dijo que la música que más le gustaba era la de los CDs. Elvis Costello -y mucha gente- piensa que la mejor es la que viene en los vinilos.

 

Tengo mucha música digital, pero no la valoro igual. No suena igual -en serio-. Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a escuchar música a través de medios físicos mediocres y por eso ya nos cuesta notar las diferencias. Odio los microparlantes móviles, esos que promocionan ahora en Foto Japón y en las misceláneas. Me produce urticaria escuchar música que sale de un parlantico de un celular. Compré un cable supuestamente muy bueno para conectar el iPod al carro y suena terrible: ¡Y me costó 50.000 pesos! No hay nada mejor que escuchar la música en unos buenos parlantes, con toda la claridad del sonido. Ahí es donde los amantes del vinilo (yo no soy uno, respeto el formato, tengo vinilos y entiendo porqué suenan mejor, pero amo mis CDs) tienen los argumentos. O mejor, ahí es donde el MP3 se delata.

 

También hay música que se produce de manera mediocre, y eso acostumbra mal los oídos. Hoy todo el mundo puede grabar música que puede ser muy buena, pero la fidelidad le pertenece más a los artistas de vieja data. Y eso es otro tema triste.

 

5. Contenido que evoluciona sobre sí mismo gracias al ser compartido en la red

 

Sin la posibilidad de ver, conocer, compartir, utilizar y modificar, Internet no podría producir obras artísticas derivadas geniales -compartidas gratuitamente por el autor- como esta:

 

 

 

¿Considera usted que hay algún crímen en esto que acaba de ver? 

 

 

 

Suerte y pulso para decirle no a la SOPA, como Mafalda.